El Minotauro de Kristo
    o el año 2003



    Sueñen, poetas,
    araposos del alma de Dios,
    cretinos del deseo,
    ambiciosos de la muerte,
    y beban y canten y mirren de mis manos; sueñen.
    Os invito cabras, cabrones, cabroncitos,
    a comer la santa Cena
    de la carne de Dios,
    del inconsciente de Dios
    y a publicar conmigo el día postrero
    do nací oscuro
    de la vulva de la muerte.
    Nací muerto, incandecente, altivo
    de la risa de la madre,
    ebrio en el amor de la cadáver
    (yo que anduve, soy,
    yo decadente, Dandy,
    terrorista,
    loco,
    petulante,
    sabio y
    fracasado de amor en las caricias).
    No tengo nada que ofrecerte del mundo,
    no tengo nada que ser del mundo,
    ni un dedal, ni una aguja,
    ni una pistola, ni un violín,
    sino este dolor de muela,
    este dolor del falo
    como un clavo atravesado en la garganta,
    como una espada atravesada en el oído.

    Yo quise escribir
    como un cretino
    que sueña
    demokráticamente
    en los arrecifes.
    Pero estaba prohibido por Dios.
    Dios me había prohibido ante los hombres.
    Y Dios me llamaba:
    "Yván Soledad, fantasma mío,
    carne mía, cruz mía."
    Pero estaba prohibido ante la muerte,
    aunque ésta cantaba
    sirenas
    contra la soberbia de Ulises
    que sueña ser héroe de San Juan...

    Yo quería una red,
    un pedazo de ser,
    una hostia, una campana,
    pero estaba prohibido
    el placer de la mariposa negra.
    Estaban prohibidos los amigos,
    porque a cada estupidez
    el Minotauro abría los ojos
    y rugía dragonamente
    contra los siervos de la poesía y
    oían desde el coro que la suerte era gris
    en las esquinas confusas de la muerte.

    Sólo tengo, sólo me queda
    este dolor que orina
    y esa palabra que duele,
    que aúlla loba parida
    en las entrañas de los dioses.
    Esta palabra loba
    que anda entre los subways,
    entre los senos de las mujeres hermosas
    como una geisha
    en los burdeles.
    Esta palabra como una madre hipotecada
    (que orgasma en los secretos
    y copula en los silencios d'espalda,
    de perfil, de sed,
    al borde del disparo):
    navajas mohosas
    que Dios vende
    en el mercado de las pulgas
    contra todos los poetas del yanquismo.

    ¡Padre mío, que estás en la locura,
    santifícame, orgásmame, úngeme!
    Porque yo vivo aterrado como un santo
    que pasa ebrio, cantando,
    por las sombras del ojo
    de la aguja, de los ojos
    de las vulvas,
    amarillas, azules
    y violetas..

    Io paso pánico, furioso,
    como una monja
    delante del asesino deseado.
    (Yo leo como un negro ciego que pide limosna.)
    Como una niña que ha tomado
    la guagua equivocada
    para soñar el cielo...
    Yo sólo anhelo a Dios en las esquinas.
    En la vulva de l'amada,
    caracol del cielo,
    gimiendo por la risa o por tus hostias de mujer
    te oigo, Dios,
    en las palabras pequeñas, añejas
    como risas, como rosas de lata
    como angustias de moho
    en las paredes, Rumi,
    de tus canciones.
    Yo amo estos sueños inciertos,
    como un asesino.
    Yo amo ese Dios que orina
    contra las copas del templo,
    contra las copas de Jerusalén,
    y contra el fetichismo de las mezquitas
    y contra la costra de la sangre
    de las mujeres en lunas
    asesinadas por los musulmanes
    y por los cristianos.

    ¡Os invito, poetas,
    rebélense en nombre del amor
    contra el cielo y la tierra
    a publicar la muerte
    (la vergüenza, la traición,
    el odio de ustedes
    sulamitamente
    en la nave de los locos
    que levitan
    en el deseo
    de tocar el odio,
    el oído, el inconsciente
    de Dios
    como una vulva)!

