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Los diezmil susurros
(theraindropstheraindropstheraindropstheraindrops)
Radiohead. Probablemente la mejor banda del planeta. Es poco lo que se pueda decir aún respecto a sus conciertos, pero ahí vamos. No se imaginan cuánto he leído este mes: reviews, artículos, análisis, letras de canciones. He oído los discos una y otra vez, porque realmente no quería chapucear este artículo. Me he tropezado con cualquier clase de cosas: posiciones políticas, poemas brutales, riffs a los que anteriormente no les había parado bolas, links entre canciones. He leído biografías de la banda y los músicos, anécdotas. Estos tipos han vivido demasiado, han creado que jode, los videos son bestiales (habrá alguno malo por ahí); incluso Pablo honey, oído desde acá, desde tan lejos, tiene, en medio del debut, la inmadurez y ser opacados por ellos mismos, una que otra joya, como el Anyone can play guitar que me hubiera gustado oir en un trio mortal junto a Just y Electioneering. Esa es otra, no existe tal cosa como un toque malo de Radiohead. Tienen (como R.E.M o Pearl Jam) tantos temas históricos que pueden evitar cinco de los mejores temas que hayas oído en tu vida y dejarte feliz al final del concierto. Pero así como no tienen un toque malo, casi todos podrían haber sido mejores. Pero bueno, vamos de a poco.
Hail to the thief ha sido un disco tremendamente esperado y hasta ahora no he oído a nadie defraudado. Tan críptico en su concepto como Kid A y Amnesiac, Hail to the Thief se hace musicalmente más accesible con un cierto “regreso” a trabajos anteriores. Algo así como si el Radiohead de ahora, el Radiohead grande y adicto a los experimentos electrónicos intentara retomar el curso del que se desviaran tras OK computer. Hail to the thief es un disco enérgico en el que se visitan casi todas las facetas que la banda ha presentado a lo largo de su discografía. Es además un disco que intenta traducir la caótica realidad de un mundo en el que las metas más inmediatas son guerras o estafas. Hail to the thief, el título, ha sido relacionado (a través de un libro homónimo) a la dudosa victoria electoral de Bush en los Estados Unidos. Según la respuesta de Yorke en ciertas entrevistas, el disco “goes so much deeper than some anti-Bush propaganda”. The gloaming, el subtítulo, probablemente defina mejor al disco. The Gloaming, una hermosa y poco frecuente palabra anglosajona para designar el crepúsculo, intenta referirse a esa cierta oscuridad que se cierne sobre la humanidad de inicios de siglo, a esa manipulación de masas, a esa ceguera que de alguna manera “nos” caracteriza. No es tampoco sólo farándula que este disco haya sido concebido en plena experiencia paternal de Yorke. Sail to the moon y I will de alguna manera se refieren tanto a la esperanza que representa un bebé como el temor a que nuestros hijos tengan que vivir en búnkers, a la fuerza que nos transmite un hijo a la hora de pelear las batallas imposibles. El disco fue grabado en Los Angeles, California, tierra de plástico y de llegar a la cima a toda costa, de ser “alguien” sin importar cuánto cueste. We suck young blood quizás sea en parte consecuencia de ese tráfico humano que es Hollywood, de tanta gente prometiendo, utilizando, manipulando: otra de las miles de caras de ese “Thief” que se ha apoderado de todo aquel que posee un mínimo liderazgo o poder sobre los otros. Hail to the thief (the gloaming), es un reflejo, es lo único que pudo salir de cualquier persona que lea el periódico o camine por una calle y observe sin mucho esfuerzo el miedo, la farsa, la oscuridad en la que nos sumimos tan alegres porque los números están mejorando.
Es precisamente el bassline sutilmente techno de The gloaming la que abre el concierto en Bruselas. Quizás esa apertura tan depresiva signó el aspecto general del concierto (he de repetir que no hay concierto malo de Radiohead, sin embargo, los hay semejantes a un cierto ejercicio de ejecución en la que no se llega a sentir del todo un contacto. Algo así como ese estado de euforia que no llega a consumarse que caracteriza a los adictos al éxtasis cuando están en una fiesta arrechísima y han olvidado tomar sus pastillas). 23 temas ejecutados de manera impecable. 17 temas más dos encores. Cambio de instrumentos entre un tema y otro. Una hora cincuentaycinco minutos de duración. A eso me refiero, a que no fue nada excepcional para la banda, aunque la banda en sí sea excepcional. Y ojalá no se entienda que fue un concierto malo ni que quiero llevarle la contraria al mundo. Thom Yorke es un frontman excepcional, Colin Greenwood es una segunda voz de lujo y su hermano Jonny es uno de los mejores guitarristas que he tenido la oportunidad de ver. Los tres, además, se encargan de que la sección electrónica nunca deje de erizar la piel del público. Ed y Phil, casi escondidos detrás de las vedettes, también hacen su trabajo impecablemente.
