Disgusta a los críticos ortodoxos. Incomoda a los viejos cinéfilos curtidos en el cine de autor moderno. Desconcierta a los defensores de categorías rígidas dentro del panorama independiente.
Por efecto inverso, satisface las expectativas de los espectadores menos convencionales, hastiados de la oferta monótona de la cartelera. Aunque no se trata de una obra maestra, ni pretende serlo, “Viaje a Darjeeling” escapa de las clasificaciones al uso, para recuperar la filmografía de un cineasta imprescindible de su generación, Wes Anderson, llamado a trastocar los cánones de la industria.
Si bien el tercer estreno del realizador en el circuito de arte y ensayo carece de la frescura de sus trabajos precedentes, nos devuelve las obsesiones estilísticas y argumentales del creador de “Los Royal Tenembauns” y “Life Aquatic”.
La reciente pieza del director narra la odisea espiritual de tres hermanos perdidos en la India a lo “Lost in Traslation”, con la misión de reencontrar a su madre y rehacer sus identidades malheridas. El film cuenta con el respaldo conceptual de Roman Coppola en la segunda unidad, apuntalado por una fotografía impresionista y una banda sonora memorable.
A base de flash backs y recuerdos melancólicos, la “road movie” describe la sensación de extrañamiento y alienación de unos personajes fuera de contexto. El principio carga las tintas sobre el absurdo del turismo espiritual, en cuanto el desenlace tiende a resolver los conflictos de los protagonistas. La conclusión habla de la posibilidad de la reconciliación y de la tolerancia con lo otro en un territorio extranjero. Los subrayados sobran. Disfruten del viaje.