    Yo colecciono los clítoris de pan
    de las estatuas de ustedes.
    Los gatos azules de las monjas
    de ustedes:
    en las gavetas inciertas
    de los sueños mohosos de ustedes,
    en la sombra vulgar de mi padre
    y en la sombra reluciente de mi abuelo,
    de mi caballo blanco incierto
    oscuro de otoño,
    en la isla de Patmos,
    do Visnú pasa en el enano verde de la noche,
    do Visnú pasa en el pez falo de Pan,
    do Visnú canta nabimente
    en el reino de los hombres
    (¡oh, Tláloc!,
    ¡oh, Dyonisio!,
    ¡oh, Kristo!)...

    Yo pasé delante del espejo de la muerte.
    Yo tengo Mala Suerte
    como una madre
    que me lleva y que me trae
    en el sinsabor de los amigos
    que publican hermosas ediciones de oro
    y los críticos los masturban
    por fama en el mes de julio
    delante de las puertas de l'Academia.
    Yo sólo escribo debajo de l'arena
    (un ataúd, una cerveza, un mar),
    un vidrio,
    un alacrán,
    un sueño,
    una sed, una ceniza, una farfalla,
    en la madera d'extraños ataúdes
    el nombre mío de Israfil
    ebrio, Henoc,
    distante
    esquizo,
    anunciando
    que Cristo
    ha resucitado de los muertos.

    E io vampiro
    como un Cristo cojo, inclemente, airado,
    como una farfalla
    que reparte la lengua
    entre los niños que matricidan,
    que corren, aúllan y
    mastican amapolas,
    espinas y pompones
    en el sueño americano
    (cabroncitos de Dios, ¡despieten!)
    d'esas madres de trapo
    que los visten
    y los cantan y
    los envían al infierno.

    Las muñecas más oscuras que las madres,
    las madres más oscuras que la muerte,
    más cremadas,
    aumadas, cocidas...
    Esas madres imposibles
    como la ira
    que llorara Jesús,
    marihuanamente solo
    clavado a una rosa lila,
    a un denario roto...

    Madre, he ahí tu muerto;
    he aquí tu sombra, hijo,
    porque Cristo se ha sublevado
    anarquistamente
    como un salmo de David,
    y se ha sublevado como un niño
    mirramente
    que brinca la tablita y
    peregrina,
    en el columpio de la cruz.
    Cristo se arroja en su Volkswagen encendido,
    molotov al hombro,
    como hojas de otoño,
    como lluvia de mar en las espumas,
    como la sed de mar
    en los espejos,
    aúlla la cruz
    altoparlantemente:

    Yo conozco los nombres de todos mis amigos
    que no acudieron cuando estuve triste,
    ni llegaron cuando estuve solo
    ni me dieron amistad
    cuando tuve anhelos,
    ni me dieron sed
    cuando tuve hambre,
    ni me dieron de comer
    cuando tuve insomnios,
    ni me dieron de soñar
    cuando estuve muerto.
    Y ellos te preguntarán, Señor:
    ¿cuándo lo vimos triste o solo,
    sediento o paranoico?
    ¿Cuándo Te vimos nostálgico y furioso,
    desamparado y risueño?

    Yo conozco los nombres de todas las moscas
    que rondaron mis poemas:
    bienaventurado el poeta
    que no plagió la muerte, ni registró la muerte,
    ni anduvo en los poemas del otro poeta.
    Bienaventurado el que no desea su auto,
    ni la espada de su fama,
    ni la mujer oscura de su amigo,
    ni el anhelo podrido de su elogio,
    ni su taza de arroz mezquinamente,
    ni su saliva envenenada
    ni la orgía de su noches de bodas.

    Enterradlo,
    picadlo
    en las latas de salmón molido,
    en los paquetes de condones,
    o en las hostias amarillas y duras
    de los sacerdotes pedófilos
    que rezan delante de las mariposas molidas,
    machacadas
    cuando yo esté
    delante de vosotros
    con ametralladora pulida,
    con niños pulidos
    y abra fuego
    artaudsianamente
    contra ustedes
    y abra el sello azul, y
    abra el ángel rojo,
    y el caballo bermejo del otoño abra
    (una noche del eclipse
    --un eclipse de la noche--)
    y t'escupa Dios, lector, por cobarde,
    por pasivo,
    por tibio,
    por cabrón,
    mientras los judíos cantan
    un sabbat
    fascista
    contra los puertorriqueños
    y los negros.

