Yo fui la estela que surcaban tus pieles al mediodía del fin del mundo
en la irresistible marea de la vida sin sentido, sin tiempo de quedarse,
estela en las orillas de las bocas ajenas, en las melodías del cielo que se caía.
Yo estuve en el desastre de un día maldito,
en la parada de un autobús fantasma
que siempre pasaba de largo,
en tus ideas colmadas de laberintos sin salida,
en la llegada del ocaso de tu boca.
Y aprendí a resolver las lineas de tus manos con los ojos cerrados
y el espanto prisionero en el bolsillo roto del abrigo del destino.
Y fui la presa de la vida cazadora,
esa que nunca guarda las flechas mortales,
la que se come el tiempo de la piel
y estría la risa.
Y tu…
Tu solo fuiste el sentido de mi estropeada brújula,
el árbol sin ramas del que no pude descender nunca,
la bandera sin patria de la que deserte,
el ocaso de la ultima luz que prendía en mi rostro.
Somos prisioneros de un tiempo sin reloj,
de una hoguera apagada.
Hoy, ya sin latido, mudos y ciegos
ninguno de los dos somos nada.
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