Pero Yorke no conversa mucho con el público y los belgas nunca han sido caracterizados por su efusividad (¿era de Brel esa canción que decía que les flammandes dansent sans sourire?). Sin embargo, tras la energía de 2 + 2 = 5; tras ver a Thom poseído, brincando de un lado al otro gritando theraindropstheraindropstheraindropstheraindropstheraindrops durante Sit Down Stand up; llega esa joya que es Exit music for a film, que llena la sala con diez mil susurros que no cesan desde el wake from from your sleep con guitarra acústica hasta el ojalá te ahogues con un coro sampleado de ángeles a la orilla de una playa. Kid A es una fija de la gira, con una voz menos alterada por lo filtros. Just, a pesar de un inicio en falso es el primer tema que realmente enloquece a la gente, cosa que en CUALQUIER otra parte del mundo ocurre con la sola entrada de los músicos. Regresa la calma con Sail to the moon y Climbing up the walls, el tema que une OK computer con Kid A. Thom, en su parquedad, presenta el próximo tema diciendo “this is the dirtiest one”. Myxomatosis es ciertamente uno de los temas más ruidosos de su discografía. El sube y baja continúa su curso con Like spinning plates (o locuras de Jonny en los aparatos electrodomésticos) para dar paso a Lucky, uno de los mejores temas en vivo, a pesar de no ser tan popular (el grito de pull me out from the aircrash seguido de la guitarra agudísima de Greenwood le corta la respiración a cualquiera que se descuide).
Sube y baja: el cambio de instrumentos tras CADA tema le resta un poco de fuerza al toque (habría que tomar en cuenta que yo no estaba en la olla y allí todo es distinto). El hecho de mezclar un tema enérgico y uno lento también contribuye a mantener a la gente bajo control. Pero mucha gente quiere descontrolarse, mucha gente quiere oír Just, después Electioneering y después Anyone can play guitar para agitar la cabeza sin parar por quince minutos y después descansar con lo que pongan. Pero no. Lucky sube el nivel de adrenalina y Karma Police lo baja hermosamente, con gritos de fondo de Colin, que como ya he dicho, es una segunda voz de lujo. Scatterbrain casi arrulla y Thom nos despierta gritando como un tenor venido a menos dando paso al bajo implacable del National Anthem. Thom parece volverse definitivamente loco con Idioteque, saltando extático de un lado al otro, agitando los brazos y la cabeza y casi arrancándose la camisa que le llega a las rodillas.
Tras una pausa aparecen Colin y Jonny golpeando cada uno un par de redoblantes, en ambos extremos de la tarima. El tema no puede ser otro que There there. Las pantallas gigantes proyectan imágenes de los músicos con la misma baja calidad espectral del video de I might be wrong y sólo unas pocas luces descienden de esos semiarcos que nacen tras bastidores y mueren como si fueran un techo que goteara estrobos.
Mención aparte merece y merecerá siempre Street spirit, que una vez logra el milagro de levantar veitemil brazos belgas al aire.
Tras (la) otra pausa, Thom regresa con un parco “esta canción empieza en fa, adivinen”. Es el chance sorpresivo de The Bends, el tema, antes de cerrar con Everything in the right place, tema en el que los Greenwood le roban la escena a Yorke, arrodillados ambos en el suelo, jugando con sus artificios electrónicos.
Medio año antes los vi en un festival. Tocaron después de Björk y antes de Underworld, cerca de la medianoche. Y fue distinto. Había más cercanía, más energía, aunque el público era más diverso, como es natural, y no eran sólo “die hard fans”. Medio año antes se quedaron saludando al público y riendo por varios minutos. Medio año antes, el público se ganó el que Thom tomara solo su guitarra e interpretara Karma Police, fuera de programa y robándole algo de tiempo a los organizadores.
Hace poco vi una entrevista con Pearl Jam en la que Vedder explica que si ellos tocan un tema cuando ya las luces están encendidas, ese tiempo extra que la gente tarda en salir es proporcional a la multa que tiene que pagar la banda al local. Y que a veces el público se merece ese tema de luces encendidas, a veces el público se merece que las ganancias sean menores porque después de todo ellos los han hecho millonarios y los hacen disfrutar de manera especial un concierto.
Esta vez no hay nada extra. El concierto termina, se encienden las luces y la gente sale.
Y sí, hay aplausos, hay excitación, definitivamente hay placer, pero se siente que falta algo, que pudo ser mejor, que aún es temprano, todos esos síntomas de una euforia no consumada.
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