El director de Run Lola Run adapta al celuloide la novela homónima de Patrick Suskind, estimada y despreciada a partes iguales.
Los críticos ortodoxos la detestan porque la consideran el Código Da Vinci de los años ochenta.Es decir, un best seller ecléctico y posmoderno encuadrado en la nueva tendencia revisionista de la historia, a la cual pertenecen libros vendedores como El Nombre de la Rosa y La Casa de los Espíritus, respectivamente extrapolados a la gran pantalla por el productor de El Hundimiento,Bernd Eichinger,el promotor de El Perfume. Así, los éxitos editoriales se convierten en blockbusters.
En cambio, los comentaristas heterodoxos la reivindican por tres justificadas razones. Primero, su capacidad para reinventar el rígido patrón de la literatura negra de misterio, al fusionarla con la escuela romántica del expresionismo alemán.El protagonista es, por tanto, un monstruo incomprendido y marginado, más allá del bien y del mal, por el estilo de prometeos modernos como el Frankestein de la también germánica Mary Shelley. Por supuesto, el personaje viene a ser la proyección del alma desgarrada de la sociedad teutona, a la luz de sus desdoblamientos internos.
Segundo,la irresistible fragancia pecaminosa impregnada en cada página del texto con el pachulí de los viejos folletines semipornográficos. Y tercero, la creatividad del autor para mezclar los olores de la estética baja y alta, a objeto de dinamitar sus fronteras en el apogeo de la oferta de masas.
Por ello, El Perfume cautivó en su momento al refinado olfato comercial de Stanley Kubrick, quien llegó a asegurar que la novela era practicamente infilmable.Sin embargo, Tom Tykwer ha aceptado el reto de plasmarla en imágenes, y en honor a la verdad, ha sobrevivido para contarla, aun cuando el hermitaño cascarrabias de Patrick Suskind se haya negado a asistir a su estreno internacional en Munich.Mientras los apóstoles del escritor la despellejan sin clemencia, nosotros intetaremos destilarla para descubrir su esencia.
Scent of a Woman
Para no redundar en el tema de la trama, sólo recordaremos dos aspectos concernientes al conflicto principal. En el siglo 18 nace el superdotado Jean-Baptiste Grenouille, y su meta de elegido hipersensible radica en fabricar un perfume arrebatador con la grasa de varias señoritas, tras asimilar las lecciones del sabio Giuseppe Baldini, interpretado genuinamente por Dustin Hoffman en un papel de Mad Doctor con porte de Pigmalión.Su aprendiz resulta incorporado sin covicción por el joven Ben Whishaw, uno de los puntos débiles del reparto junto con el secundario de Alan Rickman.
Para equilibrar la balanza de la puesta en escena, Frank Griebe proyecta con el objetivo una paleta de colores y contraluces tenebristas,capaces de evocar las pinturas flamencas del genial Rembrandt, en una galería de naturalezas muertas editadas con inteligencia por Alexander Berner, cuyo trabajo en la sala de montaje merece destacarse. Verbigracia, la escena del alumbramiento en el mercado de pescado, alusiva al surrealismo putrefacto de El Tambor de Hojalata.
Por desgracia, cinco detalles ilustran la irregular trayectoria de la adaptación: la dependencia de la voz en off, el abuso de la música incidental para subrayar estados anímicos, ciertas secuencias oníricas de carácter kistch, el recurso manido del permanente nariceo perruno del asesino en serie, y un final que luce apropiado en su tinta original pero que despide humor involuntario en su versión audiovisual.En resumen, la típica agua de colonia embotellada en un frasco de lujo.