Robin Hood : Tirando Flechas

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1979


La flecha del «Robin Hood» de Ridley Scott busca, milimétricamente, el centro de la diana de «Gladiador» con Rusell Crowe, así como sabe apuntar hacia el blanco de mayor calado social en la actualidad. Es decir, la furia desatada contra los titanes y semidioses responsables de la debacle del olimpo de la economía de mercado. No por casualidad, es el mismo target explotado comercialmente por la película más taquillera de la historia, filmada entre el planeta Pandora y los escombros marxistas, de lucha de clases, de “Titanic” y «El Acorazado Potenkim».Curiosa fórmula populista de Hollywood para sanear sus financias en un tiempo de depresión, como el de ahora. Rebelarse vende.Paz a los restos de Sergei Eisenstein.

Por consiguiente, en dicho contexto geopolítico, se enmarca el estreno y la producción de la nueva «precuela» del famoso arquero del bosque de Sherwood, quien regresa para capitalizar el espíritu de venganza del pueblo llano ante la deblace de su clase dirigente en la administración de los recursos públicos. Y no es la primera ni la última en su estilo, luego de «Avatar».

Por ahí viene también la secuela de “Wall Street”,de Oliver Stone, para sacar beneficio de los daños colaterales de la caída de la bolsa de valores. Irónicamente, así se cumple una de las premisas del capitalismo salvaje en el ambiente de la meca progresista y neosocialista del siglo XXI: extraer plusvalía de la crisis a través del incentivo de un consumo artificial, supuestamente hecho para sedar y curar los males de la enfermedad neoliberal.

En tal sentido, debe comprenderse el paradójico lanzamiento de Robin Hood, porque aunque usted no lo crea y le parezca absurdo, se le rescata del pasado de leyenda para robar a los pobres del presente, a objeto de darle a los ricos y peces gordos de la industria.

Para conseguir sus fines, la película se vale de los siguientes medios demagógicos, algunos efectivos, otros aborrecibles. Primero, se hace una crítica superficial de la corona inglesa, justificando su corrupción interna por la influencia perniciosa del imperio galo.

Los franceses son, durante buena parte del metraje, los chivos expiatorios de la trama y los sacos de boxeo, donde el autor descarga sus peores golpes bajos, cual candidato nacionalista del frente derechista de Le Pen, cuyo principal argumento para arrancarle votos a los electores confundidos, reside en alentarles sus instintos básicos de destrucción nacionalista.Ridley Scott juega, como Hugo Chávez, con semejante fuego fatuo, para encender la llama de la taquilla a base de gasolina patriótica.

En consecuencia, brinda una peligrosa legitimidad a las campañas xenofóbicas, racistas, integristas y fascistas de hoy en día. Una notable incongruencia con lo planteado por el autor en sus alegatos de tolerancia, para títulos como “Reino de los Cielos” y “Blade Runner”, obra maestra de la necesaria reconciliación del hombre con su doble, con su replicante y con su alteridad absoluta.

Temáticamente, Robin Hood tiende a adaptarse mejor a la corriente paralela desplegada por el director en películas de culto como “Alien” y “Black Hawk Down”, amparadas y sustentadas por medio de un maniqueísmo elemental en blanco y negro, de nosotros versus ellos. En el fondo, se trata de la demonización y de la inquisición de lo francés, estimulada por el gabinete republicano de Bush, cuando inventaron aquella necedad de las «freedom fries».

Con cerebro de papita frita, el cocinero pretende equilibrar las cargas de su discurso antisistema, al caricaturizar por igual a los monarcas y descendientes de la herencia de Ricardo Corazón de León. Son personajes estereotipados de una sola pieza, dibujados con brocha gorda. Se dejan manipular por la conspiración extranjera del enemigo infiltrado, cometen abusos de poder a diestra y siniestra, cobran impuestos para sostener su estilo de vida ostentoso, y en general, le aportan significado a la cruzada del héroe en pos de la liberación de su pueblo oprimido.

Por supuesto, aquí Ridley Scott afina la puntería y le clava otra estocada, indirecta, a la moribunda y rancia dinastía alojada en el Palacio de Buckingham. No obstante, el discurso del guión carece de consistencia y mueve a la sospecha por su notable ambiguedad moral, en doble rasero.

Después de todo, el Robin Hood del 2010 se conforma con servir a su país, como un soldado obediente, en defensa de su majestad. Sólo aspira a un cambio Gatopardiano, y a conseguir a un verdadero padre sustituto en la cúspide de la jerarquía del estado.
Su problema interno es un típico conflicto edípico,saldado con un mensaje aleccionador de índole paternalista.En definitiva, no quiere modificar la estructura de dominación, sino apenas encontrar a un auténtico soberano identificado con su prole y viceversa.

Mención aparte para el casting de secundarios y para la «sanchesca» manera de presentarlos. De lo poco por rescatar del film.El pequeño Juan, el Fraile Tuck y Lady Marion entran en acción para aligerar el contenido y neutralizarle su exagerada solemnidad. Incluso, Russel Crowe hace un esfuerzo estimable por no lucir tan tieso, rígido y grave.

Fenomenal la escena de la fiesta nocturna y el humor negro de cada aparición de Max Von Sidow, un coloso en tierra de enanos(con porte de Hobbits medievales, bonachones y bebedores).

Patéticas las secuencias incorporadas por el villano de la función, Mark Strong, estancando y cicatrizado en el rol del verdugo oscuro, desde sus contribuciones para Guy Ritchie. Verbigracia, la reciente «Shelock Holmes».

En resumen, una película de las menos personales y radicales de Ridley Scott, pero preferible a sus últimos dislates. Quizás la redima su intento de recuperar la senda de la aventura épica, con una seriedad mayor a la de sus rivales contemporáneas,infantilizadas y recicladas según el estándar de «Piratas del Caribe». Posiblemente, sea una compañera de ruta de la simpática,»Cómo entrenar a tu Dragón».

De seguro, su final feliz en comuna y alejado de la realidad del tormento despótico, suponga y constituya la más clara de sus imposturas, en un happy ending a la usanza Disney de «El Retorno del Jedy» en el interior del bosque. Entonces, el mito del buen salvaje se perpetua a la espera de una segunda parte y con retoños.

En palabras de Baricco, los bárbaros regresan para civilizarnos y domesticarnos con sus cantares de gesta. Así los leones nos convierten en mansos corderitos. Y de Robin Hood pasaremos, pronto, al reinado de «Shreck Tercero». La saga de «Lion King», continúa. Es la historia como tira cómica o atracción de parque temático de Mickey Mouse y Román Chalbaud a lo «Zamora».

Bienvenidos al Artificial Kingdom de la cultura de masas. Larga vida al arte kistch(de propaganda). Como diría Sex Pistols: «No future».

3 Comentarios

  1. de verdad yo no se porque carajo los estadounidenses le tienen tanta tirria a los franceses, porque que yo sepa no es la primera vez que los estigmatizan así, y aun mas desde que Francia decidio no apoyar la guerra de bushito, por lo menos indirectamente…
    y de Robin, esta pelicula me dio sueño… porque esos malos estaban de toque, con todo y lo medio enclosetado de Carlos Strong, queda muy lejos del que hizo el Rey Juan… ese si estuvo patetico…
    en descarga de Carlos, lo hace mucho mejor en Kick Ass…
    igual la cartelera sigue tirando flechas al igual que el el publico que espera que le den algo bueno… muy triste…
    saludos men

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