Película mestiza,medio negra y medio blanca, incorporada por un reparto chic de caras pálidas, quienes lucen como el casting ideal para figurar en una campaña de Tommy Hilfiger ,aunque el afiche de la cinta se empeña en presentarlos como el Rat Pack emergente del neohollywood, apadrinado a su vez por tres estandartes del viejo sistema de estrellas: Alec Baldwin, Martin Sheen y Jack Nicholson, talentos infiltrados en una superproducción hecha a la medida del patrón actoral de Leonardo Di Caprio, cuya impecable presencia vuelve a conspirar contra la imagen dark propia del cine de Martin Scorsese.De tal modo, lo Black del director se purifica con lo White del plantel interpretativo, pero sin llegar por eso a mejorar la raza del autor de Pandillas de Nueva York, otro largometraje lavado con el detergente del chico lindo de Titanic.En este caso, el galancito hace un verdadero esfuerzo sobrehumano por no echarle a perder el show bussines al cineasta .Para ello, el Édgar Ramírez de la Meca cambió su acento de pavito californiano por una impostada voz de mafiosillo de Boston, en una técnica heredada de Marlon Brando y James Dean, dos maestros de la dicción camaleónica.Ahora bien, si la transformación del personaje resulta evidente, su sello de niño consentido también se hace patente a través de la fotografía, a cargo del naturalista Michael Ballhaus.En cualquier caso, el guión y la mano dura del realizador son suficientemente pesadas ,como para equilibrar las cargas de la obra en beneficio del género y de la calidad.Es momento de respirar tranquilos, porque a fin de cuentas ni el peor de los intérpretes en vida, puede impedir el avance arrollador de la deslumbrante puesta en escena de Los Infiltrados, montada con inteligencia por la mamá de los helados en materia de edición posmoderna, Thelma Schoonmaker , ganadora del Oscar por El Aviador al servicio de Mister Cabo Miedo, ignorado paradójicamente por la misma Academia ,muy a pesar de ser cada vez más condescendiente con ella. De hecho, su nombre suena como gran favorito para arrasar con las degradas estatuillas doradas en el año 2007.No obstante, su regreso a la cartelera siempre será bienvenido en una época donde la hegemonía de la mediocridad azota a la industria. En efecto, Los Infiltrados es ,de lejos, el mejor estreno de la temporada, apenas superado, huelga decir, por esa verdadera obra maestra titulada The Prestige.El Retorno de los Buenos MuchachosMartin Scorsese vuelve aquí a su terreno predilecto, el de las gangs, las males calles, los casinos de la existencia y los arrebatos incontenibles de violencia. Por eso The Departed huele a la revisitación irlandesa de Buenos Muchachos con mucha música de gaita y un look facho celta, cortesía de la casa. Por cierto, los créditos de oro se consolidan con la intervención de Howard Shore en la composición de la banda sonora.Para reafirmar el sentido autoreferente de la pieza,las caracterizaciones evocan el espíritu histriónico de los virulentos protagonistas diseñados por el creador en el pasado.Verbigracia, el amenazador personaje de Mark Wahlberg(finalmente redimido de su estereotipo de boy toy marca Calvin Klein)recuerda al deslenguado Joe Pesci de Goodfellas, mientras Matt Damon recupera el aura taciturna y romántica de Ray Liotta, en tanto Di Caprio se las tira de Robert De Niro, al fotocopiarlo hasta en su fase de hombre mutante, abombado por el arte del fisicoculturismo.Incluso,hay un escena en donde lo vemos ejercitándose en una cárcel a la forma de Cape of Fear.Por su parte, el monstruonómico Jack Nicholson no imita a nadie conocido, porque él siempre se imita así mismo, con igual fortuna. Aquí hace las veces del Padrino de una pandilla de Boston,en donde Leonardo irá a parar como tombo undercover, bajo la batuta de un comando de oficiales encubiertos, liderizados por Martin Sheen, todo con el propósito de agarrar a los delincuentes con las manos en la masa.Naturalmente, el happy end brillará por su ausencia, al igual que cualquier solución almibarada, pues por algo esto es un film noir duro, exento de triunfalismos vanos y maniqueísmos baratos de Plan B.En lugar de ello, la trama busca una obvia conexión entre el crimen y la legalidad, al identificar al antihéroe de la tragedia con el villano de la ficción, en una relación paternal y vampírica similar a la amistad intergeneracional surgida a la luz de Gangs of New York, con Leo absorbiendo las enseñanzas patológicas de otro carnicero antisocial.Para terminar de componer el cuadro de tonos grises y ambiguos, los criminales también infiltran a uno de los suyos, Matt Demon, en la policía, con lo cual se cierra a la perfección el círculo vicioso de espejos, contracaras y falsos semblantes, tomando como inspiración el famoso thriller de Hong Kong, Infernal Affairs, largometraje high concept del tándem Wai Keung Lau y Siu Fai Mak, quien participó en la adaptación yanqui de su propio libreto.La inmensa deuda asiática sobredetermina, además, el ritmo trepidante de la acción, en un estilo reclicado de la escuela vertiginosa de John Woo. Una transfusión de sangre oriental que le he inyectado una nueva concepción de vida a la plástica del director, rejuvenecido completamente después del trámite.Afortunadamente, este refrescamiento facial no lo ha hecho perder un ápice de su madurez nihilista. En dos palabras, se ha sometido a un lifting del corazón que no de la mente trastornada.De ahí la recuperación de sus setentosas secuencias hard core a la usanza pornoperiquera de Taxi Driver.Nido de RatasAl final, cuando quitamos la cirugía y el artificio para seducir al mercado de consumo, descubrimos la esencia descarnada de uno de los últimos renegados de la meca, junto con Sidney Lumet.Precisamente, las películas más recientes de los dos, The Departed y Me Declaro Culpable, coinciden en la crítica contra los pilares fundamentales del actual estado represivo de vigilancia y control: el espionaje, la traición, la destrucción de la identidad, la conculcación del derecho a la privacidad y la dictadura de la sospecha. Es decir,los cimientos de la democracia McCarthista asentada en Norteamérica, a partir de la entrada en vigencia de la Ley Patriótica.Si la inquisición de los cincuenta se tradujo metafóricamente en la película Nido de Ratas, la cinta que está llamada a representar nuestro oscuro tiempo de sapos es Los Infiltrados. Nada más y nada menos que una bella alegoría de una época rastrera en donde nadie confía en nadie y todos se aniquilan mutuamente, cual espejo de las guerras civiles e interculturales en curso.