El escritor oculto (cuento)

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La primera vez que participé en un concurso de cuentos, perdí, fue también la primera vez que plagié algo, en específico, un cuento corporativo.

Era la historia de un niño que viaja por un bosque con sus amigos y vivía innumerables aventuras. El cuento en cuestión, estaba contenido en un librito para dibujar que obsequiaban en el Chamo Pack de los restaurantes Arturo´s.

Cualquier psiquiatra o psicólogo podría decir que la acción de transcribir a mano un cuento que no me pertenecía, prefiguraba mi naturaleza corrupta, que se expresaría años después cuando conseguí trabajo con el diputado González.

González, apellido de cretino, apellido que solo puede portar un mediocre. ¿Y Jéremy González? ¿Quién es ese?, le decía a mi conciencia que recordaba el nombre de un beisbolista. Ella suele funcionar así, recuerda cosas y momentos al asar, cosas que tienen conexión con lo que estoy pensando, pero llegan desde mi memoria hasta mi conciencia tan rápida y mixtificadamente que me es imposible descifrarlas o encontrarles sentido al momento en que mi conciencia cobra vida por si misma.

Deja el lenguaje pretencioso, deja de intercalar reflexiones pseudofilosóficas en tus cuentos, ¿no ves que resulta petulante que tú, que no has escrito un libro completo, tú que eres el maestro de la desidia, que eres un perezoso incapaz de dedicarle el tiempo debido a la elaboración de la escritura, tú que te cansas de escribir cuando no has llegado a los 10.000 caracteres y que dejas de poner los números en letras para no tener que teclear, tú que gustas tanto de la simplicidad o de las frases hechas, tú que eres el rey del sedentarismo intelectual, te pongas con esas reflexiones incomprensibles y rebuscadas dándote aires de genio para ocultar que no tienes una buena historia que contar, que escribes cuentos basados en intrascendentes anécdotas personales que a nadie le importan, por aburridas y porque no tienes nada que decir a través de ellas. Cállate conciencia, déjame escribir en paz; maldita.

Como decía mi personalidad de escritor corrupto se hizo presente desde que yo era muy niño, por eso trabajaba con el diputado escribiendo sus discursos y conferencias, renunciando a mi crédito y dejándolo parecer brillante con mis palabras.

Era algo que siempre me había intrigado, ¿Quién escribe los discursos de los políticos?, ¿cómo es que algunos asnos del acontecer nacional pueden dar discursos tan brillantes, y al mismo tiempo volverse mierda cuando los increpa un periodista? Hasta que un día, bebiéndome un despecho adolescente, llegó hasta mí José Alejandro, un buen amigo de la infancia que me acompañó en mi superficial sufrimiento púber y luego me comentó que para un escritor perdedor como yo, había un trabajo lo suficientemente fácil para que lo hiciera sin esforzarme y lo suficientemente importante como para ganar bastante dinero con él.

-¿Tú te leíste Mañana en la batalla piensa en mí, de Javier Marías? -, cuestionó José Alejandro.

-Sí. ¡Mierda!, ¿tú te leíste esa novela?, ¿tú lees José Aljenadro? -;replicaba perplejo, José Alejandro no me lucía como el compañero de clases que crecía y se convertía en lector de libros, lo imaginaba conquistando chicas o chuleando viejas, nunca leyendo y citando un libro de Javier Marías. –Sí, si la leí, ¿por qué?
-Bueno, puedes ser como Víctor Francés, yo te tengo un político estúpido que necesita a alguien que le escriba los discursos. ¿Te anotas?

-Dale pues. –Luego, tomamos hasta emborracharnos y nos despedimos intercambiando número de teléfonos. Al partir pensé que nunca más nos veríamos, porque no habíamos acordado nada y porque estábamos muy borrachos como para anotar correctamente los teléfonos que intercambiábamos.

Mis sospechas se confirmaron cuando, al día siguiente, nadie había llamado, como tampoco nadie llamaría durante las semanas siguientes.

