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Puro ¿power? mexicano

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El globalizado conflicto de la incomprensión y la advertencia del fin del mundo como algo más parecido a la discriminación recalcitrante y al caos de los mercados internacionales, que a la ira de un dios apocalíptico; tienen ahora mismo, dos interpretaciones cinematográficas que si se quiere, comparten un origen común. Alfonso Cuarón y Alejandro González Iñarritú, después triunfar en su México natal – Gael García mediante-, se han acomodado desde hace algún tiempo en la industria norteamericana con “fascinantes” resultados. Fascinantes, con sus comillas, porque al ser un adjetivo reservado para los reviews cinematográficos de revistas del corazón, se aplica honradamente en el caso de estos directores y se hace extensivo a Guillermo Arriaga, artífice de los hits de Iñárritu. Ellos, lograron marcar la historia de su cine natal y lo hicieron causando espavientos entre la comunidad más conservadora de su país. Y tu mamá también (2001) y Amores perros (2000), son películas que generaron esos quiebres o rupturas, que la historia, sobre todo la del cine de estos días, ansía con desesperación.

Hoy, ambos realizadores cuentan con repartos de star system y mejor aún cuentan con todo el beneplácito que los Santaoalla, Penélopes y Gael García, generan en Hollywood. Es el efecto Carmen Miranda legitimado y convalidado. De seguro para bien, mientras alguno de ellos (mejor si son ambos) no se pierda entre los halagos y los aproveche para hacer los reproches que, desde antes venía haciendo. Babel, es precedida por un tricky trailer y un título con mucho punch publicitario: directo, fresco y metafórico. El lenguaje, que parecía ser la herramienta de disección de un “problema global”, o al menos lo que el aplastante significado del título anticipaba, deviene en curiosidad que ensambla por “incomunicación” las historias ya cruzadas por otras circunstancias. El exotismo de escuchar diferentes idiomas en un filme resulta, pero sólo como un golpe de efecto y no como un medio para acceder a la representación de culturas, idiosincrasias y motivaciones que, parecieran querer desmontar realizador y escritor. Porque el reparto globalizado pareciera también pedir a gritos una odiosa justificación, cuando el argumento de la vulnerabilidad de la vida humana como algo definido brutal y absolutamente por un encuentro fugaz, ha sido repasado una y otra vez, de arriba hacia abajo, en las películas que anteceden a la dupla Iñarritú /Arriaga. Aún, la excusa de la trilogía es muy endeble para sostener esta reedición de Crash (Paul Haggis). Acotando que, Crash es una película triste, pusilánime y faldera, mientras que Babel es un ejercicio maestro (valga el adjetivo relamido) de dirección. Ejercicio de dirección, que no hace más que demostrar el dominio de la técnica y de la narrativa cinematográfica, aunque al servicio de una visión anodina, pretenciosa y hasta demasiado conservadora que envuelve casi todo el filme y que termina afianzando el viejo y demagógico concepto de la familia como célula fundamental de la sociedad.

La familia más famosa del mundo estaba formada por un elegido y otros dos elegidos que protegerían al primero. Esta es la historia de Cuarón, pero, desde la distopía que es cada vez menos futurista. Children of men, con su reparto igual de costoso, acusa los excesos de la humanidad y le anticipa miserias pandémicas que no son más que exageraciones de rasgos presentes en la sociedad hace ya bastante tiempo. Cuarón junto con otros tres guionistas, adaptó la novela de la escritora P.D. James, y le ahorraron a la historia intríngulis y explicaciones propias de la ciencia ficción, hasta obtener una narración en la que asumido el caos y la crisis absoluta, el plot gira en torno a un hecho aislado que aunque pareciera ser determinante, acaba desmontado por el propio Cuarón. La fascinación en este caso, proviene de la desmitificación de los lugares comunes y las falacias que han sugerido en los últimos años, que el deterioro de la humanidad puede ser detenido por conciertos multitudinarios por la paz, por los vegetarianos, los ecologistas, por los pacifistas, los marginados, o al menos por la buena gente que fuma hierba. Sin embargo, todo en este mundillo oscuro de Cuarón es corruptible y de lo corruptible y vulnerable, del fracaso, surge el “héroe”. Es un drama que, generado desde la ciencia ficción remite a las figuras del elegido, del sabio, del héroe y de la travesía, tan comunes del género; pero que terminan como retratos más que como alegorías, aunque subsistan como tal. Cuarón se apodera del género -como lo hizo en Harry Potter y el prisionero de Azkaban– y le otorga su particular puesta en escena, en la que todo resulta ser verosímil, accidentado y torpe. De ahí que las persecuciones p.e. sean terriblemente angustiosas y acompasadas por un ritmo que hace pensar: ese sería yo escapando de los villanos.

Volviendo a la cabeza, para así mordernos la cola; se encuentra uno con el espaviento generado por Babel, con el consiguiente síntoma de la indigestión de premios y el aplauso del público que ha quedado encantado con la secuencia lúdica de esa discoteca japonesa y, por otro lado, se encuentra uno con Children of men, de la que seguramente no se hablará mucho y que quizá sea demasiado pesimista y desalentadora, para estos tiempos que demandan más y más evasión. La misma gente quedará encantada acá con el nacimiento de un niño que sorprende por el “milagro” que es en sí mismo, pero que de ninguna forma producirá la redención del mundo. Uno de los padres de las criaturas parece estar integrado* y cómodo, ahí donde el asunto de la incomunicación se resuelve dando discursos de agradecimiento en inglés. Mientras que el otro parece atreverse a decir que el desmadre es inminente, y que ese “mañana” se parece bastante más a una esperanza cínica de futuro que a una promesa certera y eterna de bienestar.

* Como diría U. Eco.

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