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Poeta de brazadas frenéticas
Este no parece ser un país de poetas grandes. Ninguna voz fuerte y central, ningún Neruda, ningún Dario, ningún Octavio Paz. Sin embargo, no hay duda de que la Argentina tiene un semillero de grandes poetas que escriben para devenir menores. Girondo, Juanele Ortiz, Mastronardi, Amelia Biagioni, son sólo algunos de los que, sorteando cualquier ademán de monumentalidad, dieron a luz una obra en sordina cuyos susurros y tartamudeos no llegaron a escucharse en los pasillos del Nobel. Y dentro de ese archivo, Héctor Viel Temperley (1933-1987) es tal vez el más inhallable, el más esquivo. Inhallable porque sus libros circularon poco y en ediciones más que restringidas pero también por razones de estilo: como la de todos los que trabajan a contrapelo de la centralidad literaria, su poesía sólo se deja leer corrida de lugar.
Así hay que entender Crawl, ese libro cuyo emblemático estribillo Vengo de comulgar y estoy en éxtasis- vienen repitiendo como contraseña los lectores de culto de tres generaciones. La sorpresa con que en cada una de las vueltas de ese verso se redispara el sentido es lo que hace de Viel un inapresable. Aunque comulgué como un ahogado, dice por ejemplo una de las vueltas como advirtiendo acerca de las consecuencias más bien bajas de todo éxtasis. La poesía natatoria de Crawl se escurre en esas brazadas transitivas que incluso quedan grabadas en la disposición de los versos. (En una memorable entrevista de Sergio Bizzio en la desaparecida revista Vuelta Sudamericana, el poeta se refiere a ese dibujo que arman los versos y que, vistos desde arriba, podrían parecerse a un hombre nadando crawl). La religiosidad también opera corrida de lugar: nadie podría encasillar a Viel Temperley como un poeta católico a menos que se le permitiera comulgar con los cosacos o transformar los rituales en operatorias de fuga (quién puso en mí esa misa a la que nunca llego). Religiosidad surrealista, definió el poeta en la misma entrevista a esa particular estética que lo guía. Una estética que encontraría, en Hospital Británico, su punto más alto.
Los datos biográficos consignan que Viel Temperley murió de un tumor cerebral. Y su último libro de poemas, Hospital Británico, es algo así como un diario de la enfermedad con la cronología trastocada. Un moribundo que confiesa Tengo la cabeza vendada. Permanezco en el pecho de la luz horas y horas. Soy feliz, va repasando su obra anterior para encontrar lo que él llama textos proféticos lejanos. Son ni más ni menos que los indicios, en la escritura, de una enfermedad que se declararía muchos años después. Así es como alguien que sabe que va a morir se autoencarga una antología de su propia obra cosida con el hilo conductor de la muerte. El resultado es una experiencia extrema, fechada saltando hacia atrás y hacia delante, una experiencia que no tiene parangón en la poesía del siglo XX. Sólo quien sabe que se escribe a la medida de la mortalidad, puede buscar (y encontrar) los indicios, en la obra, de una vida dedicada a la literatura.
Así es como esta edición, donde Crawl y Hospital Británico fueron reeditados juntos, permite leer ambos libros de una manera nueva: buscando en cada uno lo que, como anticipo o como antología, se va diciendo del otro. Esa es la particular idea de obra que propone Viel. No hay duda de que sin entrar en contacto con esos libros a los que permanentemente nos reenvía Legión Extranjera (1978), Carta de Marear (1976) y Humanae Vitae (1969) -todavía no leímos Hospital Británico. Y ni que hablar de la sorpresa que seguramente nos depararían los desconocidísimos cinco libros anteriores entre los que figura El Nadador (1967) que ya desde el título mismo promete otra vuelta de tuerca para Crawl.
Una edición exhaustiva de Héctor Viel Temperley, entonces, se vuelve imprescindible. Pero no para momificarlo, no para hacer de él un poeta que parezca grande, sino para entender mejor cómo, encogiéndose en el agua, corriéndose siempre de lugar con brazadas frenéticas, un estilo único e inimitable se mantiene siempre a flote.
