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Gillespie con Timba
(se juntaron los mochos pa´ rascase)
Esa noche, el gordo Gamboa, mejor conocido como Timba, era el sonero. Rafa estaba en las pailas y Melquiades en la flauta. Encarnación recostó el contrabajo cerca de la barra y pidió un roncito. Los demás músicos era primera vez que venían, pero todos saben que en El Guateque de Sabana Grande el que menos toca es un monstruo. Eran como las siete y Cheo, tras la barra, había puesto un son suavecito y bien sabroso en el equipo.
Mientras tanto, Gillespie caminaba con mirada curiosa por el boulevard, entre gritos y buhoneros. Como le pareció barata se compró una franela del Magallanes y se imaginó bañado de cerveza en las gradas celebrando un doble play. Un pito se le antojó imprescindible y eligió uno pesado, metálico y negro. Entró al baño de un Mc Donald´s y salió Magallanero y más cómodo, saludando al vigilante con un guiño al sacudir en su dirección la trompeta. Se sentó al rato en un café y aprobó con rara nostalgia el sabor de un negrito con poca azúcar.
Ya comenzaba a llegar la gente cuando empezaron a montar los instrumentos. Los timbales se aflojaban a cada rato y le echaron talco al perno para que no se soltara tan rápido. El sonido del piano se iba a cada rato. El monitor de la voz y las congas se había quemado e interpretaban sin saber bien como salía. Volaban por instrumentos. Encarnación estaba sentado sobre una corneta con su tercer ron en la mano. Nunca ensayaba, nunca probaba instrumentos, siempre tocaba borracho y nunca falló una nota ni perdió el paso cuando bailó con su contrabajo por pareja. Dicen que de muchacho tocó en una Filarmónica en Alemania, pero uno nunca puede confiar en rumores.
Dizzy hacía pausas en su camino para ver niños tocando el cuatro y cantando joropos mientras sus hermanitas menores agitan raídos sus vestiditos. Con la noche llegaron el sereno y la garúa; el altiplano lo trajeron unos peruanos con flautas. A él le complació mucho el sonido pero la gente murmuraba que antes sonaban mejor. Al rato se sentó en un banco y se dejó bañar por la llovizna. Diciembre estaba aún lejos y no había tantos buhoneros, quizás por eso le parecieron pintorescos.
El gordo Gamboa habló com los primerizos, los había oído a todos antes y sabía que eran buenos, era cosa de refrescar un poco y repasar los cambios de ritmo. Era una charla informal, con un tabaco en la mano, junto a la barra (sentados algunos), amenizada por los (re) descubrimientos de Cheo, que se secaba las manos con el paño de las copas antes de tomar la caja de un CD no oía desde hacía meses.
Gillespie llamó la atención al entrar: hay negros locales y hay negros que solo pueden ser gringos. Se acercó a la barra y no le sorprendió poder pedir un whiskey con leche en español. Cheo hizo una cara extraña, Dizzy repitió, Cheo sirvió. Timba se extrañó por igual y le propinó una exhaustiva mirada en cámara lenta al gringo que ya se sentaba en una butaca junto a la barra. Detalló la gruesa montura de los lentes, la vieja trompeta y la franela del Magallanes, que no restó nada a la sensación de foráneo.
- Maestro, ¿Ud. se anima?
Ya le habían servido. Sin beber un sorbo aún, volteó la mirada a la reunión celebrada a su derecha. Tras un breve paneo para confirmar que le hablaban a él, vió a Gamboa a los ojos con seguridad.
- Una trompeta nunca sobra, si se anima.
- ¿Hay tiempo de ensayar?
- Pues no, ni partituras respondió Melquiades sin vergüenza, pero sin prepotencia.
- Tocamos puros clásicos, Maestro. Todos se las saben, pero hay cancha para improvisar.
Dizzy no dudó. Parecía serio y cuando se le acercó una sonrisa, bebió un sorbo para esquivarla. Luego asintió, había otro trompetista junto a la barra, asi que el riesgo no era tan grande.
En el primer ensayo Dizzy oía, reconocía, repetía en su cabeza melodías, completaba versos, se inventaba sketches, ritmos rápidos y sincopados. Se iba emocionando, iba recordando, empezaba a sonreir de nuevo. Encarnación lo vió desde la barra con cara de haber tomado mucho y cuestionar la lucidez. Ese negro me suena se habrá repetido en su cabeza incrédula.
Cheo dio la seña: el Sonero Clásico del Caribe arrancó con las cuerdas de Sobre una tumba una rumba y todos se acercaron a sus puestos. Uno a uno se iban sumando al tema y cuando empezó el primer coro ya el bajo, las congas y el tres estaban montados. El segundo coro lo cantó el gordo Timba sin dejar de repetir la clave. Enterrador, no la llores, se escuchó en coro de músicos y comensales mientras los demás se integraban. La primera trompeta ejecutaba variaciones con sordina sobre el tema de las cuerdas, los timbales apenas se hacían notar cuando Rafa golpeaba levemente el borde. El piano hoy estaba mudo. Melquiades sustituyó con su flauta al coro cuando se silenció por un rato. Timba empezó el coro de nuevo y todos esperaban la entrada de Gillespie.
