Vörösmarty y el hombre del Metro

Notas de viaje desde la capital Húngara.

por Daniel Pratt.


Secretamente queríamos devolvernos a Praga, no la conocimos lo suficiente. Además, el viaje en tren prometía no ser muy bueno, parada en Breclav, esta vez a las 3 de la mañana, un chocolate caliente revitalizador y de vuelta a Viena. ¿Cuántas veces en un solo viaje puede estar uno tirado en el piso de Sudbanhoff? Partimos de nuevo, nuestra gripe no nos dejó disfrutar de esos paisajes de césped amarillo y mediterráneo que pasaban por nuestra ventana.

Desde que las autoridades de aduana nos revisaron nuestros documentos latinoamericanos en el tren, nos dimos cuenta de que estábamos en un país distinto. Cada vez que pronunciábamos nuestro origen, nuestros interlocutores húngaros dejaban ver una especie de camaradería entre países pujantes, propia de habitantes de tierras más cálidas, de gente sencilla y sin pretensiones primermundistas. Quizás uno de los logros de la brutal represión comunista fue preservar la humildad de la gente.

Entre el caos de la estación Keleti pályaudvar, no podía imaginarme cómo hicieron los soviéticos para poner en fila a esta gente. En medio del desorden me sentía en un pueblo italiano del sur, entre gitanos de tez oscura, gritos y fachadas mediterráneas.

Por no esforzarnos mucho en la búsqueda de un sitio donde dormir, nos dejamos caer en la trampa de Hostelling International. Conocimos en la estación de trenes a un rumano que trabajaba durante el verano en la turística capital de su nación hermana, nos montó en una camioneta que nos condujo a una velocidad imposible por las calles congestionadas hasta nuestro destino en el "Hostel Diáksport", donde a pesar de sus reveladores baños sin puertas, tuvimos una cómoda estadía.

Lo primero que hay que saber sobre ésta ciudad es que Buda, al oeste, es montañosa, Pest, al éste, es llana y están divididas por el Danubio, que no es tan azul. Aunque esto último es verificable en Viena, el Danubio es más obvio en Budapest pues en torno a él se congregan algunas de sus mayores atracciones. Obvia también es su majestuosidad, a diferencia de otros ríos que atraviesan grandes capitales, el Danubio es verdaderamente gigantesco, lo suficientemente grande como para albergar a ese gran sitio de retiro que es Margit-sziget (la isla de Margaret), como para ser navegado por cruceros que hacen palidecer a los Bateaux-Mouches, como para cansarse de atravesarlo a pie.

Pasamos un par de horas buscando un cajero automático, después caeríamos en cuenta que, a diferencia de nuestros países, en éstos ex-comunistas los turistas son los principales usuarios de los cajeros automáticos y por lo tanto, solo hay máquinas donde se encuentran personas de tez clara con cámaras colgando del cuello.

Al igual que en Praga, nuestra primera impresión de Budapest fue desoladora, pero después de caminar buscando ese cajero automático llegamos por intuición al centro de la ciudad. Cometiendo un verdadero sacrilegio, nuestra primera comida fue en un McDonald's, este acto solo es posible cuando olvidas que los Húngaros son mundialmente famosos por sus Goulash y te encuentras en su capital hambriento y sin conocer una pizca de su idioma. Al no saber cual es la diferencia entre las palabras húngaras para "tripas de toro" y "ojos de buitre en salsa", entrar y pedir algo en un sitio de comida típica puede ser toda una experiencia.

Hösok Tere

La monumentalidad de la plaza de los héroes (Hösok Tere), flanqueada por el Müsarnok y el Museo de Bellas Artes, evidencia que hace un siglo Hungría era una nación que figuraba en el mapa. Esta plaza ahora poblada de turistas y patineteros, conmemora un milenio desde que las primeras tribus húngaras llegaron a la cuenca de los Cárpatos. En el centro está el arcángel Gabriel sobre una columna de 36 metros de altura, mirando hacia la Andrássy út, la respuesta húngara a la Avenue des Champs Elysées.

