A finales del año pasado viajé para Margarita en unas merecidas vacaciones. Visité a una amiga con mucho tiempo sin ver e hice nuevos conocidos. Mientras estuve en esos bellos paisajes con sus paradisíacas playas, no añoré a mi amada ciudad: de hecho reflexioné sobre lo agradable que sería tener una MargariCaracas, la hermosura de ambos lugares en uno. Durante esos días andaba morral al hombro caminando hacia alguna divina playa y a así reflexionaba sobre lo natural que somos y como las inmensas ciudades nos arropan con miles de plumajes inhibiendo aquello que es innato en cada uno.A la sazón de mis vacaciones un chico se me acercó con actitud masculina de búsqueda, típica, pero poco vista en estos lares: desde que me conoció, emprendió actitud directa a la conquista. Eso fue halagador: sin máscaras y la única intención de conocerme porque le gustaba. Directo. Con invitación. Salida. Y aunque al final no pasó nada (detesto los amores a distancia) el asunto resultó aleccionador.
En recuerdo de esos sucesos y desde hace meses cavilo sobre lo masculino y femenino: lo primero es la tendencia a sustentar el poder, ser pionero, lo directo, la disponibilidad a la conquista y la habilidad de construir cosas en el mundo forjando nuevas tendencias. Lo femenino es el poder de dar vida, lo subjetivo, las emociones, el subconsciente, la mirada periférica. Ambos están en todo lo que vive, sé interrelacionan naturalmente y con equilibrio.
Ahora bien, he notado como en las relaciones interpersonales se produce una movilización de éstas esencialidades. Para crear cosas y llevar a cabo muchas de nuestras tareas las mujeres (y los hombres, por supuesto) hacemos uso de la fuerza que permite que las cosas se concreten en lo externo. Pero cuando se quiere tener un hijo, entender la naturaleza oculta y ver el mundo desde una perspectiva global (y no lineal) se usa el enfoque femenino. Hay hombres (y mujeres) cerradamente masculinos y otros abiertamente femeninos. Algunas veces lo masculino y femenino se entrecruza haciendo aportes significativos y otras veces no.
La forma de usar ambos aspectos es de índole personal y depende de lo consciente que se esté de ambos tendencias. No importa si se hace bien o mal. La naturaleza humana es un ingenioso y complejo instrumento donde se suelta al sujeto para hacer vida y las instrucciones están en idioma plutoniano avanzado. Mientras se adelanta en al camino se aprende a sobrevivir: normalmente lo importante deja lugar a lo urgente y se despilfarra la oportunidad para entender lo esencial. A cada tanto la vida obliga a re-definir con su pérdida de tiempo accesoria porque lo verdaderamente importante no tiene ningún tipo de definición; y es así que por haber abordado el punto de quien es una mujer esencial (léase En exclusiva: mujer) corresponde, ahora, tocar lo masculino derramándose sobre la figura del hombre esencial.
Él es el que conoce los estadios íntimos y sabe disfrutarlos a cabalidad. Conoce su verdadera naturaleza, sabe de que está hecho y además acepta con calma las capas de envoltura social que lo recubran y sin embargo no pierde el contacto con su propia naturaleza. Este hombre básico y esencial, por una y otra circunstancia, sabe reconocer lo que es y por eso tiene una actitud de calma y seguridad sosegada. Transmite un aroma de conocimiento y hace suponer que en medio de una emergencia sabrá como actuar: en plena tormenta tomará el timón con calma y procurará salir de allí con el menor daño posible a la embarcación y a sus tripulantes. Esta actitud genera confianza. Una mujer (con sus fuerzas internas equilibradas) se relaja y permite ser conducida con calma.
Al hombre que le cuesta ir en pos de aquello que quiere muestra unas tendencias masculinas inhibidas para la acción. Con esto no cuestiono, o critico, preferencias sexuales. No es el caso. El hombre heterosexual por elección y que no va en pos de lo que quiere se deja arropar por una tendencia que no le es propia. La costumbre de ser conquistado, dejarse seducir, omitir la acción en pos de lo que se desea y evitar dar el paso adelante es una actitud de comodidad muy típica de nuestros tiempos pero anti natural. En la naturaleza el macho persigue a la hembra.
