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Top-5: s. Lista arbitraria, extremadamente personal, hecha por un colaborador de Panfleto Negro.
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Próximo Top-5: "5 episodios de literatura erótica (en ficción o vividos)"
De un tiempo para acá he entrado en una fase en la que viajar ha perdido un poco de misticismo. Eso quizas quiere decir que debo viajar más por el placer de viajar, porque recientemente he viajado más para ver amigos que por ocio. Creo que por eso los lugares existentes que quiero visitar no son tantos y creo que por un afán de coherencia, los lugares inexistentes que deseo visitar son cada vez menos. Sin embargo, logré reunir 3 antes del deadline. Seguro que la semana siguiente llegarán otros dos o más.
La zona militar. Yo crecí frente a la zona militar de San Jacinto, donde el ilustrísimo de Sabaneta ensayara (o no) saltos ornamentales de paracaidismo y preparara intentos fallidos de golpes de estado. Esa zona militar, bastísima extensión de nada que abarcaba el horizonte desde el jardín del edificio Camoruco hasta la incipiente Cordillera de la Costa, es el escenario de casi todas las historias de mi infancia y mi temprana adolescencia. Suelo comentar donde vivo que si me despertaba temprano podía ver venados pastar desde el balcón del apartamento donde aún vive Castorila, que a veces veía conejos perderse en el monte, que me solía despertar el alboroto absurdo de las guacharacas y que mamá solía ilustrarme sobre el lenguaje de los pájaros asignando a cada onomatopéyico canto un nombre. Suelo contar que no era raro matar escorpiones antes de jugar futbolito o suspender un juego de beisbol porque una mapanare DEBE ser eliminada. Cuando el monte estaba muy alto para las pruebas militares, los soldados “limpiaban” el terreno prendiendo fuego a las hectáreas de terreno que luego serían el desolado paisaje en el que buscaríamos animales incinerados y cazaríamos remolinos de cenizas y viento. Haríamos excursiones de medio día, a la vista de los balcones de nuestras madres, considerándolo aventuras increíbles, memorables. De vez en cuando el viento viajaría en la dirección opuesta y nos llegarían los efluvios de bombas lacrimógenas que nos harían bajar a todos a la calle, en ropa de cama, con los ojos anegados y rogando por vinagre (esas cosas suelen unir a los vecinos: esas pequeñas hermosas tragedias). De vez en cuando se oirían disparos y raras veces se vería explotar una bomba (y en nuestro mito, nuestra aventura, la zona militar estaba minada y ese medio día turístico era la vida o la muerte). Los paracaidistas se dejarían caer jugando a la guerra y más de uno perdería al caer sobre un árbol ahumado y quebradizo, sobre las líneas de alta tensión o, cómicamente, dentro de algún apartamento, en el que habría de esperar desoladoramente la llegada del dueño, procurando no darle el susto de su vida, procurando no ser asesinado en legítima defensa propia, porque qué carajos haces tú en mi casa, manganzón, y ese cuento del paracaídas se lo echas a tu abuela. La zona militar hoy no existe. El progreso cambió el paisaje desde el balcón de la casa de mi mamá y ahora se encuentra ahí una urbanización sobre la que se rumora que hay que estar bien enchufado para conseguir una solución habitacional. Ahora hay una avenida donde, de noche, los carajitos pican con carro nuevo “hasta dejar los cauchos lisos” mientras que de día sirve para descongestionar la cansada carretera intercomunal Maracay Turmero. El cementerio, allá al fondo, no lo tocaron. Y como en todo espacio en crecimiento, no falta quien secuestra a un taxista y lo arrastra hasta algún sector oscuro de lo que antes era la inofensiva zona militar para ajusticiarlo. Para bien o para mal, para bien y para mal, la zona militar ya no existe.