Texto escrito por Tamara Kamenszain.
Sábado, 22 de Junio del 2002.
Viel Temperley: Estado de Comunión
Entrevista aparecida en Revista Vuelta Sudamericana, No 12, Julio de 1987, Buenos Aires.
Viel Temperley nació en Buenos Aires en 1933. Con su primer libro, a los 23 años, obtuvo la Faja de Honor de la SADE. Entre ese libro y el último volaron 30 años. Sus lectores, pocos, hablan de Viel como uno de los mejores actuales. Ahora el presente vale- llega de una sesión de rayos y está en la cama, una frazada prolijamente doblada a la altura del pecho.
-Ojóó- hace, sonriendo, y en el piso suena el teléfono.
Por todas partes hay pequeños cuadros pintados por él o por Luisa, su mujer. Hay una biblioteca fina y alta rodeada de fotografías y un Cristo azul acosado por un bosquecillo de plantas sin flores. Viel no es un poeta de cuchicheo mallarmeano. No dice un texto por fin real que será la explicación órfica de la tierra, ni un Cosmos organizado bajo el signo de la belleza. Él dice: lo mío tenía que ser todo un mundo. (Tiempo atrás, hojeando la novela de un sabio, rozado yo por el eco de su éxito, se me ocurrió que la percepción de la belleza tiene que ver más con las sensaciones que con el juicio lábil ocurrencia, pero me gusta esa antigüedad. ¿No hay un dios que desaparece automáticamente si se lo toca demasiado?). Y si habla de sus libros en este caso Legión Extranjera (1978), Crawl (1982) y Hospital Británico (1986)-, hace justamente lo contrario de las gentes que, diría Arreola, caen unas en brazos de otras sin detallar la aventura.
-Desenchufá-pide-. No quiero que me interrumpan.
Le digo que parece que hubiera entrado en escena de golpe, en este último año, cuando tiene nueve libros editados.
-Creo que eso es culpa mía. No hice ningún movimiento para acercarme. No estuve en ningún grupo. Siempre rehuí las presentaciones. Y hasta Carta de Marear, que apareció en 1978, había publicado cinco libros...pero yo tenía la intención de romper mi poesía; la notaba demasiado rígida, como atada a un molde, un principio, un medio, un fin: sabía qué iba a decir. Después pasé a decir, a ver, empezó a interesarme la poesía que me permitía no solamente esconderme sino evadirme y hacer un mundo, tener un mundo.
-¿Evadirte de qué?.
De lo excesivamente claro. Yo me destrozo en cada imagen para esconderme, pero dejo (por ejemplo en Legión Extranjera) citas y personajes que hacen de distintos poemas un solo poema. Así que después de esto, cuando tuve oportunidad de mandar todo al diablo, me encierro con un título, Crawl, y la intención de dar un testimonio de mi fe en Cristo, al que nunca había nombrado: decía Dios; un dios panteísta, no el hijo, el hombre. Y el hecho es que me encuentro con mi poesía al no saber cómo hacerla. Termino explicando cómo se nada, cómo poner una mano al nadar...Pero descubro que para escribir Crawl tengo que aprender a rezar, y empiezo a tener una relación distinta con la oración y con el aliento. Y al fin de todo consigo mencionarlo como éste o ése, con minúscula, porque en aquel momento de mi vida espiritual hubiera sido una mentira poner reiteradamente Jesucristo. A lo largo del libro lo nombro una sola vez. Yo no era dueño de ese nombre.
-Más que la búsqueda de El Nombre parece la búsqueda de un nombre. ¿O pensás que sos un poeta religioso?
