Hay películas que vemos con el cerebro y pasamos por el examen del raciocinio, esperando desmontar sus mensajes implícitos. Hay otras tan obvias y tontas, que vemos con desprecio y destrozamos apenas al haberlas visto, incluso mientras las vemos. Y hay cintas que deben disfrutarse, sin intenciones ulteriores; simplemente entregarnos al placer de verlas, degustarlas, entenderlas y dejar que el autor, los actores e involucrados nos secuestren durante dos horas y nos lleven a donde les plazca para decirnos algo, que en el fondo, es lo que queríamos escuchar cuando fuimos a verlas. Ratatouille, pertenece a este último grupo.
He visto, en el último año, películas notables, excelentes, buenas, regulares, buenas pero con fallas, medio malazas, malas con buenos actores, malas con escenas y secuencias notables, buenas con malas actuaciones, buenas con malas secuencia, buenas que duran más de lo que deberían, regularzotas, malas, malísima, pésimas, horribles, excrementos cinematográficos. Pero no recuerdo desde hace cuanto no salía del cine con una amplia sonrisa en mis labios, sabiendo que acababa de ver una película que me generó la misma sensación que La Sirenita; la primera película que vi en el cine, cuando tenía unos cuatro años de edad. Esto, me ha pasado algunas veces, creo que la última vez que salí del cine totalmente dopado y seducido por una cinta fue en 1999, cuando vi, Los Sueños de Akira Kurosawa en un ciclo especial que hizo un grupo de cine en el liceo. Así que realmente no la vi en un cine sino en un televisor de 20 pulgadas.
Ratatouille es una cinta fascinante, hermosa, conmovedora, genial. Así de simple, a pesar de que no faltará el intelectual que diga que la visión idealizada de Paris es una hipocresía por los recientes sucesos sociales que se han dado lugar en la ciudad luz, por las muestras cada vez más preocupantes de racismo y neofascismo o porque todos sabemos que debajo de la historia mixtificada de Europa, hay bastante mierda escondida. Todo eso es verdad; pero en lo que concierne a este film, eso ahorita no me importa.
Igual, ya lo señalé cuando hablé de Shrek 3, algunos me dirán lo que yo ya sé: que Ratatouille, igual que casi todas las películas animadas salidas de Pixar, está diseñada mecánicamente para vender los muñequitos de la Cajita Feliz y los juguetes, juegos de computadora y demás material P.O.P. que solo servirá para enriquecer a los ejecutivos de Pixar. Pero, no puedo evitarlo, Ratatouille me convirtió, durante su hora y cuarenta minutos de duración, en un niño.
La historia nos muestra a Remy, una rata que posee un extraordinario olfato y unas obvias inquietudes intelectuales que lo llevan a cuestionar quien es y a querer siempre ser algo más que una rata que roba comida; llevado por la historia del chef Gusteau, Remy ha aprendido todos los secretos de la buena comida y sueña con ser un gran chef. Por cierto, las observaciones que hace Remy sobre su papel como rata, son memorables, “¿sabías que comemos con las mismas patas que caminamos? ¡Estoy cansado de ser una rata, lo único que hacemos es robar y, admitámoslo, lo que robamos es basura!” unos diálogos brillantes inundan todo el metraje. Un día, luego de escapar de la casa de una vieja demente, tan loca, que le dispara con una escopeta a las ratas cuando salen de la lámpara en que tenían su nido, Remy se pierde de su familia y su comunidad, terminando en la alcantarilla que da hacia un restaurante del que Remy queda prendado ya que como dije su gran sueño; luego de entender que su gran olfato es un don que le permite apreciar los aromas y sensaciones que en la vida cotidiana ignoramos; es ser chef. En la alcantarilla, Jack Gusteau, el viejo maestro de la cocina fallecido hace casi dos años se le revela a Remy diciéndole “cualquiera puede cocinar”, o entre líneas, cualquiera puede lograr lo que se propone. No les voy a contar más, porque arruinaría la película; y de hecho, les recomiendo que ignoren el trailer y no lean las reseñas, lo mejor es descubrir la cinta por uno mismo.
Hablar de la parte técnica en una cinta de Pixar es redundante, pero hay que hacer mención a la esmerada animación, a la monumental dirección de arte, casi no podía creer que las imágenes eran animadas y no reales, te dan ganas de estirar la mano hacia la pantalla para sentir las texturas u olfatear junto a Remy los alimentos que lo seducen, transportan y expanden su imaginación; es que el rostro de esta rata animada es tan expresivo, como se mueven sus orejas, sus ojos; la escena en que Remy le indica, a través de cabeceos a Lingüini que lo entiende, es increíble; lo digo en serio, la animación de esta película es el trabajo de un verdadero artista.
Y es extraño, porque Brad Bird, director y guionista de esta joya, es el mismo que nos otorgó Los Increíbles, una cinta igualmente esmerada en su trabajo técnico, pero más que cuestionable en su contenido. Aquí, el guión, nos lleva a hacer reflexiones profundas sobre nuestro papel en el mundo, como nos conformamos ante lo que somos sin luchar por cambiar o mejorar, como aceptamos conformistamente que, si nuestro destino es robar y comer basura, pues acostumbrémonos a ello. Ah y ni hablar de las observaciones culinaria. Creo que los guionista de Como Agua para chocolate, Chocolat, Woman on top y, la recientemente estrenada, No reservations, debería ver Ratatouille para que aprendan que la intensidad de las sensaciones que nos producen los olores, colores y sabores de los alimentos, no tienen porqué expresarse con un montón de cursilería baratas o lugares comunes.
Otra cosa; en un momento, cuando ya ha transcurrido una hora de película, parece que todo acaba cuando el maquiavélico chef Skiner es expulsado y Lingüini descubre la verdad de su origen, pero Brad Bird no lo deja así, no opta por lo que pudo ser un final mediocre, sensiblero y obvio; en este punto acontecen cuarenta minutos más de película, los más notables, cuando vemos la transformación de Lingüini que luce como un oportunista interesado, los conflictos de Remy por no poder negar dos partes de si mismo y los últimos quince minutos que son, sencillamente sublimes.
A mi entender, una de las más agradables películas que he visto en mucho tiempo. Aunque les advierto que ayer estaba pasando por un día terrible y a lo mejor exagero con estos excesivamente positivos comentarios.
Obviamente 10/10
John Manuel Silva.
Pd: Ah, casi se me olvida señalar un detallazo. Esta película no tiene las voces de Tom Cruiser, Mel Gibson o quien sabe quien. El director usó voces de actores dedicados al doblaje lo que le da fuerza a las actuaciones, con la obvia excepción de Meter O´Toole que hace la voz de Ego. Igual es con la versión en español. Así que no se asusten, no van a oír a su actriz de telenovelas mexicanas favorita mal doblando a algún personaje.