Por debajo de la Andrássy út, corre la primera línea del metro de Budapest, que tiene la curiosa distinción de ser la primera línea de subterráneo eléctrico jamás construída (y el segundo metro del mundo, después del "Tube" de Londres). Hoy día, el metro de Budapest es idéntico al de Praga en todo sentido, desde los vagones -que supongo son iguales a los del metro de Moscú- hasta el aspecto galáctico y sucio de las estaciones de metro. En uno de los vagones, vi a un hombre que prácticamente resumía mi impresión de Budapest: contextura y rostro fuerte como un leñador, vestido con chaqueta y jeans, leyendo un libro de metafísica con una tasa de carro a sus pies. En la mano derecha, por debajo del libro, cargaba dos rosas -una roja y otra rosada- y una bolsa plástica con una botella de aceite de oliva.

Un anciano en silla de ruedas, probablemente mutilado de guerra, parecía habitar en nuestra estación de metro pidiendo dinero en la salida. Una noche, antes de entrar en la frutería, lo vi alejarse penosamente por una rampa, sus monedas tintineando con el movimiento. El dependiente de la frutería me habló en español sin yo saber por qué (después me enteraría que nos había escuchado hablar la noche anterior), resultó ser que había vivido en Venezuela y cuando le dije nuestro origen, sus ojos se encendieron y me dijo esa palabra que es nuestro pasaporte ante el mundo: "¡Chevere!".

En la calle Deák, cerca de Vörösmarty, conseguimos un mercado de baratijas rusas y soviéticas, la nostalgia socialista es una fuente importante de ingresos en estas capitales del antiguo pacto de Varsovia. Entre muñecas rusas con imágenes de la Warner Bros, un griego tan griego que podría haberse llamado Nicopolous y ser uno de los buhoneros, me recomendó un reloj de bolsillo con la estrella roja, después me daría cuenta que él también era un cliente y se compró otro reloj, con una corona de olivo.

Allí, sentada en Vörösmarty, hojeabas un libro y sin darte cuenta cayó de él la secuencia de una sonrisa.



Széchenyi Lánchíd y Palacio

Por un pequeño anuncio en nuestro mapa fuimos a "Ghandi", un restaurante vegetariano en el sótano del 4 de la calle Vigyázó, a dos cuadras del Széchenyi Lánchíd, el puente de cadenas símbolo de Budapest. Resultó un sitio extremadamente acogedor, los individuales en las mesas tenían pensamientos de Ghandi, la música oriental era perfecta y obviamente nadie nos molestó con su humo. Comimos un "plato de la luna" y un "plato del sol", acompañado por una copa de vino orgánico. Uno de los mejores almuerzos que recuerdo.


Como casi todo lo relacionado con el Budapest de doble monarquía, el Palacio Imperial de los Habsburgo parece exageradamente majestuoso, contrastando terriblemente con el resto de la ciudad. Budapest no tiene la riqueza necesaria como para complementar estas estructuras con un estilo de vida que les haga honor. Este palacio fue construido en el lugar del castillo de Budapest, que a su vez fue construido sobre las ruinas de la primera ciudad romana aquí establecida. Las calles de ésta colina con tradición de poder conservan parte del encanto del Buda imperial, con callejones tranquilos y obviamente, excelentes pastelerías vienesas. El bastión de los pescadores, frente a la Mátyás templom (iglesia de Mátyás, como es popularmente conocida la iglesia de Nuestra Señora en Buda), ofrece sin duda la mejor vista sobre Pest, con el ayuntamiento comandando la ciudad desde el otro lado del Danubio.

En la ciudadela en la cima de Gellert, una de las principales colinas de Buda, los agujeros de bala en las paredes nos recordaron como los alemanes destruyeron todo a su retirada, como ésta ciudad ha vivido ocupada la mayor parte de éstos dos últimos siglos. El monumento de la liberación, esa mujer inalcanzable en el tope de Gellert, ofrece quizás la segunda mejor vista de la ciudad: el resto de Buda con sus colinas y el Danubio inmenso, extendiéndose hacia el sur hasta perderse en el horizonte.


Luego de bajar de la ciudadela y cruzar el puente Szabadság, entramos en el gigantesco mercado central, Központi Vásárcsarnok (IX. Vámház körút 1-3), nuestra intención era comprar frutas para continuar el viaje, pero no podíamos dejar de probar un Goulash, ¿y que mejor sitio para hacerlo?, entre menúes que no entendíamos, logramos ordenar uno excelente, con hogazas de pan extras, refrescos y barbudos húngaros sonrientes como compañeros. Completamente llenos continuamos nuestra carrera hacia la estación de trenes para abordar un tren una vez más a Viena.

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