Los invito a no perder el tiempo con La Clase. Es un largometraje nulo,
desangelado, sin vida, con muñecos en lugar de actores, salvo las
honrosas excepciones de Laureano y Gonzalo Cubero, quienes cada vez
están mejor. De resto, puro pelón de casting. Por su parte, la trama de
Farruco transita por territorios trillados dentro del cine nacional, en
una suerte de “Maroa” conoce al hermanito feo del Fernando Carrillo de
El Caracazo, bajo una estructura dilemática de lucha de clase, saldada
con un final abierto tan abrupto como forzado, tan obvio como maniqueo,
tan melodramático como políticamente correcto. A lo cual contribuye la
inseguridad de cerrar con una cita de Eduardo Galeano, tal como ocurre
en la también inmadura Ni Tan Largos Ni Tan Cortos, cuyo director
incurre en el error de concluir con una frase entrecomillada, buscando
la legitimación intelectual de la que carece su producto.
La Clase aburre al espectador, con su predecible desarollo, su permanente
neutralidad, y su monocorde orientación estética. Le sobran minutos y le
faltan cortes en la sala de montaje. Hay escenas innecesarias, escenas
redudantes, y escenas fastidiosas por doquier. Por tratarse de cine, uno
espera mayor riesgo en el plano de los contenidos, pero en general
impera un clima de autocensura, puritanismo y represión conservadora,
bien ilustrada en el sello Lopna del personaje femenino, incapaz de
ceder a la más mínima tentación carnal. Por ello,la revolución vuelve a
dar muestras patentes de una cierta tendencia hacia la regresión
histórica del reinado del cógido Hays, cuando, como ahora, se suprimía
al sexo de la pantalla en pro de una depuración evangelizadora de las
mentalidades.
La Clase, sin duda, me retrotrae a la época del folletín
edificante, versión Hollywood años cuarenta, cuando las muchachas pobres
pero honradas tocaban el violín o la flauta, mientras enseñaban
lecciones de música y moral a niños marginados. Aquí semejante labor
misionera se corresponde además con el espacio donde la chica imparte
sus talleres musicales: una pequeña capillita, una iglesia popular.
En fin, una telenovelita rosa, mil veces vista, recalentada hoy por la
Villa. De nuevo, todo lo contrario a la construcción de un cine
diferente, alternativo o revolucionario. Todavía esperamos por el
despertar iconoclasta de Lorena Almarza. ¿Llegará algún día? Amanecerá y
veremos. Por los momentos, lo que hay es una multiplicación de los panes
populistas confeccionados por los hornos de Canal Ocho, Vive y Avila,
con su visión glorificadora, resignada, demagógica y apaciguadora de la
miseria, aunada a una manipulación ideológica del pasado reciente, como
un supuesto espejo invertido del presente perfecto y en construcción.
¿Dónde está el 2007? Seguramente en la cabeza de una avestruz,
seguramente escondido detrás del estratégico recuerdo del 27 de febrero.
¿Tiempos que no volverán? Eso quisieran los dueños de la normalización
del país, de nuestra industria y del estado. Eso quisieran quienes
sueñan con la entronización definitiva de un presidente vitalicio. Dios
nos libre.