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El Cantante: mucho J. Lo. y poco Lavoe

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En calidad de financista del proyecto, Jennifer López quiere robarse el show de “El Cantante“, incluso por encima de la humanidad de su propio marido, Marc Anthony, en la piel de la rutilante estrella de la Fania. Por eso, el film no parece el tributo oficial del sonero mayor de Puerto Rico, sino más bien el inédito reality show de la pareja consentida de la crónica rosa, narrado a fuerza de puros video clips de los dos y comentado en off por la “I Love New York” de la partida, al ritmo de sus confesiones a la cámara.

Ambos, en suma, son los protagonistas de una telenovela paradocumental a camino entre el precio del éxito y el costo del sensacionalismo sentimental, el descenso a los infiernos y la oportunista reivindicación tardía del ídolo, el lugar común y el experimentalismo trendy, el spanglish y el lenguaje universal del amor desesperado, el ajustado repertorio convencional y la explotación del legado ajeno, la muerte con mensaje y el renacimiento patrocinado por la ex de Ben Affleck. Cualquier parentesco con la operación de rescate de Frida Khalo por cortesía de Salma Hayek, no es mera coincidencia.

Salsa y control

Al autor cubano León Ichaso le corresponde la labor de llevar el encargo a puerto seguro. Para ello, aprovecha su vasta experiencia en el género de la semblanza afrocaribeña, a objeto de divinizar con creces la imagen del mito cultural de los años ochenta.En efecto, “El Cantante” rememora la interfaz y el look de la anterior entrega del autor, “Piñero”, centrada en la actividad perfomativa y poética del legendario dramaturgo latino radicado en los márgenes de la ciudad de Nueva York.

 

Aquella película, estelarizada por Benjamin Bratt, anticipaba con su caos narrativo la estructura abigarrada del homenaje al orgullo de Ponce, también decantado por el filtro de la óptica subterránea deudora de las pandillas de Martin Scorsese.La cámara, por consiguiente, adopta el grano y la postura del lente reporteril, para acompañar a otro rey de la minoría periférica en su tortuosa búsqueda del sueño americano. Una odisea de artificio y pesadilla inscrita de lleno en el contexto de viajes interiores de corte hispano como “Antes que Anochezca”, basada en la existencia de Reinaldo Arenas.

 

En paralelo, el tono personalista y personalizado del libreto melódico, evoca el retrato polifónico y coral de sinfonías de la autodestrucción como “Ray”, “Birdy”, “Walk The Line”, “The Doors” y “The Last Days”, sincronizados en su forma y en su fondo.

 

Epidérmicamente, el embrollo se reduce a una secuencia de anécdotas, interrumpidas por acciones sonoras en escena.Complementariamente, el subtexto intenta  profundizar en la psique de “Juanito Alimaña”, en cuanto el happy ending invita a la audiencia a extraer una enseñanza de la función general. Aquí la adicción a la droga, el desarraigo y la disfuncionalidad familiar entonan el himno de las alarmas sociales a combatir.Por desgracia, en esta ocasión, poco llegamos a entender a Héctor Lavoe como hombre y compositor, porque la sucesora de la Puchi, la mujer del virtuoso, insiste en aparecer en cada espacio de la escenografía, al reservarse el 60% del diálogo y al creerse a la altura de su esposo en la ficción, como si fuese Elizabeth Taylor en ¿Quién teme a Virginia Wolf? Un problema compartido por “Control”, la estampa del líder de Joy Division acaparada por su esposa.Por fortuna, el cuarenta por cierto restante vale la inversión de la entrada, a la sazón de los duros conciertos en vivo. Mención aparte para el esfuerzo de Marc Anthony, a pesar de los clichés del folletín y de su excesivo pudor a la hora de mostrar la decadencia del enfermo de SIDA.

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