Hola Venezuela, mi nombre es Mario Cimarro y soy el Danny Ocean de “Puras Joyitas”, aunque a diferencia de George Clooney, yo hablo hasta por los codos en la edición caraqueña de “Ahora son 13″. Nosotros, por el contrario, apenas somos 4 y compartimos el miniset con varios secundarios de lujo de la televisión criolla. Pero mejor vayamos por partes y comencemos a presentarlos uno por uno.
Para empezar, dispongo a introducir mi curriculum vitae. En términos generales, hago culebrones a diestra y siniestra en diferentes latitudes. Nací en Cuba, conquisté la fama en Méjico y terminé en Venezuela con los profesionales de Henry Rivero. Por eso, en su ópera prima, entono y despliego un curioso acento de reparto mayamero, medio chicano, medio colombiano.
De tal forma, interpreto al misterioso cabecilla de una banda de vagos y maleantes chic, víctimas del fashion. En efecto, según los adversarios de la cinta, lucimos como una fila de maniquíes en una vitrina de Zara, o como un portafolio de modelos de agencia en plan de desfile. Mucha imagen, poca entidad humana.
En cambio, para los apóstoles del film, el vestuario aprueba con veinte el examen del mercadeo de lo cool, a la luz de la escogencia pragmática del casting estelar en función de los postulados del star sytem. Paradójicamente, aquí se trata de cuestionar el patrón escultural de los concursos de belleza, a pesar de sacar partido del magnetismo erótico de las ex candidatas al Miss Venezuela durante el desarrollo de la trama.
De ahí la participación irónica, y a la vez oportunista, de las estampas demagógicas de las vedettes Daniela Kosan y Patricia Fuenmayor en compañía de varias consentidas “Urbe Bikini” de la prensa de farándula. Con todas ellas a bordo, orquestamos un desmontaje light de la fiebre nacional por los implantes de silicón, a costa de reafirmar, aprovechar y endiosar los senos operados de la carne de cañón. Los apólogos de la cirugía plástica pueden dormir tranquilos. La idea de “Puras Joyitas” tampoco es robarles el sueño. Por decir algo, Miss Chocozuela es tres veces más dura.
De igual modo ocurre con el tema de la publicidad como mensaje y masaje. De entrada, nos burlamos de las técnicas de emplazamiento de productos. De salida, acabamos por encumbrar el poder omnímodo y seductor de ciertas marcas registradas, en una suerte de cuña extendida a la usanza de “Cast Away” y “Muchacho Solitario” patrocinada por una firma de refrescos. En dichas circunstacias es imposible atreverse a más.
Por último, sólo queda por señalar aciertos y desatinos de la puesta en escena integrada por mis amigos y enemigos. De la plantilla de incondicionales, mi favorito es Erich Wildpret en el papel de Funboy, por su convincente naturalidad. Luego reconozco la sobriedad de Albi de Abreu en un rol ajustado a su medida. En cuanto a Rodilla, extraño mayor contención y percibo demasiados ademanes teatrales heredados de la señal abierta.
Sobre los villanos, levanto los pulgares con emoción por el señor Palacios, impecable y divertido en cada aparición caricaturesca. Juan Pablo Raba echa por tierra la credibilidad de la pieza en un disfraz de menso con una evolución predecible. De Budú, lamentamos la escasez de diálogos y la subestimación de sus dotes histriónicos al plano de los puros rugidos.
En resumen, estos son los íconos de “Puras Joyitas”, una pasión de gavilanes donde la originalidad brilla por su ausencia, a consecuencia de las enormes deudas con Guy Ricthie, Steven Sodenbergh, David Mamet y Fabian Bielinsky. Es la asimilación tardía de un estándar globalizado. Es el cine cosmopolita en la era de las franquicias. Un combo “Super Size Me” con yuca, arepitas y guasacaca.Funciona para mí.