Como les decía yo estaba pasando por un despecho adolescente, estaba triste por la noticia de la reconciliación de La flaca con El gato. La flaca era flaca, era alegre, era bella, era perfecta. Yo disfrutaba mirándola a la distancia y creyendo que esa chiquilla, que sonreía con sus carnosos labios sin mostrar los dientes y que hallaba un placer sensual, casi sexual, en acariciarse los pies cubiertos por medias de algodón, algún día sería mía. Y lo fue, pero solo por una noche en que, decepcionada de un malandro reformado que trabajaba en el instituto de tránsito, se acostó conmigo en la oscuridad de la casa de Melissa, una de sus compañeras de clases, ya que ese día estábamos celebrando la graduación como bachiller de La flaca.

No insertes un segmento erótico aquí, porque tu no sabes escribir eróticamente, lo tuyo es pornografía barata, tú no sabes usar los filtros literarios para disfrazar al sexo y despojarlo de la vulgaridad que está mal vista en la literatura. Tú llamas a todo por su nombre, y al hacerlo, ofendes a quienes se han acostumbrado a leer sobre sexo maquillado y camuflado bajo palabras elegantes y pseudos-poéticas. Si vas a hablar de pubis, habla del monte de Venus, o del musgo de la intimidad. Si vas a hablar de tu pene, habla de tu carne dura, de tu masculinidad firme, o de tu dureza varonil. Si vas a describir una penetración, refiérete a la unión de los cuerpos, al acompasamiento de los cuerpos o al perfecto encaje de los sexos. Cállate pana, déjame escribir en paz.

Encontré a la flaca llorando y tristona en la cocina, donde había ido a vaciar el tobo donde Julia había vomitado al combinar marihuana con whisky y una pepa de éxtasis.

-No es nada, total, ¿Quién no se ha jodido por no saber combinar los candy? ¡hasta a mí me pasó una vez! -, le dije, al verla llorando, mirando a través de la ventana que está junto a los gabinetes.

-A mí me importa un carajo si la boba esa se mata por meterse mal lo que no se debe meter -, su hablar incoherente se debía a que ella también estaba jalada, yo no, hasta ese momento llevaba tres años sin meterme nada y planeaba seguir así -. Yo estoy llorando por otra cosa. ¿Te enteraste de lo del gato?

-Hay tantas cosas sobre ese cabrón, ¿a qué te refieres en específico?

Trataba de evadir el tema, el tema que fue nuestra comidilla desde que nos enteramos. Resultaba que El gato, el novio de La flaca, fue a un prostíbulo y se vino en vómito verde sobre la puta en la que estaba porque, al igual que Julia, había hecho una mala combinación de sus drogas. Y nótese que digo “sus drogas” ya que El gato, era el que nos distribuía a nosotros. Usaba los autos recuperados por tránsito terrestre como autos-mulas para el transporte de su merca. El gato, era una leyenda, un maestro del jibareo, a él se le debe el que los babys de mi ciudad se hayan podrido por dentro de heroína, gracias a que él, la trajo desde Holanda en un avión oficial en el que viajaba de regreso de una conferencia sobre normas internacionales para evitar los accidentes o algo así.

Por eso, cuando supimos que al gato, precisamente a él, le había dado un “ridículo de sobredosis sin consecuencias”, como a él mismo le gustaba llamar a los episodios tragicómicos que sufrían quienes no sabían como meterse lo que él les proveía, no pudimos más que reírnos y sentirnos satisfechos, a veces cuando sabemos que quien nos jodía está jodido nos entra una inigualable satisfacción, como si las desgracias de un desgraciado fueran los consuelos de los mediocres que, como nosotros, no saben hacer otra cosa que esperar que alguien fuerte caiga para poder reírse de él.

Pero todos queríamos a la flaca, y aunque todos queríamos acostarnos con ella, no deseábamos que su amor por El gato, su único y verdadero amor en toda su vida, se le derrumbara del pedestal en que estaba. El pedestal de cocaína con agua, me gusta pensar a mí, cuando imagino a mi flaquita soñando con ese maldito, endiosándolo, fantaseando con él.

Pero yo no me pude contener, así que hallé la forma de hacerle saber a La flaca lo que su amado le había hecho, no esa vez, sino miles de veces, con prostitutas, con Jennifer, con Marcia, con Marvit, con todas. Por eso fingí esa supuesta inestabilidad cuando La flaca me contó llorando la rabia que le había agarrado al gato, y sus deseos de venganza igualando las acciones, no con un prostituto, sino conmigo o con cualquiera que supiera como aprovecharse de su debilidad emocional.