El edificio abandonado. El edificio del al lado estaba abandonado. Frente a él había grúas amarillas. De una colgaba una contrapeso de concreto que me hacía acelerar en la bicicleta cada vez que pasaba por debajo. No era el único edificio en construcción, pues en algún momento todo San Jacinto se paralizó, pero este estaba justo al lado. Solíamos ir a explorar allí, también rodeados de misterio y aventura. Había panales de matacaballos en los primeros pisos y solíamos tumbarlos a pedradas. En los pisos más altos había nidos de palomas y a veces adoptabamos un pichón caído. Desde arriba se veía magnífica la amenazante grúa amarilla y su contrapeso (disculpenme, cuando me pongo nostálgico sobreadjetivo irremediablemente) y a lo lejos, el lago de Valencia y, con suerte y buen tiempo, que solía abundar, recuerdo, un dejo de los Morros de San Juan. Desde el techo solíamos lanzar rocas, disfrutar de esa cima particular que era nuestra. Más de una vez estuvimos a punto de caernos de las escaleras sin barandas o las ventanas incompletas, pero gracias a Dios estamos todos enteros. Hoy el edificio ya no está abandonado. Ahí vive muchísima gente que no conozco. Antes yo solía conocer a todo el mundo en la urbanización. Ahora ya no vivo allí, por lo que es natural que no conozca a nadie. Lo triste es ver que los niños no se conozcan entre sí.
El abismo. Sueño muy poco. Recuerdo poco de lo que sueño sería un planteamiento más acertado. Sin embargo, sé que sueño con sitios que existen, en general. Recuerdo haber soñado flotar en el aire por encima de la Playa Grande de Choroní, manteniéndome sobre el agua y con temor a caer (ojalá haya un top 5 de sueõs locos), recuerdo haber soñado con los Cliffs de Moher en la costa oeste de Irlanda, sin haberlos visitado nunca, evocando vividamente una fotografía sacada de una guía turística (ahí me lanzaba a las rocas la mujer más hermosa que he visto en mi vida, una mujer con nombre, apellido y novio). Sin embargo hay un lugar con el que siempre sueño. Es una visita aérea a una cascada con todos los atributos de una cascada, arcoiris incluído, pero de forma circular, en el medio del océano (un lago, un río) en la que el agua cae en un vacío tenebroso y nublado.
El Reino de Preste Juan: Hasta leer Baudolino de Eco sólo sabía de ese lugar por alguna referencia de las que pasan frente a tus ojos sin que le des la más mínima importancia. Sin embargo, aquel libro terminó despertando mi curiosidad. Se trata de un mito creado en la Edad Media sobre un reino cristiano en algún lugar de oriente, fundado por un descendiente de los Reyes Magos. Aquel lugar estaba lleno de maravillas como ríos de leche y miel, fuentes de la eterna juventudy seres de pies gigantes. Se encontraba protegido de los curiosos por tribus de salvajes con cuernos en la cabeza, ríos de rocas y un bosque de total obscuridad. Aquel lugar estaba mucho más allá de la tierra conocida y en parte se atribuían sus poderes a que allí reposaba el Santo Grial. Más allá de todo lo sobrenatural de este lugar está lo sencillo que nos resulta creernos nuestras fantasías; en el Siglo XII una supuesta carta del Preste Juan fue enviada al Papa y causó tal revuelo en la iglesia, que se apresuró a responderla con una invitación a “Juan, Ilustre y Magnífico Rey de las Indias”. La misiva fue enviada pero los emisarios, por supuesto, no llegaron a su destino. Pocos se atrevieron a admitir que aquello no era más que una inmensa farsa. Preferimos una mentira mal documentada a una verdad aburrida. Por eso no pierdo la esperanza de que algún día, un explorador en Etiopía o la India se tope con un río de miel del que beben leones amigables y sea recibido por un Preste Juan bien conservado por la fuente de la Eterna Juventud.
Tasca La Revolución, Ambiente Familiar: Me la imagino en El Centro. El nombre flanqueado por un par de logos de Pepsi. En vez de antiguos carteles de toros, afiches amarillentos del MVR y boinas polvorientas. En la barra, fotos del dueño de la tasca con Hugo, Jessie, Cilia y Lina, todos ellos envejecidos y agradecidos de que alguien aún se quiera fotografiar con ellos. En una mesa, un grupo de compañeros, quizás un canoso Saab o un desdentado Maduro recuerdan con nostalgia la época en que daban la batalla en el Congreso. Un poco más allá, cinco universitarios sonrientes hablan de sexo, de música, de cine, indiferentes a toda la decoración. Van allí porque la cerveza es más barata y les da igual quienes son los viejos de las fotos. Casi todos reconocen a Hugo, y cuentan algún chiste sobre él, pero ninguno dedica más tiempo al personaje que se opaca en el papel fotográfico. Fue hace tanto tiempo que ya nadie lo recuerda. Ahora pasan en Caracas y en esa mesa, mejores cosas de las que jamás pasaron en aquella Revolución.