-¿Un poeta religioso? No. De ninguna manera. Seré un místico, un poeta surrealista, cualquier cosa, pero no religioso. Hablo de marineros y de nadadores. Jesucristo aparece a través de un rufían, de un vago, de un bañero. Pongo Besarme el rostro en Jesucristo queriendo decir que Cristo me había llevado a besarme a mí mismo en él. En él, pero a mí mismo, eso es lo que me interesa. No me dirijo a él dejando de lado mi amor por esa chica al lado de la lámpara: lo busco ahí. Me bastó con haberlo puesto una vez. Di testimonio. Macanudo. Ya después me copo con la tapa, con el marinero de la caja de cigarros John Player...Yo creía que existía. Me lo había presentado un tío en una pieza empapelada con flores. Y recuerdo que lo quise. Pero ahí dejé de verlo y no volví a encontrarlo hasta mucho tiempo después en un atado de cigarrillos. Había soñado con él, y lo tomé como la cara de Cristo. Dios es idéntico a un marinero, tal vez un marinero judío, por la mandíbula tan fuerte, cuadrada. En lugar de un salvavidas, entonces, le pedí a un amigo que dibujara una corona de espinas. Finalmente, se me ocurrió acompañarlo con la diagramación. Si mirás Crawl arriba es como un cuerpo que va nadando. Yo desplegaba el poema en el suelo y me paraba en una silla para ver dónde había algo que se saliera del dibujo. Me pasaba horas arriba de la silla fumando y mirando, y corrigiendo para que tuviera esa forma. Incluso trato de que las estrofas no tengan puntos hasta la tercera parte, porque quería que fuera un respirar, quería que cada brazada fuera una respiración. Solamente al final, cuando habla con otros hombres, hay puntos y cortes. Pero donde es pura natación, son estrofas.
-¿Y en cuanto al leit motiv Vengo de comulgar y estoy en éxtasis?
-Eso sucedió un día en que estaba terriblemente angustiado y me metí en el Santísimo, la iglesia que está acá atrás del Kavanagh. Sin embargo no soporté estar ahí adentro. Salí, me senté en el pasto, en la plaza, y tuve de pronto una sensación de éxtasis extraordinaria...Y me dije que ese era el motivo para empezar cada parte. Y en la primera sigue aunque comulgué como un ahogado. Eso, como un ahogado...Otra vez, yo venía caminando por el puerto, y entre una fila de plátanos sentí un ataque de Dios, el golpe de Dios, y me puse a llorar. Hay un plátano en Crawl. También recuerdo que cuando yo era muy chico vivía en Vicente López, y todas las mañanas mamá me llevaba al río, cargado en la espalda. Yo todavía no sabía caminar. Y un día me caí al agua. Recuerdo que estaba sentado debajo del agua en paz, sin extrañar absolutamente la vida, la respiración, el mundo. Lo único que sentía era el éxtasis de ver una pared color tierra cruzada por el sol: era un manto anaranjado que yo tenía ante los ojos. Y era feliz.
-En El Nadador escribís ...agua tan azul que el hombre / entraba en ella y respiraba.
-Respira el cielo. Por eso en Crawl me quedo tranquilo hasta que un día nublado estoy en una playa y al cerrar los ojos sale el sol y veo dos figuras blanquísimas, y me dije que iba a escribir acerca de esos dos tipos haciendo guardia en la arena. Ese libro sería Hospital Británico. Yo estuve en el Británico. Caí enfermo cuando vi a mamá que quería morirse, y murió cuatro días después de que a mí me trepanaran. Habíamos pasado tres meses los dos tirados en la cama. Bueno, me operan del mate y a los dos o tres días salgo al jardín. Iba del brazo de mi mujer. Nos sentamos delante de un pabellón, al que llamo Pabellón Rosetto. Volaban unas mariposas y había unos eucaliptus muy hermosos, nada más que esto, y fui rodeado y traspasado por una sensación de amor tan intensa que me arruinó la vida en el mundo.
-¿Cómo?
Sí, la sensación de estar rodeado por cielo, y de que ese cielo me tocara como carne, y que podía ser la carne de Cristo y que al mismo tiempo lo tenía a Cristo adentro...Yo era amado con una intensidad que estaba en el límite de lo soportable. Eso duró una semana. Cuando volví a casa me tiré en el living y abrí la ventana para que el viento moviera la enredadera y estuve hasta el amanecer tratando de recuperar ese estado de comunión, pero no apareció nada.