Dizzy sostuvo una nota por veinte segundos. Giraba sobre su torso de izquierda a derecha y el efecto doppler se encargaba de la armonía. Los ojos entrecerrados, las mejillas hinchadas. Se detuvo frente al micrófono y arqueó su espalda hacia atrás e improvisó cortamente un cierre que dio paso con violencia a Timba, que lucía acostumbrado a virtuosismos. Luego del cuarto coro, la guitarra repetía una melodía de Django Reinhardt que Gillespie reconoció complacido mientras Timba presentaba al artista entre ejercicios de congas. ¡Desde el 23 de enero, Jose Gregorio Martínez!
El segundo tema era el de siempre. Era el chance de bailar de verdad.
Dale suave Encarnación, ahora que tienes vacilón
Dale suave Encarnación, ahora que tienes vacilón
Dale suave Encarnación, ahora que tienes vacilón
Ahora que tienes vacilón, baila, mira, Encarnación
Dale suave Encarnación, ahora que tienes vacilón
El bajo te llama a bailar el son, báilalo, pues, Encarnación.
Todos callaban y Encarnación sostenía el ritmo del son. El el medio dejaba colar improvisaciones. Sus dedos patas de araña caminaban los trastes de arriba abajo, de ritmo a pizzicato veloz. Con los ojos cerrados, los labios apretados y bailando con solo un pie, el hombre justificaba el mito ¡El Johnny Rotten de la salsa, mi hermano mayor, Encarnación Gamboa! La gente a ratos se detenía y admiraba con vaya´s, aplausos y silbidos. Coño, se juntaron los mochos pa´ rascase, gritó alguien desde el fondo.
Tema tras tema, Dizzy seguía la trompeta, improvisaba, reía y hasta torpemente bailaba. Tomaba prestada una sordina o animaba un solo de timbales con un pito pesado y negro. Luego pidió un favor.
Ya la banda había terminado. Se retiraron tras los instrumentos y entonces Gillespie se secó el sudor con un paño, escuchó a la gente pedir otra, vió por un segundo a las mesas miró a los músicos y preguntó, como si pidiera un favor: ¿Otra? Yo la comienzo. Lástima que no hay piano.
Dizzy se acercó al frente y comenzó un beebop. Timbales acelerados y bajo histérico. Les echó una mirada y sustuvo una nota agudísima que se fue perdiendo mientras los demás instrumentos callaban. Arrancó entonces TinTinDeo. Todos menos Timba se fueron incorporando. La mayoría conocía el tema. Si no, improvisaban. Timba se detuvo admirando todo a su alrededor. Todas las semanas algo mágico sucedía que lo hacía sentir que valía la pena estar ahí. Se acercó al piano y sorprendió a Gillespie, si tal cosa cabe, a juzgar por el silencio momentáneo que precedió al cierre de la pieza. La gente ya no bailó, pero los gritos no cesaban tras los solos.
Ya era tarde. Cada quién recogía sus instrumentos mientras Cheo dejó sonar un disco de la Fania y le sirvió a cada uno un trago. Casi no hablaron, casi no había nada qué decir.
Dizzy se despidió. Nadie preguntó nada, no es la costumbre. Afuera hacía un poco de frío. Empezó a caminar hacia el boulevard, pero dobló una cuadra antes, en una calle oscura, en la que se sumergió para regresar, tranquilamente, al éter.
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Gracias Divino Niño por favores concedidos
Nos dimos cuenta de que algo iba mal en la alcabala de La Pastora. Nos devolvimos hasta el desvío de San Pedro y subimos al menos una hora hasta el pueblo. Más arriba, tras otra hora de carretera irregular, Barbacoas. Nuestro destino, tras 6 horas de viaje desde Chivacoa, era la cascada de la Quebrada del Vino, en el Páramo de Los Nepes, donde según los locales empieza la agonía de los Andes venezolanos.
Long story short, aunque el plan era regresar a Chivacoa para recibir el año, la carretera nos obligó a alquilar una posada en Barbacoas, a la caída de la noche.
El dueño nos explicó que el 24 de diciembre ocurre el Encuentro de los Niños, cuyas imágenes bajan en procesión desde los pueblos cercanos, y el 31, id est hoy, regresan los Niños de El Potrerito, San Pedro y el Cerro de Barbacoas.
Al salir de la posada nos tropezamos con la procesión: los tres altares venían cargados por pastores seguidos por parranderos que cuatro, guitarra garganta y tambora mediante, animaban la larga cola de fieles que engrosaban la marcha.
La parranda larense hereda la voz aguda del golpe tocuyano y la música de las gaitas y parrandas de occidente. Los cantos no cesan hasta la colocación de los niños junto al altar.
- Esos son salves dice mi tía cuando el ritmo se suaviza frente al sacerdote y los altares yacen. La adoración al niño empieza con un apacible golpe de tambora y un cántico leve. Son las salves. Una cola se arma y el sacerdote sostiene al niño mientras uno por uno los fieles se acercan a besar sus pies (luego de que el monaguillo limpie convenientemente con un pañuelo).
La adoración la acompaña un coro desde el balcón. Unas siete muchachas, cuatro y tambora, cantando parrandas que la gente desde abajo sigue entre escenas cotidianas. Los niños que lloran o duermen, los chicos que miran a las chicas, las chicas que se burlan de los chicos y los estrenos de año nuevo.
La misa termina cerca de las diez y todos regresan a casa a comer uvas y bailar con Oscar D´León en televisión.
Luego de los cañonazos, las calles parecen desiertas por unos quince minutos. Luego empieza la fiesta.
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