Hace mucho tiempo, en una galaxia lejana…: Díganme un gallo, quemado o como quieran. Pero me gusta la Guerra de Las Galaxias. Me gusta al punto que soy de los que ve con ansias los trailers de Episodio 3. Y me he imaginado cientos de veces manejando el Halcón Milenario por el hiperespacio o disparando a soldados imperiales. Desde los siete años he visto estas películas y en una gran parte de mis juegos de recreo debí llamarme Luke o Han Solo. Aquí no cuenta el buen gusto, ni los argumentos intelectuales. Para muchos los diálogos son flojos y las historias aburridas; pero en este caso lo importante es la capacidad de emocionar que tienen los lugares con los que has soñado de niño. Como dijo George Lucas: la Guerra de las Galaxias es el cuento de hadas de una generación que creció sin ellos.
Leda atómica: Quisiera flotar junto a Leda en un universo en el que el caos tiene un orden. Valerme de la ingravidez para desplazarme con elegancia hasta ella y dejar que sus dedos rocen mi largo cuello hasta que los escalofríos desordenen mis plumas. Que sus piernas tengan que recurrir a una pose antinatural para ocultarme su vértice pues estoy a sólo un aleteo de envolverla. Quisiera que los elementos respondan sólo a mi deseo; que estén quietos donde deban y muy inquietos donde estoy yo.
La Realidad Publicitaria: Me despierto peinado y me paso la prestobarba como si fuera un ejercicio para los bíceps, que por cierto tengo perfectamente esculpidos. Tras aplicarme el Aftershave de Boss, una chica de labios carnosos me pasa la mano por la cara para comprobar que la tengo lisa, angulosa y simétrica. Sus piernas tijeretean bajo una piyama de hombre que ha dejado convenientemente desabrochada hasta el ombligo. Aparezco en el ascensor con un traje Dolce Gabana cortado a medida, la vecina percibe mi colonia y me regala una mirada sensual. En la planta baja me espera un portero con traje marcial y me abre la puerta de mi Audi A6 que recorre en un minuto una autopista, un bosque de pinos, el Gran Cañón y un glaciar. En la oficina soy el Director, y sólo tengo 20 años. Todos en la junta que presido esperan ansiosos que apruebe los documentos con mi Montblanc. Me voy temprano de la oficina (para eso soy el jefe), no sin antes despedirme con un guiño de la recepcionista que se humedece los labios pintados con Maybeline. Cruzo el portal y ya estoy en el gimnasio haciendo 10 kilómetros en la caminadora con mis Nike. Apenas sudo. Al salir, vestido de Tommy Hilfiger, me dirijo por una calle de Nueva York a un restaurante en París donde tengo reservada una mesa con una rubia envuelta en Armani. Un oportuno mesonero abre una Veuve Cliquot que pago con mi Visa Platino, y en un pestañeo estamos en mi cuarto amoblado por Ikea donde nos besamos frente a un televisor Philips pantalla plana de 32 pulgadas en el que veo como me despierto peinado y me paso la prestobarba como si fuera un ejercicio para los bíceps, que por cierto tengo perfectamente esculpidos…
5-. “Un Taj Mahal Latino”: Mausoleo levantado por el emperador Hindú Yahan cerca de Agra, en memoria de su esposa (s. XVII). Si nos ceñimos estrictamente al enunciado de este ejercicio, sería equívoco el inicio de mí TOP-5, porque éste mausoleo ya existe, pero en un lugar exageradamente lejano para mí. Visitarlo sería un verdadero milagro y perderme en los reflejos de sus fuentes y en los brillos satinados de sus gemas, un sueño. Ahora bien, como no existe ninguno en Las Américas, creo que si cabría en ésta clasificación y saltaría por unas décimas los 10 en puntuación.
4-. Un McDonald's en la luna. Creo que si los norteamericanos hubieran pisado el suelo lunar a estas alturas del siglo ya habría viajes interespasiales, un Wendy’s y/o Arturo’s. Me encantaría poder disfrutar de un mantecado con sirope de caramelo y baño de maní, mientras miro por la ventana la oscuridad espacial que hay detrás de la luna y también observar al grupo de limpieza “Lunar-Alfa-3099” haciendo recorridos por los alrededores del Macdonald´s con sus trajes de aluminio.
