Los créditos de lujo arrancan con sendos motores de la interpretación británica, Cate Blanchet y Judi Dench, ambas nominadas al Oscar por sus respectivos papeles. La primera es la maestra “corruptora de menores” y la segunda hace las veces de su alma gemela en la secundaria del caos. El punto de ruptura en la amistad tendrá lugar cuando el Romance X sea desvelado, y el personaje “B” amenace con contar el chisme al esposo de la mujer “A” con sexo tipo “C”.
A propósito, los giros de la trama son obra y gracia del guionista Patrick Marber, autor por igual del libreto de Closer. De ahí la interrelación erótica entre los dos argumentos. En el mismo tenor, la producción corre por cuenta de Scott Rudin y Robert Fox, los promotores del éxito, Las Horas. Ello reconfirma su compromiso con la tragedia de la condición femenina en respuesta a la dominación másculina.
Por último, el genial y minimalista Phillip Glass compone la sentida y sensible banda sonora, orquestada por una combinación armónica de cuerda y viento, al ritmo de la cámara de Chris Menges, el reconocido director de fotografía de La Misión. Richard Eyre ,en la batuta del set, salda la envidiable ficha técnica de Escándalo, la lógica continuación de la anterior pieza del cineasta, Iris. Un par de serios tratados de la desesperación.
II
La parte menos feliz de Escándalo recae, sin duda, sobre el plantel de personajes másculinos, prefabricados como un ejercito de machitos unidimensionales. El esposo cornudo es un fraude, actúa mal, y mueve a la risa en cada intervención. El judas de la trama , un profesor gris, tampoco supera el nivel del estereotipo folletinesco. Apenas, el lolito del asunto, el andrógino robado de Muerte en Venecia, es el único representante del género que despierta algún interés mínimo como obscuro objeto de deseo, pero ni tanto.Imagínense el teorema maldito que se hubiese armado Pasollini con este material de partida.
El gran problema de la peli, al igual que Babel, es su desfasada y reaccionaria conclusión puritana y moralista, en la que el pecado encuentra castigo y el martirio feminista consigue una reivindicación progresista, no exenta de una redención católica en clave familiera(Cate Blanchet insiste con el sermón neoizquierdista de Meme Arriaga, aunque al servicio de otro Alejandro González Iñárritu).
Las líneas más conservadoras del libreto exigen que la prota tenga un hijo con síndrome de down, como fruto de su pecado original(pues se casó con un profe mayor que ella),y además imponen una lectura sesgada y prejuiciada de temas como el lesbianismo. La homosexualidad del argumento recibe un tratamiento demonizador y maquiavélico, subrayado con luces oscurantistas y voces en off de corte faústico.
La mujer victimizada se identifica con el proceso de Juana De Arco, en medio una inquisición mediática, que sería del gusto de nuestros teóricos apocalípticos que sin saberlo coinciden con las ideas anacrónicas de la escuela de Frankfurt.
Incluso el director comete el error de hacer esto demasiado explícito, al inventarse una escena con paparazzis, en donde Cate grita a la manera de un bufón demagógico de la corte declamatoria de Chalbaud: llegó la bruja, llegó la bruja. Es obvio que hay un cacería de brujas en curso, para erradicar cualquier alteridad, sin embargo, no resulta afortunado llegar a tales extremos. Ni que estuvieramos en la Asamblea Monocolor, y ni que Cate fuese Iris Valera en una marcha políticamente correcta en reconocimiento del día de la mujer.
Para rematar, el asunto de la infidelidad se desarrolla con igual temor y precaución cristiana que en Little Children, con lo cual se rescata el arquetipo de Madame Bovary con similares fines ortodoxos. De manera pues que estamos ante una nueva embestida del cine victoriano y retrógrado de la era posmo.
El gran escándalo es que estas películas pasen ahora por relatos liberales, que se pretenden confrontar con los monstruos carcas y anticuados del mundo neoliberal. La verdad es que lo carca se disfrazada ahora de Escándalo contracultural, pero harto neoliberal en el fondo de su inversión.