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El populismo chic: la nueva obra de las Mercedes

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Un nuevo desastre llega a la ciudad en medio de la resignación colectiva del país muerto. Venezuela es el país muerto. Es el país del conformismo y la resignación. Los periodistas son conformistas y resignados, sobre todo los de la fuente de cultura. Ellos no dicen nada, no opinan de nada, y cumplen su trabajo de promocionar los negocios culturales de cada medio. Por supuesto, sobre la inauguración del último desastre monumental de la Alcadía de Baruta, tampoco dirán nada. Resignadamente aplaudirán el esperpento y le encontrarán una bonita justificación de la mano de algún teórico urbano resignado, subcontratado por la política oficial de oposición, por la gente inescrupulosa de Primero Justicia.

Ellos darán la bienvenida a la obra de Magdalena Fernández, porque es de Magdalena Fernández, y porque se debe festejar cualquier iniciativa paralela a la gestión de gobierno.

Ellos celebrarán el despropósito con bombos y platillos, a pesar de los costos de la inversión, del despilfarro de recursos y de las obvias intenciones propagandísticas detrás de la construcción del mamotreto, a la luz de la próximas elecciones regionales y municipales. No se les olvide: la obra de Magdalena es la punta acerada de la campaña de Primero Justicia en Baruta. Más nada. Lo demás es polvo para matar cucarachas.

¿A cuánto asciende el monto de la obra?¿En qué beneficia a la comunidad? ¿Por qué Magdalena y no cualquier otro artista de su generación?¿Es por su apellido, es por su caché, es por sus influencias, es por su obra?Nadie lo sabe. Sin embargo, el gremio de la arquitectura y la cultura urbana ya se prestan a bendecir el atentado en radio, prensa y televisión. Pronto, el efecto multiplicador de la mentira repetida mil veces, llegará a sus oídos. Para abrir conversación, el amigo en busca de aprobación intelectual, le comentará: viste la obra de Magdalena? Es bella, no?

Y sobre ella escribirán sabios, eruditos y aspirantes a críticos de arte, siempre desde la plataforma del elogio y la complicidad, siempre desde el espacio de la admiración y el ruido contagiante, siempre desde la trinchera de la publicidad y el compromiso corporativo.

Así es Venezuela. Así somos todos. Así es Caracas. Así es Baruta. Así es tu Alcalde amigo. Agradécele a tu Alcalde amigo. Agradécele por convertir a las Mercedes en un templo para la usura, el narcotráfico, la extorsión, la discriminación social, el pillaje, el comercio, la explotación y el intercambio simbólico de la muerte como valor de cambio o del valor de cambio como muerte.

Agradécele por hacer de Baruta un lugar deshumanizado con colas a toda hora. Como deshumanizada y tecnocrática es la obra de Magdalena, cuyo futuro parece incierto. Tan incierto como el destino de la anterior obra desastre emplazada en el mismo círculo vicioso de las Mercedes. Allí Ivonne Attas elevó otro bochorno estético de difícil digestión. Pues bien, Radonsky se lo derribó, se lo cambió, se lo arrancó de raíz, para volver a construir de cero en función de sus intereses capitalistas al servicio de los negociantes del tejido público, quienes se reparten la ciudad a su antojo. Una tajada para mí, aquella para ti y todos contentos.

Mientras tanto, el nuevo hito falocéntrico, como le diría una gran amiga, viene en camino, como el fracasado Pollón de Jean Nouvel en Barcelona. Y sólo nos queda apreciarlo, desmontarlo o soñar con su desplome voluntario, así como Baudrillard soñó con la implosión del Pompidou al momento de ser inaugurado. Es aquí cuando se justifica el terrorismo como medida extrema de la transpolítica. Es aquí cuando extrañamos a un V de Vendetta criollito, dispuesto a volar por los aires tamaño irrespeto al ciudadano de a pie.

Obviamente, la idea es retomar la vía del monumentalismo urbano del espíritu Villanueva a la manera de la esfera de Soto, de Cruz Diez y Alejandro Otero, nuestros titanes de la plástica al aire libre. Inobjetables titanes de la plástica al aire libre, capaces de dignificar hasta el peor contexto. Titanes comprobados en medio mundo. No sólo en Caracas. Y parte de la identidad de Caracas pasa por el eje de sus obras. Del igual forma, es impensable una Caracas sin la UCV, sin El Silencio, sin 23 de enero, sin la Pastora, sin el Obelisco de Plaza Altamira, sin Sabana Grande, sin los Próceres, sin el Hatillo, sin Quinta Crespo, sin La Candelaria, sin El Centro. No obstante, Caracas no necesita de la obra de Magdalena. Sencillamente está de más y carece de la consistencia de sus predecesores del cinetismo.

Para empezar de modo superficial, el asunto luce como un hueso imposible de roer. Por un lado, proyecta la imagen colosal y protofascista de tres flotadores de poceta a cielo abierto. Después, la cosa intimida, con su aire amenazante sobre el entorno. La inclinación de la pieza incrementa la sensación de suspenso y el clima de accidente. Y no se trata, precisamente , de la Torre de Pisa sino de una especie de fila de palitos chinos con bolitas de carne ensartadas.

Por el otro, dibuja la forma de un trío de chupetas Bom Bom Bum como sedante , como regalo o como ofrenda para una hipotética invasión de King Kong. Luego, las semejanzas con las antenitas del Chapulín Colorado saltan a la vista del menos avispado. Y de seguro, ustedes no contaban con la astucia del siguiente eslogan de la campaña de intriga para la inauguración de la obra: pronto disfrutarán  de la Obra de Magdalena Fernández. Es decir, como una suerte de “coming soon” o de “coming atraction” para un parque temático.

La cercanía con el Tolón reafirma el carácter frívolo,prefabricado y consumista del fetiche gigante, sin identidad alguna. De hecho, una gran amiga apunta: brother, el ala derecha de la pieza tiende a dirigir nuestra atención hacia la valla de Movistar de la fachada del Tolón.

En efecto, la obra encaja a la perfección con la visual contaminada del Tolón por la polución publicitaria. De hecho, la obra es arte y parte de la polución publicitaria de la zona. Es un cachivache publicitario de la posmodernidad conservadora, concebida como un objeto ingenuo, pero instalado como un artefacto arrogante, prepotente, escandaloso e impertinente, cual paviperro llegando a la Playa en dos tablas con el regatón a full volumen. Cuando siento el boom de ese perreo intenso, ahora pienso en la obra de Magdalena. 

Por supuesto, no es el primer ni el último fiasco por el estilo. La historia mundial tiene ejemplos de sobra en el record patrimonial de la infamia. Aun así, nunca esperamos el arribo de tan insostenible disparate, lleno de inanidad y falta de conciencia, al punto de iluminarse de noche como pelotitas de colores rave en clausura lúdica y políticamente correcta de Festival de Teatro. Todo un show mediático para las masas. Todo un circo para el electorado opositor. Todo un abuso del poder en nombre del arte y la cultura urbana.Todo un platillo volador, todo un elefante blanco. Toda una fantasía húmeda del Ministerio de Telecomunicaciones. Hasta recuerda el perfil de Mecedores. Hasta me recuerda las curdas en la Antena. Ni Andrés Izarra lo hubiese hecho peor. Bienvenidos al populismo chic del siglo XXI. 

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