El periodismo venezolano ha mutado de manera algo extraña: Lo que, hace una década, era un periodismo crítico llevado a cabo por un puñado de escritores en contra de la necedad de la mayoría, ha sido englutido, entero, por el fanatismo de bando y bando. ¿Qué pensarían los escritores de antaño como Juan Nuño, José I. Cabrujas y Aníbal Nazoa?
La manufactura del descontento: Una caricatura de mass media
Seamos sinceros. En Venezuela nunca hubo una BBC ni un Berliner Zeitung. Nunca se esperó nada de los locutores, esos seres despreciables absortos en tanta auto-adulación que el hecho de “informar” sobre algo o siquiera saber de qué se estaba hablando era secundario, en el mejor de los casos. Me viene a la memoria la época pre-Chávez en la cual una tipa llamada Erika de la Vega tenía un programa con Enrique Lazo en el cual ella le discutía la palabra “affaire” a Lazo, ya que ella no sabía –y lo dejó claro en el aire-, que esta palabra no quiere decir solamente revolcón. El tema era el “affaire” político entre dos presidentes, por lo cual ella se desternilló de la risa, de lo más tercer grado, pensando que Lazo afirmaba que los presidentes eran homosexuales.
En fin, el que tome sus directrices políticas e informativas de gente como de la Vega, Poleo, Pacheco, Bocaranda y pare usted de contar es alguien que merece ir a parar directo al manicomio. Esta gente, entre falsas denuncias (el comando cubano entrenándose en una hacienda –con video y todo, mano), especulaciones descabelladas (los indígenas nos van a robar el Amazonas) y gritos de Pedro-viene-el-lobo, contribuyeron a que la gente tomara la información que salía de sus bocas con la misma credibilidad de una comiquita de Mortadelo y Filemón.
No que en el otro bando estén mejor. Uno abre la página de Aporrea y por poco se consigue una animación del 13 de Abril, que se ha convertido en la Playa Girón venezolana. No me extrañaría que pronto le agreguen una cancioncita tipo “Creo en ti” de Pablo Milanés, a la página.
Allí, lo que otrora fuese un sitio alternativo y abierto con colaboraciones de todo tipo y contra-información, se ha convertido en un sistema propagandístico de lo peor, cuya presentación es hasta fea (en eso, nuestra “revolución” no hace ningún esfuerzo por alejarse de la estética horrorosa de todo socialismo, desde los colores y los muñecotes rusos hasta la página en línea de Granma, copiamos lo más repugnante).
Las columnas de “opinión” han sido secuestradas por la retórica más básica y facilista sin que haya ningún tipo de análisis de trasfondo. Aquí, usted no leerá una columna de opinión, no; usted leerá La Opinión oficial, a veces decorada con intentos argumentativos para justificar las posiciones más contradictorias (Antonini pertenece a la oposición, en contra de toda evidencia que prueba lo contrario; la reforma le da mayor poder a las bases al construirlas verticalmente, etc.), y a veces sin ni siquiera molestarse en hacer eso: Se escupe veneno contra todo lo que se mueve del otro lado del río usando los adjetivos menos originales y más gastados que se pueda (este es un perro de Bush, el otro recibe plata de la CIA, el de allá es un sifrino, burgués, oligarca, etc.).
Lo más tragicómico de todo, señoras y señores, es que esta gente se toma la pelea en serio. De lado y lado, quiero decir. Es como ver una pelea de boxeo entre dos mochos reducidos a darse mordiscos: Los “columnistas” de Aporrea se desbocan atacando al espantapájaros de la oposición de turno. Patético, si me preguntan. Como si los engendros frankensteinianos que lanza la oposición necesitaran de veras un empujoncito, como si ellos no se fueran a tirar solitos por el barranco.
Porque se trata de eso: Hay una innegable sed de pelea y de victoria. La revolución no bajó de la Sierra Maestra y tiene piquiña en el dedo ya que no disparó ni un tiro. La revolución es como Mike Tyson peleando en Las Vegas contra cualquier contrincante del público: apenas sube alguien al ring, se le lanza encima sin escatimar ni retenerse hasta partirle la madre.
La falta de un icono o de una batalla seminal es lo que conduce al gobierno a buscar peleas donde no las hay, a patear cachorritos pensando que se devoran leones, todo esto cubierto de pathos, cortesía de su Comandante en Jefe quien histriónicamente encauza los brotes de acción hacia la Victoria (siempre con mayúscula).