3-. El infierno. Aunque solo de visita, una muy corta y guiada para no quedarme allí achicharrándome. Sé que no existe. Y comprendo también, que hay verdaderos infiernos acá en la tierra, situaciones que por graves se tornan pesadillas vivientes, donde la única necesidad sería salir lo menos chamuscados posible, de ellas.
2.- El cielo. Algún lector inteligente podría entender que estoy haciendo trampa con los dos últimos apartados, pero no, no es así. Si éste lugar existiera me encantaría darle una visitadita e inclusive sacarme fotos. Hay verdaderos estados celestiales deliciosamente orgásmicos en nuestra cotidianidad. Siempre he considerado que el cielo debe ser un parque inmenso y repleto de aves en un día lleno de sol sin nubes o una playa solitaria y muy abierta de olas constantes.
1.- Por último, y lo más importante una Caracas donde el peatón sea respetado, cuidado y custodiado como un ciudadano valioso. Nada más utópico, mucho más que la 2 y la 3. Mi amada ciudad, rica en brillo, belleza, caos y locura es la posibilidad diaria de asesinato para un peatón poco cauto. Esos animales vivos de 4 ruedas que gobiernan la anarquía caraqueña, con vida propia y personajes secuestrados tras los volantes pelean con una como si fuéramos iguales y nosotros solemos perder, en cada esquina y semáforo donde el paso es preferencial para “ellos”... los carros... siempre comento en tono molesto “se creen los dueños de la calle”... A cada tanto encuentro que uno de ellos me cede el paso, entonces le sonrió agradecida y levanto mi mano en gesto de saludo coronándolo de glorias silenciosas.
5. Holserberg. En 1897 Aubrey Beardsley describió en su libro, Under the Hill, el reino de la reina Venus, conocido como Venusberg o Horselberg (nombre que prefiero, pues no da lugar a dudas respecto a otro lugar imaginario, también llamado Venusberg, capital de una pequeña república aristocrática del Báltico que se independizó de la Rusia bolchevique). Situado bajo la montaña de Holserberg, el Palacio de la reina Venus es un lugar rodeado por desmesurados jardines bordeados de avenidas en las que se yerguen altos árboles, arcos, pabellones, grutas y estatuas de inspiración fálica. Las habitaciones de Palacio están decoradas por las pinturas galantes de Jean-Baptiste Dorat, repletas de insinuantes (y en ocasiones) sencillamente obscenas escenas eróticas. Dentro del tocador, es posible encontrar cuatro biombos firmados por De La Pine repleto de un voluptuoso perfume de rosas rojas y agua de lavanda que, lógicamente, hacen pensar en voluptuosos encantamientos.
4. La Alhambra, en tiempos de Boabdil. Existe, pero quisiera poderla visitar en los tiempos de los Nazaríes, antes de la pérdida definitiva ocurrida bajo el infausto reinado de Boabdil. La recorrería toda, pero en especial, desearía detenerme en el patio de los arrayanes a la hora del mediodía en uno de los últimos días del año de 1491. Un lugar rectangular donde dos largos setos de arrayanes flanquean una alberca sobre la que, durante el día, se reflejan los soportales del salón de la barca y la cúbica y terrosa majestuosidad de la torre de Comares.
3. Museo Municipal de Gramblambla. Tal como puede leerse el provechoso artículo de Edgard Lear, The History of the seven families of the Lake Pipple-popple (Londres, 1871), el Museo Municipal de Gramblambla alberga los restos de siete familias célebres de animales, conservados en siete botellas de cristal. Esta visita puede facilitarse si se atiende al hecho que las botellas están ubicadas en: «la nonagésima octava mesa de la cuadrigentésima vigésima séptima sala del corredor derecho del ala izquierda del Cuadrángulo Central del museo».
2. La ciudad de los inmortales. Descrita por Joseph Cartaphilus, (anticuario de Esmirna, tributo de los ejércitos romanos, guerrero en las tierras irlandesas y, por último, elusivo personaje de un cuento contenido en El Aleph), la ciudad de los inmortales es una obra regia, una insensatez, un delirio que no se desea soñar pero que, a su manera, puede ser la medida de los gestos más grandilocuentes de los hombres. El mausoleo de la grandeza y nimiedad de nuestras empresas humanas.
