Tributo
(A Vicente Gerbasi)
I
¿Acaso recuerdas quién tomó en sus brazos
todo tu sueño de abeja desde las maderas crujientes
y deslizó bajo tus pies arena y conchas de mar,
y un salitre en las rocas que tú no conocías?
Tú sólo sabes que tus ojos, atónitos,
atrapados por la piedra, en un segundo,
te llevaban hacia una colina del cielo,
donde una procesión de paredes y puertas
subía lentamente hacia un viejo campanario
que parecía abrazar sus soledades,
como en una extraña anunciación.
¿Qué sintió tu piel aquella tarde?
Una brisa sopló sobre tu rostro
como un batir de alas,
mientras tu mirada colgando,
narraba visiones de eternidad.
¿Qué ecos te hablaron desde los precipicios
con voces de poderosas lejanías?
Nunca lo supiste,pero en ese instante
todo a tu alrededor cesó,
y el tiempo se detuvo,
y fue todo un silencio.
Calló el viento,
y enterró sus murmullos azules,
en las copas de abetos y castaños.
Durmieron los pájaros,
y eran eclipses diminutos en el cielo.
Callaron su adiós los barcos que partían,
calló también el mar hasta los confines del golfo,
y las olas se marcharon con peces
que callaron hacia las profundidades.
Entonces,
algo cruzó tu frente como un relámpago,
se agitó tu sangre dentro de ti,
y una conmoción de signos bajaron en tropel hacia tu ser,
con voces que pronunciaban tu nombre
con la fuerza de antiguos vendavales,
viniendo hacia ti desde los siglos.
II
Cuando el leve beso de tus pasos
alzó tu cuerpo de ángel por encima de las piedras,
misteriosas ondas como corrientes telúricas
recorrieron los fundamentos de la tierra,
desde el Policastro
hasta más allá de las cimas apeninas,
con vapores y crujidos de lozas en los camposantos
de ciudades eternas y de aldeas sin nombre,
desde donde tus ancestros esperaron en el sueño
que el mar te devolviera,
jugando sobre las crines de caballos alados.
Sí,
la propia sangre siempre es un enigma,
lloviendo en la memoria con ojos de fuego,
con garras afiladas pulsando en nuestras sienes,
con líquidos que brillan entre las grietas del mundo,
y es voz rasgando el velo de gigantescas sombras,
llamándose a sí misma,
llamándose;
llamándonos.
Y es verdad que el hombre es solo un sueño.
Un sueño de la tierra,pero al fin, es sólo un sueño.
Desde que llega, habitando los altares
para sentir los cantos como viniendo de la piel,
arrullándolo sin prisa entre aguas salobres,
hasta que retorna como azogue a la tierra,
entre piedras humeantes y con sus nuevos brillos,
como una pieza más de un gran rompecabezas,
armándose por siempre en el azul de siglos.
III
En un rincón la tarde me hizo llegar tu pena
escondida entre las hojas de los restos de un libro,
que me hablaba de ausencias,
con uvas,
nocheviejas,
y extrañas soledades,
de tristezas volando a oscuros cementerios,
para velar los labios cerrados de la madre.
Mi calle de ciruelas,
de jobos y almendrones,
la que habitó mi infancia perdida en el recuerdo,
con los ojos poblados de amarillas cometas,
me trajo tu secreto aquella tarde,
brillando entre los resplandores de un sueño.
Y antiguos caminantes
salieron en tropel desde la sombra.
Llegó hasta mí tu canto;
prendió tu angustia en mí.
Ignoro qué misterio se esconde a mi intelecto
oculto en cada hora, detrás de cada paso.
A veces llega a mí la certidumbre
de designios del cielo alcanzándolo todo,
envolviéndolo todo con su aliento de estrellas.
Mi lento exilio de la tierra nace en ti;
en tu palabra grave que, señalando el día,
en aquellas horas tempestuosas de mi juventud,
me iluminó un camino en la oscura penumbra,
como la luz de un faro en medio de mis soledades.
En este exilio eterno hacia la luz,
a orillas de la noche también yo me detengo
a entregarte los versos que sembraste aquella tarde,
son tuyos,
los devuelvo.
Ellos crecieron debajo de estas islas,
en su limo brillante, como crisálidas del mar.
Crecieron hacia el fondo de la sangre,
hasta tocar sus cuerdas más primitivas.
Crecieron en las alas y los trenes del exilio,
aun en el rumor de las olas de playas del olvido,
crecieron sin saberlo.
Crecieron en los muros de antiguos campanarios,
y fueron poblándolo todo,
hasta que ardió en el pecho su lamento solitario.
Hoy los devuelvo,
son tuyos.
Enciéndelos tú,
haz que iluminen tus huellas
hacia las profundidades del universo.