Una oportunidad.
Juan C. González D.
La semana pasada, una información resaltó entre el caudal de noticias generadas en Venezuela: la empresa de investigación Datanálisis mostró el resultado de su más reciente estudio de opinión pública sobre la votación de la reforma constitucional. En este estudio, apareció por primera vez un escenario electoral donde el NO tiene una oportunidad de ganar.
Esta información confirma una sospecha que no es tal. Con los recursos, el apoyo institucional, la popularidad, el servilismo y las herramientas legales que el gobierno ha tenido a la mano, la decisión sobre la reforma podría ser (quizás) la contienda electoral más igualada de la historia reciente del país. Pero que el NO tenga una oportunidad de ganar no significa que lo vaya a hacer; la abstención esperada desbarata cualquier ilusión posible.
Cerrar la brecha, mitigar esa imagen del chavismo electoralmente invencible: eso si sería un avance.
La misma estrategia de sectarismo y de tierra arrasada que concibe el gobierno para tratar muchos temas de interés nacional fue aplicada en la discusión de la reforma. La manera cómo se abordó el cambio de la constitución a través de ésta vía y no la de una asamblea constituyente, privó al país, pero sobretodo a sus motivados partidarios de base, de la posibilidad de conocerla, discutirla y apropiársela. Chávez hizo su parte y la asamblea contrabandeó el resto. Subestimaron el poder de legitimación que podría haberle dado una asamblea constituyente para, desde ahí, plasmar en el papel su tan anhelada transformación del Estado “burgués” al propugnado Estado “socialista” del siglo XXI, que dada la errata, seguirá siendo sólo una fábula de improvisaciones financiada por el precio del petróleo. Cuando algunos de sus acólitos –que si se tomaron en serio aquello de lo participativo y protagónico- les salieron respondones, los “representativos” de la asamblea nacional vetaron sus objeciones y simularon una consulta amplia, incluyente.
El resultado: las ya públicas diferencias dentro del chavismo quebrantan las pretensiones de una unidad monolítica deseada por su líder (y que en realidad no va más allá de su propio liderazgo) pero, sobretodo, alejaron a gran parte del electorado y limpiaron el terreno para la aparición del conglomerado más ferviente y consecuente de los últimos ocho años en el país: los llamados abstencionistas.
Se trata de un colectivo heterogéneo, con muchos matices, donde caben: i.) aquellos que todavía creen que el CNE les robó el Revocatorio; ii.) los chavistas que quieren a Chávez pero no a la reforma; iii.) los indiferentes-fatalistas de siempre, esos que argumentan que no vale la pena ir a votar porque, igual, ninguna acción debilitará la voluntad de los poderosos de turno de gobernar a su entero placer.
Este grupo merece un poco más de detalle: son el espécimen mejor logrado de la polarización. Se acostumbraron a la terapia gubernamental del medio chuzo, del 2021 (ó 31), del Te la Calas que tan bien explicó en su artículo del pasado domingo 4 de noviembre en el periódico El Nacional el escritor Alberto Barrera Tyszka. También se habituaron a la torpeza e incoherencia de una parte de la oposición, tan carente de criterio para pegar donde le duele al gobierno como de cercanía con la gente que apoya a Chávez porque no tienen más remedio, porque no encuentran otra opción que los entienda como él lo hace.
En el fondo, lo que sucede con los indiferentes-fatalistas es que experimentan un intenso desprecio por la norma. Subestiman las formas, hacen asco de las leyes. Constatan que irrespetar los semáforos y el rayado, maltratar el espacio público, omitir el pago del recibo del condominio y subir el volumen de la música que molesta al vecino son cosa normal, un destino ineludible en la historia de la idiosincrasia del venezolano. Luego miran a Chávez haciendo su muequita de sorna mientras le promete a la oposición un crédito adicional de diez años luego del 2021, y concluyen que, con o sin reforma, con leyes o sin ellas, Chávez seguirá haciendo lo que le de la gana, continuará siendo el dueño del paquete, y ellos permanecerán tan campantes, saltándose la norma cuando sea conveniente y defendiéndola con hipócrita fervor mientras no los afecte, tal como el comandante lo hace.¿Qué cambio yo con un voto?, se preguntan. Nada, responden inmediatamente.
Pero es que el problema hoy no es si Chávez es dueño o no del paquete. El problema es que él y los irresponsables operarios de la mentada reforma quieren meter un paquete chileno con estos cambios. El problema es que estas leyes si que afectarán, y otras, por buenas que parezcan, tendrán que votarse como parte del mismo saco*.
Por esa razón muchos de quienes todavía creen en el proyecto “revolucionario” no se han plegado eufóricos a la propuesta de reforma. Por eso dudan si votar en contra de ésta es, al mismo tiempo, votar en contra del liderazgo de su presidente.
Mientras los otros, aquellos que no quieren ir a votar porque desde ya cantan fraude anticipado, deberían empezar por aceptar que perdieron el referendo revocatorio, que todavía Chávez tiene el apoyo de la mayoría de los electores, que aún no hay una alternativa política constructiva visible y que, mientras tanto, estas no son horas para lloriqueos inútiles, sino para concentrarse en contener el aluvión autoritario con un gesto sencillo, humilde, que no garantiza victoria, pero si un aporte.
Hacer esto significará aceptar también que, esta vez, algo distinto puede lograrse.
La opción por fin existe.
9 de noviembre de 2007.
* Aparte para un deseo cándido: cuán beneficioso hubiese sido votar por separado.