L. A. Confidential
Para el momento del suceso, el actor estaba desempleado, alcoholizado y vencido por la kriptonita del fracaso, incapaz de dominar sus demonios superheroicos. Al principio se pensó que era otro suicidio de un actor venido a menos, pero pronto comenzó a cobrar fuerza la hipótesis del asesinato, estimulada sobre todo por el afán amarillista de vender periódicos, a costa de magnificar las peores miserias humanas y las más absurdas teorías de complot.
Sex, Mistery and Scandals
Al inicio de las investigaciones, las culpas del crimen recayeron sobre las espaldas de tres sospechosos habituales: dos mujeres fatales y un siniestro potentado de los estudios.
Leonore Lemon, la novia del galán en horas bajas, fue la primera dama en ser señalada como “supuesta” autora material del homicidio. La rebelde sin causa Robin Tunney la resucita en la película, esterotipándola como una escaladora de la Gran Manzana. En realidad, era una chica “de la alta sociedad neoyorquina”, en palabras de Kenneth Anger para su libro Hollywood Babilonia.
En segundo lugar, los dedos de la prensa del corazón apuntaron en dirección de la acaudalada amante del protagonista, Mrs. Toni Manix, fielmente incorporada por la infielidad en pasta, Diane Laine,estancada en su arquetipo de Madame Bovary.
Lo que nos lleva al tercer integrante de la lista roja, Mr. Eddie Manix, el esposo cornudo de la trama y el magnate de la MGM. En la ficción es un villano plano, carente de matices, personificado por un demoníaco Bob Hopkins, siempre en la lupa del Sherlock Holmes de la partida, Adrien Brody, a sus anchas en la piel del vulnerable detective de esta novela negra, más blanca y respetuosa de su herencia pasada, de lo que uno quisiera.
Esto en vez de ser un film noir abstracto y rupturista como Lost Highway, es uno literal, pudoroso y conservador como Munich, con una pequeña y apreciable diferencia: Hollywoodland se atreve a lavar y a quemar en público los trapos sucios de la industria, con la gasolina de los iconoclastas.
El Crepúsculo de los Dioses
El poder desmitificador de la cinta reside en la fortaleza autoparódica de Ben Afleck en el tragicómico disfraz del hombre de hierro, explotado por la serie b de la televisión infántil, para luego ser desechado como un traste viejo. El chiste cruel de la pieza consiste en revelar el lado gris del personaje, caricaturizándolo salvajemente como en Superman III, cuando lo descubrimos borracho y derrumbado, gracias a la vena satírica de Richard Lester, el obvio referente de Allen Coulter para su Hollywoodland, una especie de The Last Action Hero en clave de Chapulín Colorado.
Para rematar, el film contará con la astucia de reeditar el malestar anti Hollywood de clásicos como Sunset Boulevard y The Player, con lo cual compartirá la tesis del más reciente largo de David Lynch, Inland Empire, el imperio del cine convertido en un inframundo del horror poblado por almas en pena. En fin, The Last Days o los últimos días de George Reeves en la crónica de una muerte anunciada para la fábrica de sueños.