A “Tsotsi” la equiparan con “Ciudad de Dios”, pero deberían compararla con cualquier capítulo aleccionador de la manipuladora “Crash”.Su libreto es pura demagogia redencionista,al servicio de la moralina culposa del peor cine melodramático, en clave de “Maroa”. De ahí su victoria en el Oscar en la categoría de mejor película extranjera.
Según el contenido de la cinta, el problema de la delincuencia tiene solución en el tercer mundo. Para reformarse, los malandros apenas necesitan un poco de afecto, reforzar sus lazos paternales y san se acabo. Aun así, escapar del círculo vicioso del crimen no será tan fácil. ¿Les suena familiar? Piensen en una secuela malandra de “Tres Hombres y un Biberón”.
Posiblemente el mayor atractivo del trillado argumento,radique en su contexto de origen. Sin duda, el plusvalor audiovisual de la obra reside en su mirada exótica y turística a la realidad de la Suráfrica subterránea, aun cuando su fotografía peca de portada de revista “Newsweek”, como complemento a su mensaje de “Reader’s Digest”.
En materia informativa, cabe recordar tres puntos. Uno, Tsotsi es sinónimo de gángster en el idioma original de los barrios de Soweto.Dos, la trama gira en torno a un joven delincuente que cambia su vida al conseguir a un bebé en un atraco. Tres, la película versiona una novela de culto escrita por la pluma clandestina del imprescindible Athol Fugard, a quien supuestamente le gustó la adaptación.
Por lo demás, Athol es una figura referencial de la literatura y la dramaturgia surafricana, porque se atrevió a combatir a la discriminicación del apartheid durante su apogeo, al montar puestas en escena con repartos interraciales, desafiando a la censura de la época. Lamentablemente, la película “Tsotsi” contradice los postulados de su obra, al legitimar estereotipos y visiones de carácter etnocéntrico, en la línea de “Hotel Rwanda”.
El efecto Memo Arreaga prevalece…