1. La casa de Dolores Haze en la calle Lawn, Ramsdale. Allí debería encontrar, dentro de una casa de madera blanca, una reproducción de «la artesiana» de Van Gogh, un carrillón colgante sobre la puerta, una manzana medio mordida entre los restos de la chimenea, el hueso de una ciruela en el recipiente de una ensaladera, un sofá a raya contra la pared, una galería de intenso verdor y, en el piso superior, una pequeña habitación con sofá-cama y un modesto escritorio de madera donde habría de estar un melancólico Humbert Humbert, encorvado, babeante, en el trance de escribir su diario sobre una agenda de cuero negro con la fecha de 1947 impresa en escalier, paladeando el sórdido y dulce placer de la palabra Lo-li-ta.
TOP 1. El piso 71⁄2 de un edificio en Manhattan: Allí es donde John Cusack encontró un portal para entrar a la mente de John Malkovich. Yo también entraría ¿Por qué no? El tipo es tremendo actor. Entraría al portal justo en un momento en el que esté interpretando un papel protagónico, en la misma “Being John Malkovich” por ejemplo. Si existieran, también entraría al portal de la mente de Monica Belucci en una sesión de fotografías; en el portal de la mente de Bono, dando un concierto en Dublín con U2; en el portal que deja ser Ronaldinho justo antes de meter un gol; en el portal que permite colarse en Diane Krall, cantando y tocando el piano en una fiesta privada y en el portal que entra a Umberto Eco en el preciso instante que se le ocurre una idea para un libro.
TOP 2. La tierra de Nuncajamás: No precisamente el paraíso de Michael Jackson. La original, la de Peter Pan. Ese fantástico lugar que inventó James Matthew Barrie, en el que está prohibido crecer. En el último par de años he ingerido una sobredosis de adultez; será por eso que mis fantasías escapistas me llevan a un lugar como la tierra de Nuncajamás, en la que puedo volar, jugar todo el día, ensuciarme sin que me importe, ser una niña perdida, respirar bajo el agua, ser una sirena y donde básicamente el mundo gira gracias a la imaginación y a las sencillas e inocentes teorías de los niños. Como las de Sofi, mi hija de dos años y medio, que cuando se corta, se chupa el dedo porque dice que eso es salsa de tomate.
TOP 3. El lugar donde hay vida después de la muerte: Desde niña imagino que existe ese lugar. No me atrae tanto lo que haya, si es bonito o feo, si es un cielo o un infierno, ni corroborar si realmente existe o no. Me interesan los que ya no están aquí y que podrían estar allí. Me interesa lo que podría conversar con ellos si pudiera visitar ese sitio (y luego volver claro, pendeja no soy). Tendría largos y cómplices cotorreos con mis abuelos sobre mis padres y sobre mis ancestros por ejemplo; me tomaría un extendido café o una cerveza con Einstein, con Mozart, con Dalí o con Gandhi (bueno con Mahatma un vasito de agua), así como con tantos otros personajes que encuentro fascinantes. En teoría, como se cree que es un lugar puro en el que todos somos iguales, me sentiría totalmente confianzuda y franca como para tratarlos de “quehubo pana”, aplaudirles sus genialidades y criticarles sus barbaridades.
TOP 4. ¿El infinito y más allá? o ¿Los confines del Universo?: Aquí sí mi deseo es comprobar si existe o no; hasta donde existe, si existe; qué existe, si existe; cómo existe, si existe; para qué existe, si existe y por qué existe, si existe.
TOP 5. La mente de algunos hombres: Este se parece al primero pero con un toque despiadado, feminista y narcisista. Lo siento señores, pero hay algunos hombres en los que no parece existir este lugar. Lo peor es la facilidad (y la injusticia) con la que el mundo ha permitido que lleguen a ocupar cargos trascendentes, puestos políticos importantes que exigen altos niveles de conciencia social y responsabilidad. Situaciones en las que no basta tener una mente sino que además hay que tener una buena. Hay unas cuantas vacantes por toda la Tierra. No hace falta poner ejemplos. He fantaseado visitar estas cabezas vacías. Por el solo hecho de ser mujer, o al menos tener mi feminidad mucho más desarrollada, soy más pacífica, más prudente y con mejores destrezas sociales que cualquiera de ellos. Atributos, que según los estudiosos de la paz, no son suficientes pero sí necesarios para evitar las guerras y superar los conflictos.