-Bueno, apareció Hospital Británico.
-El libro de un trepanado. El que escribió ese poema no existe más. Yo, en aquel entonces (no sabía que iban a darme rayos) salí volando con la cabeza abierta: iba a escribir. Se me ocurrió la solución de las esquirlas, lo ordené, escribí lo que habla de la muerte de mamá....y el resto en el estado de un tipo que se había salido de la realidad porque tenía un huevo en la cabeza. Después, sí, después tienen que darme rayos. ¿Quién carajo armó todo eso?. No tengo idea. Llega gente, vienen a visitarme, caen cartas, pero lo que yo tengo que ver con el efecto de ese libro es muy poco. No soy el autor de eso como de Crawl. Hospital Británico es algo que estaba en el aire. Yo no hice más que encontrarlo. Hospital Británico me permite creer que me salí del mundo y no sé para qué. El cielo estaba en la enfermera que pasaba....
Entrevista realizada por Sergio Bizzio.
(volver)
A mi madre, mi único amor y mi único amigo de siempre.
...y has arribado a un sitio desde el cual yo no alcanzo a ver nada.
(Purgatorio, XXVII).
Hoy la llamo Baluma,
dulce caída de popa....
1.
Desde la hoja de afeitar vi todo
con sangre seca y flor rompí el hechizo,
hostia de hotel abierto a sangre seca.
Como tanque de guerra colgado del barranco
henchido como nube, abultado como anca
por tantas campanillas, esta enredada pieza!
Barranco de trompetas, ángeles escarpados.
Gallo clavado como naipe allá en el fondo.
Ni riña ni expiación ni truco: solamente
me cubro de sudor y miro el cielo.
Y la primera vez que tuve entre mis piernas
campanillas violetas:
¿Qué estoy haciendo aquí engañando a todos?...
Qué estoy haciendo aquí me preguntaba
yo que alzaba la vista para verlas
mis primeros veranos, día a día,
como templo atraído por la cuenta?...
Y estaba enamorado, con mis ingles
libadas en silencio y despedidas?....
2.
Estar enamorado es hablar de sus talones,
del tren que iba a su pueblo, del pescado en el patio
junto al cuarto de baño más pobre de mi vida?
Porcelana quebrada entre macetas!
(Tenías el sudor congelado en un prisma
en el fondo del vaso de los hombres
y tu saliva era la cola delgadísima
de ajo de un barrilete).
Decir que son lo único espeso de su cuerpo!
sus talones de pueblo en sus suecos celestes
-solos juntos a la pata de la mesa-
mientras llueve y tiramos los dados por dinero.
Talones como balas antiaéreas
que nunca tuve libres en mis manos.
Herramientas de acero para empezar a hacerlas!
Superficies de sueño y futuras catástrofes
para dibujar con lápiz una estrella
o una flor de la piedra (algo de las alturas)
porque después de todo hablar de sus talones
es hablar de la muerte amarilla que llevan
hacia un cementerio que aún no existe, hacia
un campo
que por ahora es sólo de verduras o frutas.
Y ella no lo sabía, ella nada sabía!.
6.
Porque últimos años...
como un caballo azul es la mañana
sobre una mesa de carpintería,
junto a herramientas lúcidas y castas,
por todo el aire náutico y cerrado.
Puedo gritar, pero no tengo hermanos!
Porque últimos años...
la roca con las piernas más abiertas marea,
puedo volver a hablar de sus talones!
Si duerme boca abajo, por ejemplo, la sábana
pone dos bocas blancas en dos obóes muertos,
hay música salada como sopa y llovizna!
Porque últimos años...
ya no veré en el atrio a ese jinete
que es como ver llover sobre libros abiertos
entre sus caballeros de rodillas?
(En un copón hay piel de sus talones
y en el viento del mar conversan los turistas
con sotanas de niebla, códigos de alcancías....)
Porque últimos años...
las campanillas del barranco inundan
a la caballería blindada y a un recuerdo:
caen brasas en mi pecho adolescente
entre lonas y sol; me despierto aterrado.