Pero a la revolución peleona y camorrera le hace falta mejor manager. Es por eso que arremete a machetazos contra un molino creyendo que derroca a un gigante para terminar siendo el hazmerreír de cualquier venezolano con dos dedos de frente. Para decirlo en términos revolucionarios: ¿Qué es esa mariquera de andarse peleando con el enano de Alejandro Sanz? ¿Son ésos los criterios de la revolución?, ¿quitarle el Poliedro a Alejandro Sanz of all people? Me van a perdonar, pero eso no es ser revolucionario nada, eso es ser un niño malcriado que pierde el partido y se lleva la pelota, “porque es mía”. Porque esto es un juego de roles psicótico, donde la oposición, sobre todo aquella de derecha, quiere convencernos del disparate según el cual Alejandro Sanz es Víctor Jara y Chávez es Pinochet. Tamaña ridiculez sólo funciona porque hay un bruto descerebrado en el gobierno quien decide que esta es una pelea que vale la pena luchar. A este paso y con tales precedentes, es probable que el Ministerio escoja pelearse en el futuro con el payaso Popy, los tarados de Jackass o el periodista inexistente Borat, todo en nombre de la dignidad del pueblo.
Periodismo en un país portátil
Mucha gente acusa la “falta de preparación” para recibir el proceso como causa de tal debacle social e intelectual. Las eternas “condiciones” marxistas, pues, que como siempre, nunca están dadas.
Más allá de discutir trivialidades histórico-filosóficas igual de interesantes que la programación de RCTV que “había que sacar del aire” (otra lucha épica contra “El Imperio”: Dale una calada al porro revolucionario punto red y pásalo), hay una innegable realidad, a mi parecer, en todo esto. Corríjame el lector, pero que yo recuerde, en los primeros años del gobierno Chávez, existía en el periodismo venezolano una cantidad de gente capaz de hacerle frente a los disparates y a las invenciones de los propagandistas anti-Chávez. Me refiero a gente como Ibsen Martínez, cuyo artículo clásico Internet no sube cerro sigue en boga hoy en día; Roberto H. Montoya, cuando todavía era crítico; Luis Britto García, ídem., y hasta podría mencionar al temprano Earle Herrera.
¿Qué pasó con esta gente? ¿Se cansaron? ¿Decidieron que era más fácil cuadrarse que navegar la delgada línea roja del pensamiento?
Ibsen, por mencionar a uno, tuvo que enfrentar una presión increíble ya que no quería cuadrarse en contra de Chávez en un principio. Las cartas al lector de El Nacional y sus artículos subsecuentes son prueba de ello (consultar la bitblioteca). Yo no sé qué le pasó a Ibsen, preso del fenómeno por estas calles: si la cosa funciona y gusta, me las doy de punk y me voy. Vaya usted a saber.
En lo que a los demás concierne, espero tengan su conciencia tranquila. Yo personalmente no esperaba nada de adefesios como Mingo en cuanto al periodismo. Pero sí pensé –ingenuamente-, que los antes mencionados iban a recoger la antorcha de personas como Juan Nuño, Aníbal Nazoa y José Ignacio Cabrujas, quienes abrieron camino y marcaron la pauta hace décadas. Que otros periodistas, arrastrados y arribistas, se hayan puesto donde hay en las primeras de cambio y escriban columnas donde se prohíbe pensar es algo natural en todo país (imbéciles hay en todos lados).
Pero que ustedes hayan contribuido a cerrar espacios, a evitar discusiones y a quitarle peso a los medios de comunicación en la supuesta “discusión abierta” que se lleva a cabo en toda democracia, me ha dejado bastante desilusionado. El que no haya espacios para la discusión –pero sí para las coñazas-, el que los dos bandos no puedan verse ni en pintura, es en gran parte culpa de ustedes por no llevar a cabo lo que era su única responsabilidad: Pensar siempre, por encima de todo, abrir camino para las ideas y no transarse con el poder de turno (o el contra del poder de turno).
Un mensaje para Juan, José Ignacio, Aníbal y sus ex-colegas: Esto se acabó. Cerremos la pulpería y, el que se vaya de último, que apague la luz.