Anómala, increíble por ratos ,floja por momentos pero rabiosamente personal, “Retrato de una Pasión” debería figurar en el listado de las veinte del 2007, por un puñado de poderosas razones.
Uno, se atreve a desafiar los códigos de percepción del espectador promedio, al enfrentarlo con la imaginería heterodoxa de la contracultura americana, en un homenaje velado a un par de pilares del terror independiente: el David Lynch de “El Hombre Elefante” y el Tod Browning de “La Parada de los Monstruos”. Aquí los “Superfreaks” toman la palabra en nombre de la otredad y la diversidad fellinesca, como en “Pequeña Miss Sunshine”.
Por tanto,la intención de la propuesta consiste en reinvidicar el valor de la tolerancia hacia la alteridad social, marginada por el orden de belleza imperante.Gaby Espino, defensora a ultranza de viejos cánones de estética, aprendería una bonita lección, viendo “Fur”. Igual Osmel Souza. Ni hablar de los doctores neonazis de hoy en día, transfigurados en “artistas” de la cirugía plástica. Si fuera por ellos, habrían mandado al quirófano a Diane Arbus, junto con sus modelos, y a la vez,corregirían su portafolio de “gente fea”, como dirían las autodenominadas ultrafabulosas.
Por eso, celebro el estreno de “Retrato de una Pasión” como una respuesta necesaria al Miss Venezuela. Por desgracia, su lanzamiento mundial arrastra consigo una ola de incomprensión, indiferencia e indignación, estimulada por la desidia de la crítica, el prejuicio de la audiencia puritana y la apatía de la economía de mercado.
Para decirlo en cristiano, el film tuvo un presupuesto de 17 millones de dólares y apenas recaudó 200 mil verdes en la taquilla de Estados Unidos, convirtiéndose automáticamente en una cinta maldita,en el estricto sentido de la palabra,a la altura de la injusta bancarrota de “Las Puertas del Cielo” de Michael Cimino. Injusta, porque es una película estimable como “Fur”.
Analogamente, los puristas de la prensa anglosajona la satanizan a diestra y siniestra, al extremo de ridiculizarla por completo, de una forma bastante simplona. Por ejemplo, en ciertos medios la definen ,con sorna,de la siguiente manera: “Nicole Kidman conoce a Chewbacca”, en referencia a la enfermedad sufrida por el caracter lanudo incorporado por Robert Downey Junior.
Bromas aparte y fuera del ámbito de la incorrección política, la relación adúltera de ambos personajes se inscribe de lleno en una hermosa tradición de la literatura romántica, inspirada en Madame Bovary de Flaubert, sin olvidar las obvias conexiones expresionistas con el amor loco de la “Bella y La Bestia”, en su versión original de Jean Cocteau, a no equiparar con la de Disney.
Tomando estos antecendes como base, el cineasta Steven Shainberg nos introduce en “su portaretrato imaginario de Diane Arbus”; una suerte de biografía fabulada de la fotógrafa atraída por los abismos de la normalidad costumbrista.
Al respecto, procedemos a adornar la reseña con una cita de Joan Fontcuberta: Sus retratos se caracterizaban por un marco formal perfectamente identificable, pero sobre todo por la elección de unos individuos en los márgenes de la sociedad. Arbus escrutaba la sordidez de una cierta subcultura urbana con ácidez no exenta de compasión y ,de algún modo, jalonando una corriente humanista de gran peso en la historia de la fotografía.
“Retrato de una Pasión” recoje esta herencia, combinándola con el sello pecaminoso del autor de la “Secretaria”, obsesionado por las atmósferas subterraneas y los amores al margen de la ley, cual Abel Ferrara en busca del refinamiento decadente de Luchino Visconti en “Muerte Venecia”.
Quizás el glamour de la Kidman contradice el espíritu de la Arbus.Quizás el desenlace resulta muy almibarado al lado del verdadero final trágico de Diane, al suicidarse en 1971. Quizás el libreto peca de machista, al plantear la liberación de la mujer gracias al apoyo de un hombre sensible. Con todo, representa un soplo de aire fresco para la intoxicada temporada de verano.
