Ante mis ojos se abrió una puerta dejando entrar una luz casi cegadora. Caminé lentamente, con miedo, siguiendo la luz.
Estaba en un jardín lleno de flores. Un sonido metálico me hizo voltear. Mi hija estaba columpiándose, con su vestido rosado y su pelo amarillo ondeando al viento. Me miró y sonrió. Gritó “¡papá!” con todas sus fuerzas. Pero no pude ir hacia allá. Tenía que seguir.
Seguí caminando. Me alejé de la luz. Entré en mi casa de nuevo. Iba en retroceso sin darme cuenta. Una voz me llamaba desde las escaleras. Una voz sombría que me heló la sangre. No podía resistir. Tenía que subir. Aún cuando la voz me anticipara dolor y terror, tenía que seguirla. Llegué al pie de la escalera. Subí un escalón y una mano delicada tomó la mía.
– No te vayas papi- me dijo mi hija- No me dejes aquí solita. Tengo miedo
– Tengo que irme- le dije con un profundo dolor en el pecho- No te quiero dejar, pero me están llamando
– ¡¡No te vayas papi!!- me gritó abrazándose a mi- El señor oscuro no te va a dejar bajar otra vez ¡No quiero que te vayas!
– Tengo que hacerlo, mi vida- me agaché y la besé en la frente. Ella se aferró a mi con sus frágiles brazos, llorando en mi hombro- Papi se tiene que ir mi cielo.
– No me dejes sola papi. Tengo miedo- dijo en mi oído- Mami también subió y nunca bajó. No me dejes solita
– Perdóname mi amor pero tengo que hacerlo
La separé de mí. Gruesas lágrimas rodaban por sus mejillas. Sentía que mi corazón iba a estallar de tristeza.
La dejé al pie de la escalera y me di la vuelta para continuar hacia arriba. Con cada paso se intensificaba el frío y la presión en los oídos. Detrás de mi escuchaba a mi hija llamándome a todo pulmón, llorando con todas sus fuerzas. La voz fría me llamaba con más fuerza. El frío llegó a mi corazón, y vi a mi hija, y a mi esposa, y a mi madre; toda mi vida pasó frente a mí. Cada lágrima que alguna vez derramé se convirtió en océano y cada sonrisa en destello intenso de luz.
Y llegué arriba, al piso frío y pesado. No escuché más a mi hija. Sólo la voz fría y una luz vaga sobre mí. La voz dijo su última sentencia:
– Ya no se puede hacer más por él. No soportó la operación. Avísenle a su hija.