I
Se escondieron las estrellas,
estaba de vacaciones la luna,
cerró los ojos el sol.
Una silueta declamaba,
su voz atravesó la puerta
y caminó por mis oidos,
sentí temor;
pero la curiosidad venció,
me despoje del intelectualismo
y volé hacia la frontera.
Ahí estaba,
con un vestido que tejió el sol.
En la mano izquierda tenía un libro
que Nietzsche le regaló
y una rosa que en un eclipse
cosechó la madre tierra.
Con la agonía de los versos
mi cuerpo se estremeció
y la inseguridad rigió mi voz
cuando decidí preguntar:
¿quién te ha dado mis poemas?
Ella respondió:
no son tuyos,
son nuestros
y agregó:
¿no sabes quien soy?
Con la falta de palabras respondí.
Sentí un volcan en el pecho al oírla decir:
soy soledead.
No sabía que hacer lo confieso
y entonces pregunté:
¿Por qué no vi antes tu rrostro?
Ella respondió:
porque tú lo quieres
porque yo lo quiero
porque el silenci lo permite.
¿A qué se debe que oigó tu voz? -cuestioné-.
Ella responió:
tú lo quieres
el silencio lo quiere,
yo lo permito .
¿Por qué hasta ahora tienes cuerpo?-reclamé-
e imponentemente dijo:
te hubieses quemado los ojos,
te hubieses confundido,
hubieses muerto.
La invité a pasar,
tomamos café,
hicimos el amor,
toqué guitarra,
ella declamó,
al morir la noche
desapareció.
II
Siempre espero su llegada,
ahora tiene las llaves,
hacemos el amor
y guardo los orgasmos en papeles.
Santiago Vásquez