Dura y agridulce revisión del cuento moral de Charles Perrault, La Caperucita Roja, recientemente adaptado por Nicole Kassell en The Woodsman, con Kevin Bacon de leñador pederasta; por Cory Edwards en el desastre animado de los hermanos Weinstein Hoodwinked; y por Matthew Bright en Freeway con Reese Witherspoon acechada por Kiefer Sutherland, antes de transformarse en Mr. 24 Horas. A semejanza de ellas, Dulce venganza surge en los márgenes independientes de la industria, aunque se vale de las fórmulas genéricas del mainstream para argumentar sus ideas.
De igual modo, asume una abierta posición feminista durante el transcurso del metraje, con el respectivo complemento de una lectura aleccionadora contra la pedofilia, a la usanza trágica de Río Místico. Toda una corriente audiovisual asentanda comercialmente por la actualidad del tema del abuso sexual a menores de edad, ante su explotación pornográfica en la red.
A cuenta de ello, esta Hard Candy recupera el arquetipo de la Lolita, para utilizarla como el centro de atención y atracción de un ambiguo juego macabro de apariencias y falsos semblantes.
El cazador cazado
Por encima, la heroína de la partida interpretará la fantasía angelical de un fotógrafo del pánico, con un pasado oscuro al asedio de quinceañeras por Internet. Por debajo, encarnará el deseo de venganza de las víctimas del hombre lobo de la trama.
La Caperucita se convierte entonces, por primera vez, en la victimaria del relato, con el propósito de darle un giro de 180 grados a su versión original. Nada mal si lo comparamos con Cry Wolf. De ahí el interés que despierta el afiche del encargo, centrado en una niña que funge como cebo de una trampa para osos. Es decir, el apetecible señuelo de una peligrosa emboscada, en la que ya hemos caído con antelación.
La Muerte y la Doncella
El debutante David Slade cumple con la función de poner en escena el entramado del libreto, apostando por un lenguaje de suspenso que combina el efectismo con la contención. Su dilatada trayectoria en el mercado del video clip, le permite redondear secuencias estimulantes en cámara lenta, a través de la técnica del montaje rítmico. Verbigracia, el irónico fragmento de la bella y la bestia en automóvil, al ritmo de una versión satírica de la típica cuña en carro deportivo a lo Misión Imposible II.
Acto seguido, la acción tiende a distenderse, por momentos, para ir concentrándose en el desarrollo del guión teatral. La evidente falta de presupuesto, propia de la serie B, buscará subsanarse al reducir el meollo del conflicto al espacio claustrofóbico de una sola locación. Por eso Hard Candy guarda parentesco de grado sumo con las piezas de cámara de Nicolas Roeg y con los thrillers psicológicos de Roman Polansky, en la onda de Repulsión y The Death and The Maiden, ambas ambientadas en lugares opresivos habitados por almas torturadas.
Paralelamente, la huella del Hitchcock de La Soga es más que obvia. De hecho, la película jamás abandona su austero escenario principal, como en The Rope. Esto explica dos puntos de cierre. Número 1, la producción ahorrativa de la casa Vulcan, recordada por los éxitos de Far From Heaven y The Safety of Objects. Número 2, la distribución por parte de Lionsgate, sinónimo de pánico de bajos recursos y altos rendimientos en taquilla, al estilo de la franquicia Saw.
Apenas queda por lamentar el subrayado de ciertos diálogos, la inclusión de un irrelevante cameo por cortesía de Sandra Oh y el esperado desenlace retorcido con complejo de Lady Vengeance y Kill Bill.