Leave it behind

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Un buen día recordé que en el Koopjeskrant, el negocio redondo belga, existía una sección descifrablemente titulada Concerticketen. Esperé al viernes en la mañana, día en que puntualmente salía a la calle el periodiquito de páginas amarillas y efectivamente, había al menos diez entradas para los dos conciertos que U2 daría el siguiente fin de semana en la ciudad, a la venta a precios exorbitantes. Ese domingo Gerard y yo manejamos hasta poco después de Lier para buscar dos entradas en arena a poco más del doble del costo original. En la gira POP me convencí a mí mismo de que nunca vería a Bono y su combo y ahí tenía el ticket en la mano, que hubiera temblado de no ser por ese pesimismo que me impide celebrar las cosas hasta que ya nada puede detenerlas. El tema no se tocó por siete días.

Ese 5 de agosto llegué a casa de Gerard quejándome de las cada vez mayores fallas de mi bicicleta así que después de su ducha y buscar en el mapa una ruta ciclística razonable al Sportpaleis de Amberes, me prestó su bicicleta y una cadena. Excelente táctica además, porque rodando no tan cerca del recinto ya no había puesto para un carro más. Y el tram colapsaría de seguro a la salida. Encadenamos las bicicletas a una reja y entramos a la arena. En la puerta había al menos unas quinientas personas dispuestas a pagar cinco veces el costo de la entrada mientras ya los Stereophonics ya comenzaban su rol de teloneros. Con la entrada nos colocaron una pulsera de papel plastificado y entramos a la olla a afrontar la dura realidad: el belga promedio es como diez dentímetros más alto que nosotros. Apeneas veíamos pedazos de guitarra y retazos de camisas a través de la filigrana de cabezas que poblaba la cancha. Avanzando lo más que podíamos tropezábamos con verdaderos fans de los Stereophonics que a mí me sonaron a otra banda británica más. Pratt dice que todas las ciudades quieren ser París, pues todos los grupos británicos quieren ser los Beatles. Al rato, luces e impaciencia. Cuatro chicas uniformadas de negro con un corazon rojo de luces en el pecho intentaban animar a las miles de personas iniciando una ola. Llegaba unas diez sillas más allá.

Aprovechamos la pausa para buscar unas cocacolas y regresamos para ver hasta dónde podíamos llegar. Nos detuvimos cerca de un grupo de gente como de nuestra estatura detrás de quienes teníamos excelente visibilidad de la tarima que estaba casi vacía. La ola ya recorría la mitad de las tribunas y en el camino se atravesaba un par de espinas dorsales de cornetas. Comenzaron los aplausos, silbidos, "Bono, Bono, Bono", las manos sobra la cabeza y ya la ola daba una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete vueltas enteras al Sportpaleis cuando las luces se apagaron. Te apuesto lo que quieras a que arrancan con Elevation y Gerard no me paró mucho. Un grito, un sólo ruido, indivisible, cuando aparecieron y dispararon Elevation. Luces blanquísimas nos ciegan con cada coro. Siguieron Beautiful day y Until the end of the world. Bono se acercaba a la gente gracias a que la tarima extendía sus brazos en medio de la arena. Acerca sus manos, mira a las chicas a los ojos, se acuesta y se deja fotografiar por una mujer, le quita la cámara y le toma una foto en la que seguramente contendría la emoción para poder mostrarla a sus amigos.

Sobre la tarima se encienden cuatro pantallas que siguen cada movimiento de Bono, The Edge, Adam Clayton y Larry Mullen Jr. Bono saluda al público en perfecto flemish, con algo más que un buenas noches Antwerp y se dispara New Year´s Day. Tras veinte minutos de brincos ininterrumpidos, continúan con Kite, Gone y New York, que se quedaron en mi memoria como "tres canciones suaves del último disco". Sube a un par de niñas para que vean el concierto desde la tarima. Bono juega con la gente y la anima increíblemente, Edge se acerca y lo acompaña en sus juegos sin perder la guitarra ni un segundo, Mullen y Clayton permanencen en la tarima y parecen disfrutar del espectáculo. Regresan los brincos con I will follow y Sunday bloody sunday, que se extiende para siempre mientras Bono obtiene una bandera de Irlanda y la mira con nostalgia o tristeza o rabia, estirada en el suelo de la tarima.

Stuck In A Moment You Can't Get Out Of en conjunto desde la tarima, In A Little While (con una vocalización coleada de Spirits in a material world) y la banda entera se acerca al vértice donde se unen los dos pasillos, que debe ser el centro de la arena. Le acercan un redoblante y un platillo a Mullen, Edge tiene una guitarra acústica y Clayton trae su bajo y entre todos montan Desire a diez metros de mi cara. La sección rítmica se retira mientras Bono habla de Berlín y de su participación en el cine con Wim Wenders como introducción a una versión acústica de Stay, faraway so close.

Luego vinieron Bad y Where the streets have no name mientras comenzaban a descender cortinas del techo en las que se proyectaba inmensa la sombra del cantante. Del suelo aparecen pantallas que proyectan una bailarina de colores ácidos para dar entrada a Mysterious ways (introduce timidamente el corito de "Sexual Healing") y permanecen uniformadas de un verde fosforescente durante The Fly. The edge amenaza a Bono con la guitarra, lo lanza al suelo y las botas golpean las cuerdas.

Interrumpen el espectáculo y regresan con estrobos. Se proyectan fotos de guerrilla, de guerra, de pacifistas; un mensaje en el que remarcan que los cinco países con mayor índice de exportación de armas son también los más pesados participantes de la ONU. Por supuesto, arranca Bullet the blue sky. Me puse a brincar como un degenerado. Las luces se apagan todas y mientras Edge destruye su guitarra, Bono, con una lámpara potentísima en la mano, apunta a la gente como con un arma gritando desesperado zooropa! zooropa! zooropa!

Arranca With or without you y Gerard se da cuenta de que tiene los brazos erizados. Bono estira una mano al público y le halan la camisa hasta casi hacerlo caer. Hace un amago de patear al culpable y le lanza una mirada de indudable odio, se rasga la camisa en un grito y se retira. No le cuesta entrar de nuevo en su papel y la banda se retira por segunda vez. Vuelven con One y una franela nueva exacta a la anterior. Casi en silencio suena Wake up dead man y mientras las luces proyectan en el techo y sobre la gente todas las cosas que podemos dejar atrás, despiden el concierto con Walk On.

A la salida, realmente batallamos por conseguir una franela de la gira y nos acercamos al centro para comer unas pitas cerca de la catedral, en homenaje o añoranza a las tantas arepas en Misia Jacinta al salir del poliedro.

Para cerrar, me permito transcribir un párrafo de Gerard sobre el concierto:

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