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Henry Miller (1891 – 1980)

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               Henry Miller aparece en el panorama literario como uno de los grandes renovadores de la novela del siglo XX. Escribió y llevó la vida de un maldito al mejor estilo baudeleriano. Un escritor que se abrió a todo tipo de emociones, que rompió radicalmente con el puritanismo de la narrativa anterior e hizo del sexo una forma de liberación redentora. El mundo de Miller es palpitante de poesía. En “Primavera Negra” (1933) no muestra una jubilosa versión de un hombre va en dirección de sus defectos, una espiritual circulación hacia la propia indefensión. Miller hace del deseo una fuerza creativa y declara que es un traidor. Tal sentimiento de culpa avanza hacia un romanticismo demoledor, donde se instala la posibilidad de un hombre nuevo (Pérez Gállego).
 

            Sin embargo, no será esta la obra que lo hará impulsarse hacia la inmortalidad de las letras norteamericanas. Serán un ciclo de novelas que van a compaginar su espíritu revolucionario con un momento fundamental del siglo XX. De 1934 a 1960, Miller publica cinco novelas que guardan en sus acaloradas páginas todo su pensamiento y su concepción del mundo. Las novelas a saber son Trópico de Cáncer (1934), Trópico de Capricornio (1939), Sexus (1949), Nexus (1952) y Plexus (1960), estas tres últimas son conocidas como “La Crucifixión Rosada. Libros que le garantizaron un éxito editorial importante. “Todo el mundo compraba sus libros, para leerlos o para condenarlos, pero los grandes personajes políticos y sociales de la nación adquirían Trópico de Cáncer sin internarse en el trópico de Miller, sino por segundas o terceras personas. Cuando a Miller le dieron a firmar muy cautelosamente un ejemplar para el presidente de Estados Unidos, el escritor dijo: «Bueno, supongo que el próximo es para Su Santidad el Papa»(Francisco Umbral).
 

            El método narrativo de Miller está centrado en el desprecio. En “Trópico de Capricornio” acopiamos lo ocurrido cinco años antes en “Trópico de Cáncer” y asistimos a una sutil y fastuosa moralidad que se abre con una advertencia: “Una vez que has entregado el alma, lo demás sigue con absoluta certeza, incluso en pleno caos” (Henry Miller). Llegando además a opiniones tan atrevidas como ”De vez en cuando un amigo se convertía; era algo que me hacía vomitar. Tenía tan poca necesidad de Dios como Él de mí, y con frecuencia me decía que, si Dios existiera, iría a su encuentro tranquilamente y le escupiría en la cara” (Ídem). Estamos ante un arte descarnado y que surge con ínfulas teológicas “donde no faltan ecos nítidos del Marqués de Sade, pero que deja como sedimento una necesidad de ser libre, una proclama absoluta de vivir sin ninguna traba moral” (Pérez Gállego).  Pero no será que Miller intenta establecer otra moral? Una moral que parte decididamente de la amargura, la ironía, una moral de eterno exiliado, un extranjero como el descrito por Camus? Escribe Miller: “No tengo dinero ni recursos ni esperanzas. Soy el hombre más feliz del mundo”. La moral de Miller, no es esa estúpida y falaz idea de construir un hombre nuevo. Para qué? Con qué finalidad? Su moral se construye en torno a la tentativa de crear a un hombre muerto, un ser capaz de renacer, que tanga la capacidad regeneradora de pasar de los recuerdos a la experiencia.
 

            Las obras de Miller, ausentes de una estructura convencional y el uso de una narración lineal, se vinculan a la exposición introspectiva desde un universo esencialmente masculino, con tendencia a la exposición erótica y el proceder nihilista modelado con un cierto sentido lírico de la prosa, esencia libertaria y vitalista, y plasmación autobiográfica en base al flujo de conciencia. Miller es un poeta brutal, sanguinario, sus páginas al igual que él, viven en una total contradicción, y busca dentro del bosque espeso de sus experiencias cotidianas unos tipos extraños a través de los cuales pretende salvar su destino. Un poeta cuyo centro vital es el sexo como vía para huir de la soledad y como agente renovador de la existencia. El sexo que será el gran protagonista de su “Crucifixión Rosada”.
 

