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Hace nueve años, Chávez ganaba sus primeras elecciones

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Recuerdo en 1998 el sacudón que propinó la candidatura y la victoria electoral de Chávez. El país parecía de verdad enrumbado a un curso nuevo, vi gente que se proponía hacer las colas y respetar el orden en vez de colearse o hacerse el vivo, y todos abrigamos la esperanza de algo mejor. Sin embargo, ¿cómo llegamos aquí? ¿Cómo se instaló la retórica del miedo y de la violencia, los insultos y las proposiciones poco democráticas? Yo no estoy contento. No estoy contento porque 49% de mis compatriotas estiman que un Partido Socialista único en un país llamado «socialista» con un presidente que no se alterna en el poder, es algo positivo. No estoy contento porque casi la mitad de los venezolanos creen en la militarización de los ciudadanos y en el hecho de que el ejecutivo pueda decidir qué es un movimiento popular de base y qué no lo es.

No estoy inventado nada ni descubriendo el agua tibia. Para aquellos de memoria efímera, revisen los videos de you tube de las entrevistas concedidas por Hugo Chávez en 1998 y verán la diferencia en el tono. Algunos aducirán que se trata de una reacción natural ante la encarnizada oposición, argumento que no carece de sensatez. No podemos olvidar la cantidad de improperios e inventos fabricados por los medios de comunicación (quienes ejercieron el rol de oposición debido a la debilidad de los partidos tradicionales) y la instauración de una guerra sucia de lado y lado.

Lo que me da rabia es la inconsistencia: Que cada bando se vaya en justificaciones de cómo su lado tenía derecho legítimo a agredir e insultar al del otro bando, pero cuando lo hace el del lado contrario, es algo horroroso. Según esta tesis relativista, el Rey de España insultó a Chávez al interrumpirlo, pero Iris Varela hizo justicia cuando invadió el set del periodista Azócar. A mí no me insulten, pero cuando yo insulto a alguien es porque tengo la verdad en la mano. Cualquier blog que toque el tema del incidente Varela opera dos acciones: intenta minimizar la agresión (fue un cachetoncito, vale, no pasa nada) y luego justifica la acción (era obvio que Azócar merecía una trompada) y evita preguntarse para qué diablos existen los tribunales o qué pasa si yo, igual de preclaro que Varela, me voy a repartir bofetones a todo el que yo «esté seguro» de que cometió un error. En Venezuela, el análisis relativista termina en la punta de mi nariz.

Yo sí pertenecí a los bobos esperanzados. Yo sí creí (y creo, pero por otros medios) en la posibilidad de construir una sociedad mejor. A buscar y encontrar una alternativa al post-capitalismo que está destruyendo al planeta y que es filosóficamente inconsistente. Yo pensé que íbamos a tomar ese camino de apertura y participación.

Pero hoy en día, cuando «apertura y participación» significan que usted se para como un militar a esperar a que le ordenen, cuando «discusión» significa que el Partido Socialista donde íbamos a construir el socialismo del siglo XXI es una caja de resonancia donde al menor chistar de dientes se le echa del partido (si botaron a Tascón, qué quedará para la gente que de verdad quiere pensar), donde «discutir» la reforma equivale a leerla mil veces y convencerse de que es genial, donde «criticar» al gobierno significa ser traidor; no puedo sino sentirme excluido.

Por excluido quiero decir excluido de todo: Excluido del chavismo de línea dura y no-pensante y excluido de la oposición ignorante que cree que soy imbécil y quiere convencerme de que Chávez es Pol Pot. Esa oposición que, hasta 1998, no sabía ni siquiera quiénes eran Allende, Gaitán o Jacobo Arbenz y que hasta el sol de hoy no tienen ni la más remota idea de quién era el Ché y creen que política es ponerle orejitas de Mikey y celebrar su asesinato.

Mi sueño, que no halla salida en ninguna de estas dos alternativas, se encuentra cada vez más lejano. Hoy, sabemos que casi la mitad del país se reconfortaba en la idea de un Chávez forever, porque por más vueltas leguleyas que le den los blogs chavistas (es reelección indefinida, no permanente), de verdad que hay que ser ingenuo para tomar «la ley», por un lado, y olvidar el contexto. Y en un contexto Chávez, donde dice que va a gobernar hasta el 2050 o el 3021 si lo clonan, hay que ser miope para no ver que «reelección indefinida» lo que significa en realidad es «reelección de Chávez indefinida».

Yo no estoy contento. No estoy contento de que Venezuela sea considerada un caserío del viejo Oeste. No estoy contento de que la política se defina en base a una sola persona, que la oposición crea que el remedio a todos sus males es la desaparición de Chávez y que los seguidores del presidente crean que no puede haber una continuidad a su proyecto sin él como presidente.

Llámenme pesimista. Pero como están las cosas y dado el resultado de estas elecciones, yo no creo que esto se haya acabado. Chávez se ha vuelto –por buenas o malas razones, no lo sé-, en un ser avaricioso que codicia el poder, y se ha convertido en la traba mayor para la profundización de un proyecto político, del color que sea. Por otro lado, quien ose pensar «chavismo sin Chávez», será echado del partido y no sin razón, viendo los lamebotas que componen sus facciones, es muy probable que el sucesor de Chávez sea mucho peor que él.

Este juego se trancó. Saquen sus piedras y vamos a contarlas… Aquí no habrá ganadores.

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