Estos chinos papiroflexicos, impresionanes, profundos,
que montan restaurantes por todos lados
y hacen de su cuerpo un chicle
casi tan largo como la cola de la trinidad
en donde se soltó un caballo en estos días y detuvo los carros,
con su bosta de flores mágica que fundió a sus primos del futuro,
que tambien vienen dentro de armatostes chinos,
que no son potes de arroz precisamente ni tienen nada que ver con las mariposas y como se quieren ellas
que viven de 7 a 11 y no saben ni una pizca de cómo sabe el té horrible que me tomo en las mañanas
para pasar el trago amargo de la noche que monta su zapatilla sobre mi cabeza
y baila inmutada, perfecta, depilando el color del día,
fascinando mi desconcierto, haciendo fructosa a la nada,
ese origami de cosas tiradas, esas casas que se llevó el río,
enterradas en lo profundo, lo impresionante.