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Cosas que no entiendo de este mundo: La malcriadez de las estrellas mass mediáticas

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Vaya revelación: Ser famoso como actor o intérprete de música pop es horrible. Ustedes no se imaginan, queridos amigos, lo difícil que es ser dueño de una mansión en Los Ángeles o tener la nevera repleta de champaña temperada. La vida de las estrellas es horrorosa, ellos son víctimas de un cruel mundo globalizado que los descuartiza con los tabloides. Se los digo a todos los Heath Ledger que andan por ahí, a todos los Owen Wilson con tendencias suicidas: No me jodan, carajo. Par de cachetones es lo que se merecen estos imberbes malcriados sobrevaluados.


Ahora resulta que la peor vida que se puede llevar en el mundo es la de Britney Spears. Pobrecita. Ser drogadicto es horrible. Ser alcohólico es horrible. Ser perseguido por paparazzis en todas las esquinas es horrible. Oh, Dios.

Sólo que olvidamos que estamos hablando de gente que, si de drogas se trata, consume la mejor coca que el dinero pueda comprar, no la pega Elefante con la cual se arrebatan los chamos de la plaza, chamos por los cuales nadie siente la más mínima conmoción. Estos niños son unas lacras, unas escorias; en cambio Britney Spears y Robert Downey son víctimas del sistema. El alcohólico que se mata a punta de aguardiente barata es un borracho, Mickey Rourke es un pobre diablo que desperdicia su talento. Igualmente, si me encierro en un hotel tres estrellas con cuatro putas medio baratongas (porque es lo único que puedo comprar), soy un perverso; si lo hace Robbie Williams con las modelos del catálogo de otoño es un triunfo en la vida. Todo es relativo en el mundo globalizado.

El mundo puede estar globalizado, la vida sigue compartimentalizada. Es verdad lo que dice esa gente: Yo nunca sabré lo que es tener un parque de diversiones personal, una discoteca en el sótano de mi mansión, tener de mejor amigo a un mono o ser el dueño del catálogo de los Beatles. Claro que dentro de mi estupidez de quince y último, no sé, no le veo tampoco tanto drama a hacer una película o grabar un disco prefabricado para asegurar mi liquidez bancaria y las de mis hijos.

Pero debe ser algo horrible. Si Owen Wilson trató de suicidarse y Heath Ledger lo logró; es porque la cosa es en serio. La fama es indudablemente espantosa. Basta que uno de estos tipos salga en televisión para que hable maravillas de la vida mundana que llevamos nosotros, escondiéndonos de nuestros acreedores, cayendo en la lista negra del banco o siendo echados por el propietario del apartamento. ¡Eso sí es divertido! ¡Vaya vida interesante! Qué aburrido es, muchachones, que entres a un bar y se te tiren todas las mujeres encima. Es que no tienen idea de lo espantoso que es. No. Eso no es vida. Vida es tener que calentarle la oreja a una mami hasta que te quede la cara azul de tanto hablar y verla irse con el tipo del carro cuatro por cuatro.

El último en esta cadena de güevonadas, de justificaciones burguesas ridículas, de Sofía Coppoladas piches (estoy-sola-en-un-hotel-cinco-estrellas-de-Tokyo-aburrida-qué-horrible); es Ledger. Se mató el actor australiano. Paren al mundo y lloremos. Olvídense de Kenya, de los pateros llegando a las Islas Canarias o la toxicomanía en los ghettos. Hoy hablaremos de pobrecito Ledger, quien no podrá comer más Foie Gras con caviar de Beluga y vino de Borgoña. Qué van a hacer las supermodelos con las cuales se acostaba. Dónde deja esto al cartel de Medellín.

No me jodan. No siento lástima por ninguno de estos malcriados alienados que creen que difícil es evadir a los fotógrafos a la salida de un club de strippers, no trabajar en una mina boliviana. Gente que cree que horrible es ser invitado a cocteles aburridos con pasapalos de colores, algo mucho más complicado que pararse a las seis de la mañana a cargar tobos de agua para la casa porque no hay tuberías.

La verdad es que son ególatras avariciosos centrados en sí mismos que no pueden ver más allá de sus narices y entender lo privilegiados que son. Y gente así de estúpida me da náusea. ¿Por qué será que los raperos nunca se suicidan? Porque cuando vienes de un barrio en South Central L.A. donde creciste comiendo sánduches de boloña y siendo discriminado por negro, no te quejas de poder comer cuando quieras o poder entrar a la discoteca sin hacer cola. Supongo que ahí está la diferencia.

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