Yo sabía como y lo hice, así que, la tome por la cintura y comencé a empujarle los brazos que luchaban contra mí, la miré y le balbucee una cursilería vacía que condenaba la infidelidad del gato y sublimaban mis ganas de fornicarla aduciendo que sería una venganza perfecta. Ella se tragó mi frase hecha, mi cursilería barata y fácilmente desmontable. Y al dejar de luchar contra mí, la tiré sobre el mueblecito de la cocina y…

¿De verdad vas a usar ese lenguaje que tienes en mente? Sí, maldita puta lo haré, así que déjame terminar la primera parte de mi relato en paz.

La tiré sobre el mueblecito de la cocina y comencé a desnudarla, a oler el olor que venía de sus poros, apreté con fuerza, y hasta con rabia, sus redondos senos, mordí sus pezones hasta que entendí que sus gemidos ya no eran de placer sino que de verdad le estaba haciendo daño. Luego bajé mi cara hasta el centro de su entrepierna y arranqué su pantaleta, para luego, recrearme restregando mi rostro sobre sus pelos y el olor de los mismos. Abrí sus piernitas, bajé el cierre de mis pantalones y dejé salir mi pene erecto y orgulloso, tanto, como orgulloso me sentía de él, que se levantaba firme y gracioso, poderoso, genial, veía sus venas brotadas, su cabecita roja, su prepucio no circuncidado y, puedo decir, que realmente nunca me había sentido tan bien por tenerlo. Mi contemplación se acabó cuando mi instinto me llevó a meterlo en el cuerpo de La flaca y sentir que allí adentro podía ser feliz, mientras afuera yo me divertía con el menudo cuerpo de mi flaquilla y con su timidez oculta bajo el aura que le dio su afilado humor y su empate con el maldito gato de mierda, que estaba en la sala, a solo metros de distancia, tratando de ayudar a la idiota de Julia. Imagino que ha debido quedarse afuera, humillando a la pobre Julia, disimulando así su vergüenza al saber que todos sabíamos de su incidente con la puta, pero que habíamos decidido ocultarlo por amor a La flaca, a la misma flaca que orgasmeaba bajo mi pecho, y que hasta me besó tiernamente, dándome a entender que en otras circunstancias y sin la venganza de por medio, ella me amaría.

Acabé sobre ella, primero, porque no soy estúpido, segundo, porque ella me lo pidió, y tercero, porque me dio un placer morboso el verla tímida y asustadiza con mi semen sobre su abdomen y su sonrisa penosa mostrándose como respuesta a mi mirada penetrante y mi frase. “ojalá esto se repita”. Pero no se repetiría, ya que, estando vestidos y descansando en el sofá de la sala, mirando a Julia que se recuperaba y disimulando lo que habíamos hecho, La flaca de acercó al gato y lo besó dando el tiempo suficiente para yo la viera y así dejarme en claro que se reconciliaría con él, es más, nunca hubo tal reconciliación ya que La flaca fingió que nada había ocurrido.

Al día siguiente desperté con un maldito despecho que ahogué junto a mi amigo de infancia, pero que resucitó al día siguiente y se quedó conmigo hasta el día en que el teléfono de mi casa sonó.

-Aló -. Dije con desgano puesto que estaba con dos noches de sueño, y con sopor anisesco enorme.

-¿Aló, negro?

-Sí, soy yo, quien habla.

-Yo, José Alejandro.

-Hey, que fue brother.

-Todo fino pana. ¿Todavía estás interesado en el trabajo de escritor?

-Sí, pero como no me habías llamado.

-Lo que pasó es que al día siguiente de haber estado en el bar, cuando llegué donde el tipo, él ya había contratado a alguien y bueno, eso se perdió. Pero el tipo que contrató no era muy bueno, así que me preguntó si yo conocía a alguien, te presenté y me dijo que quiere conocerte. ¿Qué te parece si nos vemos mañana?

-Bueno, realmente necesito distraerme con algo, porque el guayabo maldito de La flaca sigue conmigo. Dime pues, ¿dónde nos vemos?

Anoté la dirección, absorbí las últimas gotas de anís de la carterita y me dispuse a dormir. Aunque solo pude quedarme dormido luego de masturbarme pensando en la fornicada vengativa que tuve con la flaca.

Continuará…

John Manuel Silva.

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