    Yo creo, blasfemo santamente,
    yo bendigo a la pluvia
    como a este dolor de muelas,
    como a esta fiebre de otoño,
    este miedo, este pavor,
    como a esa nieve que cae
    detrás de tus ojos enamorados...
    como esa muerte tuya
    y esta muerte mía que lloran
    en las palabras duras del poeta,
    y en las palabras tiernas de los muertos.

    Yo me sublevo, Cristo.
    Me sublevo, amor, enamorado de la vida,
    de la muerte altiva que se enamora de tu carne
    y me visto delicado,
    me plancho,
    me almidono
    como si la muerte me hubiera
    caído de las rosas,
    y el cielo
    me hubiera caído
    de los labios de l'amada.

    He aquí, minotauramente,
    yo estoy delante del Hades y clamo
    por el héroe mío
    que nos ha de salvar de la costra,
    de la maldad, de los burgueses.

    Yo t'escribo con mis uñas,
    te hurgo el corazón
    con est'alma que canta y
    te llamo a que me oigas
    (en las palabras violentas del amo
    --en las palabras tiernas del odio--),
    mientras brincas el tiempo
    aliciamente,
    en los columpios inciertos,
    en los caballos de ajedrez que bermejan
    la hora en que Cristo orina
    contra las vitrinas de Broadway.

    Oh, yo te invito, poeta,
    navideñamente, porque
    os ha nacido un Terrorista en la ciudad de Belén,
    yo te sublevo con mi voz de ángel
    (de buzo, de astronauta, de gígolo),
    una mañana de otoño
    do caerá la nieve de tus ojos;
    yo te invito a divagar,
    entre el insomnio y la noche,
    este sueño de amor
    do te clavo las navajas
    de oro enamoradas
    contra tu confort de mierda.
    Yo te invito a soñar como semen,
    yo te invito cristianamente,
    como a esas hostias o a esas moscas,
    o a esos nombres o a esos amigos
    (que no quebraron su cáliz a la hora del amor,
    ni su cuchara a la hora del odio)
    que se burlan y pitan
    y coronan la cabeza de Cristo
    o la cabeza de Yván Soledad
    en las palabras dulces del silencio,
    en el tema del amor enterrado
    (entre el cenit y el nadir,
    entre el ocaso y el alba)...

    Yo os invito, poetas,
    a beber la risa de mis manos,
    a comer la Cena de mi miedo,
    cuando el Minotauro se subleve en Cristo
    (y cuando Kristo se subleve en Tauro
    entre los besos
    con una espada,
    entre las vulvas como una espada,
    yo os invito, entre el orgasmo,
    como la espada del amor
    contra la espada del odio).

    26 de diciembre del 2002
    Nueva York

    -Yván Silén
    <[email protected]>










Nosotros que nos hemos sentado en el piso una vez que nos retiran las mesas de los cafés.
Que sucumbimos ante la plaza Isabel la Católica, giratoria, umbilical.

-Daniel Pratt
<[email protected]>

  
Franela blanca, jeanes, un chaleco amarillo. Lentes rojos de montura gruesa de pasta negra.
Voltea a verme, no me he dado cuenta de que la miro fijamente.

-Alejandro Graziani
<[email protected]>

 Año 4. N° 42
Enero 2003

En este número:

Nueva Sección: Ciudad


Carta Urgente a Mario Benedetti.
-Héctor Torres [descontento]

A manera de agradecimiento (con dejos de farándula)
-O. [música]

Gracias te doy por tan poco y por tanto a la vez.
-Mario Meléndez [especial]

Malcontada la historia, ningún cronista reseña el hecho cierto
-Rigoberto Rodríguez [fotografía]

A mí ha llamado mucho la atención como la cultura no es protagonista de este llamado”proceso”.
-Edilio Peña [punto de fuga]

Confirmo mi sensación de la noche.
-Luis Nouel [viajes]

La literatura no se encuentra sólo en los libros.
-Jesús Nieves [libros]

Por fin, en muchos años, se desfila masivamente defendiendo ideales.
-María del C. [asomes]

Luego, cuando escampe, caminaremos por un sendero que es, también, un bosque.
-Pedro Rodríguez [tedios]

y yo, debajo de la cama
me arrastraré dentro de ti
-Mario Meléndez [especial]







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