Es el primer recuerdo de aquí que yo recuerdo!
Porque últimos años...
a veces llega en ráfagas,
achica el agua, ríe, dice trapajería,
es ella aún en su madre y es mi sangre que baja
por loba adolescente, escarpa barnizada!
Porque últimos años....
a veces llega un viento solar, solano, inmóvil!
Es ella en Él, que vuelve, y mis narices sangran
y es como si partiera de especie y de colmena
y de tanque colgado y de carta de náuseas!
Porque últimos años....
todo eso que enferma la sangre y extravía
y hace sentir al cielo como un reptil alado,
hoy la llamo Baluma, dulce caída de popa,
pero en el tenebrario yo la llamé María!.
Textos pertenecen al libro Carta de Marear.
(volver)
Hospital Británico
Mes de Marzo de 1986.
Pabellón Rosetto, larga esquina de verano, armadura de mariposas: Mi madre vino al cielo a visitarme.
Tengo la cabeza vendada. Permanezco en el pecho de la Luz horas y horas. Soy feliz. Me han sacado del mundo.
Mi madre es la risa, la libertad, el verano.
A veinte cuadras de aquí yace muriéndose.
Aquí besa mi paz, ve a su hijo cambiado, se prepara en Tu llanto- para comenzar todo de nuevo.
Hospital Británico
La muchacha regresa con rostro de roedor, desfigurada por no querer saber lo que es ser joven.
Llevando otro embarazo sobre las largas piernas, me pide humildemente fechas para una lápida. (1984).
Hospital Británico
¿Quién puso en mí esa misa a la que nunca llego? ¿Quién puso en mi camino hacia la misa a esos patos marrones o pupitres con las alas abiertas- que se hunden en el polvo de la tarde sobre la pérgola que cubrían las glicinas? (1984).
Hospital Británico
Voy hacia lo que menos conocí en mi vida: voy hacia mi cuerpo. (1984).
Pabellón Rosetto
Aquella blanca pared nueva, joven, que hablaba a las palmeras de una playa enfermeras de pechos de luz verde- en una fotografía que perdí en mi adolescencia.
Pabellón Rosetto
Soñé que nos hundíamos y que después nadábamos hacia la costa lentamente y que de nuestras sombras de color verde claro huían los tiburones. (1978).
Pabellón Rosetto
Si me enseñaras qué es el color verde claro...(1978).
Pabellón Rosetto
Es difícil llegar a la capilla: se puede orar entre las cañas en el viento debajo de la cama. (1984).
Christus Pantokrator
La postal tiene una leyenda: Christus Pantokrator, siglo XIII.
A los pies de la pared desnuda, la postal es un Christus Pantokrator en la mitad de un espigón larguísimo. (1985).
Christus Pantokrator
Entre mis ojos y los ojos de Christus Pantokrator nunca hay piso. Siempre hay dos alpargatas descosidas, blancas, en un día de viento.
Con la postal en el zócalo, con Christus Pantokrator en el espigón larguísimo, mi oscuridad no tiene hambre de gaviota. (1985).
Christus Pantokrator
La postal viene de marineros, de pugilistas viejos en ese bar estrecho que parece un submarino de maderas y latas- hundiéndose en el sol de la ribera.
La postal viene de un Christus Pantokrator que cuando bajo las persianas, apago la luz y cierro los ojos, me pide que filme Su Silencio dentro de una botella varada en un banco infinito. (1985).
Christus Pantokrator
Delante de la postal estoy como una pala que cava en el sol, en el Rostro y en los ojos de Christus Pantokrator. (1985).
Sé que sólo en los ojos de Christus Pantokrator puedo cavar en la transpiración de todos mis veranos hasta llegar desde el esternón, desde el mediodía, a ese faro cubierto por alas de naranjos que quiero para el niño casi mudo que llevé sobre el alma muchos meses. (Mes de Abril de 1986).
Textos pertenecen al libro Hospital Británico.
(volver)
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