Siendo éste mi primer Top-5, el primer lugar que me habría gustado visitar es mi imaginación, que sigue tratando de convencerme todos los días de su casi inexistencia…
Top-5. La habitación del Sultán Shariar y su esposa Sherazade: Sólo tengo que imaginarme la tensión de la primera noche en ese cuarto, y se me ocurre que este lugar inexistente sería uno de los mejores para visitar en esos momentos en los que no me conformo con mi propio estrés. Estaría lleno de almohadas con bordados dorados, de esos todos exóticos, y constaría de una cama cómoda para todas las travesuras asesinas del Sultán. La cama estaría cubierta de velos misteriosos y de colores fúnebres-como para aterrorizar más a las mujeres que están a punto de ser desvirgadas. Tendría canales a los lados para que corriera la sangre de las ex vírgenes (¿o todavía lo serían? No, no lo creo) sin ensuciar nada, dando además la impresión de que se está rodeado de una fuente. Además, si me pudiera quedar de huésped por unas mil noches (tan sólo para dejarles su última noche a solas), seguramente aprendería a contar alguna historia con la picardía que estoy necesitando en este momento para mantenerte atento.
Top-4. El apartamento de Esteban: Hace unos meses estuve escribiendo un cuento malísimo. Daniel me lo dijo: Las descripciones de mis ambientes eran cada una peor que la otra. Puede que el apartamento de Esteban fuese un lugar terriblemente descrito, pero eso no me quita las ganas de ir a visitarlo. Y en realidad la única razón por la que iría a ese apartamento en Colinas de Las Mercedes sería para verme con el desgraciado de mi personaje. ¿A hacer qué? No tengo ni idea. Podría destruir su existencia quemando las hojas de papel en las que yo lo creé, o podría ser tan estúpida como para ir a enamorarme otra vez de la idea que el inexistente ése representa.
Top-3. Hogwarts: No, no es una broma. Aunque yo odiaba a Harry Potter en todas sus versiones, después de haber tenido que leerlo por cuestiones académicas no puedo negar que Hogwarts- el colegio de magos y brujas donde Potter aprende y desobedece órdenes- sería un lugar muy interesante para estudiar. Se llega el primer día de clase y todos se echan tremendas papas; “bautizan” a los nuevos (aunque no tiene nada que ver con los temidos bautizos que nosotros conocemos: Sólo les ponen un sombrero parlante en la cabeza); al día siguiente todos van a unas clases rarísimas que, además siempre resultan importantísimas para la supervivencia de los alumnos durante ese año escolar. Yo gozaría un mundo ahí pero estoy segura de que también sufriría accidentes horribles; por ejemplo: Segurísimo me caería de las altas escaleras movedizas. En Hogwarts, mi clase favorita sería la de Pociones, que aunque la dicte el profesor Snape- grosero y grotesco-, debe ser una especie de clase de química muy entretenida.
Top-2. 2º de Ciencias B del Colegio Emil Friedman (Promo 2003): No es que el salón como espacio físico haya dejado de existir. No éramos tan desastrosos, y lo máximo que puede haber desaparecido después de nuestra estadía son los ventiladores. Lo que ya no existe -bien porque ya nos graduamos, bien porque ya ni nos vemos- es el concepto de “somos un grupo” que todos teníamos en la cabeza creo que desde 9º. Ese salón no existe y, de hecho, dejó de existir para mi más temprano que para el resto de los otros alumnos, porque yo me tuve que ir. Me perdí todo, o casi todo, lo que se vivió en el penúltimo salón del pasillo del ala oeste del último piso del edificio de bachillerato. Y lo quiero visitar para cerrar un ciclo, o para reabrirlo. Quiero pasar todas esas fechas importantes que viven los alumnos de 5º año junto a sus panas y que luego se convierten en historias para remembrar y soñar, pero… ya no existe. Ya no deben existir ni mi silueta dibujada en la pared blanca de atrás, ni el rayón en la misma que dice “lince u onza” -que no sé de dónde salió. Ya pintaron las paredes, ya nos graduamos, ya nos alejamos, ya ese lugar, que yo sólo puedo imaginar, no existe más.