            Ingresar a la sexualidad de Henry Miller es harto complicado, no sólo por tratarse de Miller, sino porque el tema de la sexualidad es complejo en todos los casos sin importar las dimensiones intelectuales del sujeto estudiado. En uno de los mejores estudios realizados a la obra de escritor norteamericano, Genio y Lujuria de Norman Mailer, se afirma que para entender el mundo sexual de Miller hay que conocer su aparato psíquico. “Miller tuvo una madre de quien jamás recibió el menor afecto. Durante su infancia permanece, mientras se encuentra bajo la influencia de sus padres, herméticamente alejado de toda sexualidad. Sea lo que sea el sexo, se halla oculto tras una pared. Su primera y fundamental relación con una mujer es detestarla […] Las tres cuartas partes de las mujeres con quienes hace el amor (en sus obras) son trabajadas más de prisa que jodidas. Después de todo Miller proviene de un medio ambiente en el que el sexo, cuando no es sórdido, tiene algo de malo. El último espasmo de contracción de la era victoriana pudo haber sido la asfixia de la sexualidad de los padres de Miller y de los padres de cuantos le rodeaban (como si todos estos tardíos padres victorianos de clase trabajadora o clase media de Brooklyn tuviesen una visión de pesadilla del turbulento caos sexual que se avecinaba), mientras sus hijos eran unos disolutos” (Norman Mailer). Afirma además Mailer que en el Brooklyn de finales de siglo y parte de los próximos 40 años, sexo y porquería eran elementos que formaban parte de una misma ecuación. “El sexo era una flor que le metías en el culo a una muchacha” (Ídem). A través del sexo entonces se botaba toda la basura del alma, se expiaban las culpas, se salvaba el hombre. Pero no sólo era la salvación del alma del hombre, era toda una confrontación contra las sacudidas del mundo en el cual había que vivir. Miller toma al sexo para enfrentarse a la negación de la vida propuesta por un mundo tecnificado. El sexo es ofrecido entonces como la gran cura para un mundo moderno enfermo por haber perdido su total significación. Como un enorme devorador de Nietzsche, plantea que todo el sentido del hombre debe buscarse en lo terrenal.
 

            Desde esta reflexión emerge la “Crucifixión Rosada”. Iniciada en 1940 y culminada en 1960 con la publicación de Plexus. Muchos encontraron en sus páginas algo que no compaginaba con la genialidad demostrada en los Trópicos. En un artículo publicado por Raúl Henao que recoge parte de la correspondencia entre Miller y Lawrence Durrell aparece lo siguiente: “Así resulta del todo dramático para el lector de la obra de Miller llegar a esas páginas centrales de la CORRESPONDENCIA PRIVADA con el escritor inglés Lawrence Durrell, autor del famoso CUARTETO DE ALEJANDRÍA, y verificar cuántos escrúpulos o inhibiciones frente al tema tratado abrigan aún las mejores mentes contemporáneas. El desafortunado incidente se presenta una vez que Miller envía a Durrell copia del original de SEXUS, primer volumen de la CRUCIFIXION ROSADA. De pronto, Durrell pierde el hilo de lo que lee. No alcanza a comprender que ha pasado con el gran escritor de los TROPICOS… No, hasta ese punto no se atreve a seguirlo. No puede soportar esas “simples explosiones de sexualidad”… Ese diluvio de sangre de estercolero “que hace que uno ponga la cara de asco”… Esa obra que parece escrita por una encarnación norteamericana del doctor Jekyll y Hide. En fin, se apresura a telegrafiar a Miller pidiéndole que no destruya su brillante reputación literaria publicando semejante bodrio ininteligible. Ese incidente que pudo haber causado una ruptura definitiva entre los dos escritores, no trasciende gracias a la magnanimidad, y al buen humor de que hace gala Miller… Este le recuerda a su amigo que ya anteriormente lo había puesto sobre aviso acerca de la naturaleza inquietante de su última obra: “tal vez lo que estoy dando a luz es un monstruo”. Después pasa a explicarle por qué no hay motivos para alarmarse: “A veces pienso que tú, Larry, no supiste nunca lo que es vivir en nuestra época moderna de asfalto y productos químicos, crecer en la calle, hablar el lenguaje del voyeur” (Raúl Henao). En Sexus, Miller da rienda suelta a su particular obscenidad. Ella es una alternativa, un camino para que el lector reconozca el maravilloso mundo de la vitalidad que alienta al hombre cada día. Su propósito manifiesto es aporrear, excitar, enclavar una sensación de realidad indescriptible; algo parecido a lo que representa para el cristianismo primitivo el uso del milagro en el camino a su verdad; algo que utiliza el adepto Zen cuando no vacila en emplear actos insólitos o sacrílegos para llevar a su seguidor a ese estado de iluminación y éxtasis cotidiano que le permite alcanzar un conocimiento íntimo o vivencia del insondable universo que nos rodea. Nuevamente el sexo como salvación, como vía de expiación. He allí la razón del nombre. “El dolor de toda una vida resulta al cabo una broma ligera. Ya no hay lugar para complacerse en el sufrimiento, la nostalgia o la melancolía, cuando se ha logrado acceder a esa “realidad” intoxicada del mundo… El calvario de la vida humana se ha convertido en una regocijante danza al unísono con el cielo estrellado… El tiempo de los asesinos se ha trocado en la eternidad que puede vislumbrarse en una brizna de hierba, en la cabeza de un alfiler o en un cabello partido a la mitad” (Raúl Henao).

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