Ahora bien, lo único importante y vital de estos tiempos es que hay de todo para cada cual. La abundancia es ley actual. Hay mujeres y hombres para todos los gustos. Y en estos tiempos de cambio donde la mujer ha sobre valorado lo masculino en sí y se experimenta envalentonada, se puede encontrar con uno que le gusta ser conquistado: la pareja perfecta. No sucede así para los que saben cual es su rol y lo disfrutan. Para estos hay una escogencia previa. Una decisión. Asumen el asunto de lo femenino y masculino de forma consciente. Y cuando miran para sí, sus roles internos, están en equilibrio y plenamente canalizados. Y esto les hace percibir cuando el masculino (o femenino) del otro no se ha desarrollado a su plenitud o están desordenados. En estos casos se abstiene de continuar en una dirección llena de confusiones y asuntos no resueltos.
De igual forma que considero que la mujer que sabe lo que quiere es privilegiada también pienso que una sociedad que nos llena de destrezas para sobrevivir en una capital latinoamericana como la nuestra, también, reduce la posibilidad de actuar con espontanea naturalidad. Es evidente que las complejidades sociales no dan oportunidad a una expresión fidedigna de lo que se es. Sin embargo, considero que hay que tender hacia la búsqueda de una realidad donde la propia vivencia sea plena con la menor cantidad de roces posibles (y sí los hay ¿por qué no vivirlos, también?) con la era cibernética y la sociedad actual. ¿Fácil, difícil? No lo sé. ¿Atrevido? Quizás ¿Audaz?, sí ¿Fidedigno? totalmente.
No hago referencia a que el hombre vaya detrás de la mujer, que desea, como lo hacía el de las cavernas: jalarme por los cabellos no es mi primera idea de romance; lo probable es que tome el garrote y lo coloque un su cabeza de un sólo sopapo y me vaya de la villa sin dar marcha atrás. Sin embargo (y sin refugiarme en ninguna de las dos tendencias) lo masculino en ésta era se encuentra a tiempo de sincerarse para reconocer, con su propia voz, que aspectos de lo social está inhibiendo su conducta y tomar las consideraciones adecuadas para corregirlo. Si bien hay mujeres y hombres para todos, el machismo representado en tener a todas las que les dé la gana no es tampoco la respuesta (seguro que varios de mis amigos alzan la ceja izquierda y me preguntan ¿por qué no?) Les escribo a los que saben de lo que estoy hablando. No es sólo sexo con el mayor puntaje de buenos polvos. Hablo de algo más. Para los que me están entendiendo: se trata del momento, no sólo, en que lo femenino ha arrebatado espacios y fórmulas para hacer las cosas muy bien sino que lo masculino, en algunos casos, se está dejando amedrentar y ¿por qué ha sucedido esto?, ¿por comodidad, quizás?, ¿la opción de omitir o desconocer su propio poder? o ¿por qué en algunos casos, muchos, están dormidos? No lo sé.
Hace unas semanas, un conocido me comentó que las mujeres y los hombres no somos iguales: tenía razón en cierto sentido. Somos exageradamente disímiles en muchos aspectos (físicos, mentales, espirituales y en la forma de reaccionar ante la sexualidad) pero (y éste va en mayúsculas) tenemos similar condición y somos iguales en lo más íntimo de nosotros y en lo que asumimos. Ninguno de los dos sexos es superior o inferior al otro en condición y desde esa igualdad se habla y respeta. Los excesos (en ambos sexos) hacia cualquier tendencia son desfases a los que hay que atender y revisar. Considero que lo femenino se ha ido al extremo de una exagerada actitud masculina. Y cuando se sabe quien se es, no hay lucha, rabia, ni deseos de demostrarle nada a nadie. Se vive en la certeza íntima de la propia singularidad disfrutando de la variedad de las posibilidades y sin más. Aún con el auge de los derechos y audacias femeninas (a mi entender desbordadas) lo masculino siempre será quien penetre y la parte femenina quien se abra a ser penetrada. Lo contrario es anti natural. Esto tiende a ser disociativo y al margen de lo cotidiano. Lo originario se manifiesta siempre y cuando deja de hacerlo, a cada tanto sin aviso y sin protesto, toma de nuevo su cauce. Con naturalidad. Con fuerza.
Ese que va por ahí[1], es el hombre esencial en el que creo.
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