Top-1. Caracas, 16 de Agosto 2004: ¡Ganó el Sí!
5. Palestina. Que me perdonen los palestinos, pero no, su país no existe. Por otro lado, que me perdonen los Zionistas, yo comulgo con su dolor milenario, pero igual me hubiese gustado ver lo que era también mi tierra santa, antes de que ustedes convirtieran pueblos enteros en estacionamientos.
4. Coruscant. Veinte segundos de tomas aéreas fueron suficientes para despertarme el deseo de estar allí, la ciudad-planeta, capital del imperio.
3. Un país sin estado. Cualquiera, no me importa el tamaño, tampoco me importa si el clima, la economía o su sociedad son un desastre, sólo quiero entrar a un lugar sin mostrar identificación, saludar, sonreír, respirar sin pedir permiso. Quiero un instante sin políticos ni militares, gente que se cree importante, o cualquiera de esas formas bajas de existencia que avergüenzan, humillan y desprestigian a toda la raza humana.
2. Caracas 1950. Sin importar la dictadura (gran cosa, como si nuestra democracia fuese tal), en 1950 la época dorada de esta ciudad estaría comenzando, sería testigo de la construcción de todas las maravillas que ahora son ruinas, de una ciudad que ya no existe. Buscaría a mi familia y les diría en qué invertir, atravezaría los proyectos, manejaría por anchas avenidas de madrugada sin preocuparme por mi seguridad. Respiraría brisa de Avila y tomaría fotos, miles de fotos.
1. Microdanielesia. Mi refugio en el pacífico sur ha tomado distintos nombres a lo largo de los años y este es el último y más ridículo. La gente que desee mudarse deberá cambiar el efectivo por piedras (aunque habrá poco que comprar pues la playa y el alojamiento serán gratis). Cada quien tendrá que desarrollar sus habilidades de caza y pesca y resolver sus necesidades lo mejor que pueda pues no habrá esclavos, claro, exceptuando a aquellos sirvientes cuyo único móvil será su admiración por los grandes funcionarios de la isla. 290 días de sol, la mitad de los cuales estarán adornados por cúmulos caraqueños que por un extraño fenómeno meteorológico aparecerán en esas latitudes, 70 días de lluvia distribuidos de manera que nuestra cocecha sea abundante. Sin las presiones de occidente, los habitantes de Microdanielesia nos dedicaremos a convertirnos en mamíferos grandes y a pesar de que será una sociedad anarco-socialista, obviamente yo seré el máximo emperador, El León. Me vestiré con batolas de acuerdo a la estación del año, cabalgaré una llama y llevaré orgulloso los dreads reglamentarios que me identificarán como descendiente directo de Jabú, El Supremo. Para los interesados, existen puestos libres en distintas instancias del ejecutivo, salvo el Ministerio del Pollo, reservado desde hace años por Pedro Rodriguez.
1- Si existe, pero es muy difícil estar allí. La vagina de una mujer. Se visita, pero no completamente. He pretendido hurgar, he saboreado, olido, inspeccionado, y sigue siendo territorio virgen, aún después de lo que tu quieras. Tocar y mirar, descubrir la zona perfecta que genera gemidos y miradas que no se pueden sostener. Hay que estar, y no "pasar" por ahí.
2- Este sitio también existe, pero fuera de este país. Es una cárcel común, de esas de las películas, con celdas individuales, baño incluído, los reclusos leyendo. ¿Se acuerdan del teatro penitenciario? ¿Se han preguntado cómo son las visitas conyugales? En la litera, pones sábanas como cortinas, y callados. Lista de precios: Recibir una llamada, tres mil, perico, cinco, diez, y quince mil, veinte mil cada bala, revólver tres tablas y automática cinco,tabaco de marihuana mil y meter un celular doscientos mil. Granada, doscientos cincuenta mil.
3- La quinta "La Unidad"
4- El espectro radioeléctrico, ése que nos pertenece a todos.
5- En el salón de clases de "La Sociedad de Los Poetas Muertos" cuando los alumnos, algunos, nos paramos sobre los pupitres.
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