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Los verdaderos idiotas

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Me he leído un par de libros cuyos autores consideran como la mismísima «vacuna de la idiotez». No, no han curado el cáncer… tampoco el SIDA; leyendo estos libros no mejorarás tu calidad de vida pero, aun así, son la «vacuna». Pues resulta que hubo una vez en que un colombiano, un cubano y un peruano (ah sí, y también el progenitor de este peruano), que veían a su amada América Latina ser destrozada por demagogos de la izquierda, se reunieron para ver si podían, uniendo juntos sus voces, gritarle a los latinoamericanos que eran todos unos idiotas por creer en, y defender, la igualdad y la justicia. Así fue que estos tres intelectuales (ya que el padre del peruano no era más que una exitosa estrategia de mercadeo), poseedores ellos de la única verdad verdadera y real, sintieron dentro de sí mismos un alma profundamente generosa que les pedía –no, rogaba… ¡imploraba!– que compartieran su milenaria sabiduría con las tristes víctimas de este purgatorio terrenal que nosotros llamamos Latinoamérica. ¡Ay, víctimas todas del engaño de los populistas!, ¡Líbrenos San Miguel de estos demagogos demoníacos! Pues yo mismo, hoy y tras haber leído ambos códices tan llenos de razón y conocimiento, les doy las gracias a Plinio Apuleyo Mendoza, el colombiano, a Carlos Alberto Montaner, el cubano, y a Álvaro Vargas Llosa, el hijo del peruano, (sin olvidar, por supuesto, al magnánimo autor de tan eruditos, objetivos, alentadores y críticos prólogos: Mario Vargas Llosa).

La saga de la idiotez

El primero de ellos, con un título tan directo como lo es el Manual del perfecto idiota latinoamericano, apareció en la vejez del siglo XX y exponía (aquí terminan los sarcasmos, lo prometo) argumentos bastante convincentes acerca del terrible tema de la expansión enfermiza de ideologías impracticables en América Latina, de cómo aquellos experimentos comunistas y afines habían fracasado rotundamente doquiera que apareciesen en el continente. Ello es innegable. En este libro se mostraban cifras claras sobre las desventajas de estas ideologías desde el punto de vista económico, se daban razones persuasivas y ejemplos intachables, y, aunque tenía su buena carga de ideas liberales, se sentía la ideologización muy sutilmente (pero no carecía de ella). El Manual… constituye un ataque a todos aquellos regímenes comunistas del continente pero, más que eso, es una respuesta al libro que los autores consideran como uno de los culpables de todo el problema: Las venas abiertas de América Latina. Es cierto que esta hemorragia grandilocuente de Eduardo Galeano está plagada de los puntos de vista de la izquierda sobre los diversos tópicos sociales de la historia centro y sudamericana, pero es, antes que nada, un análisis histórico y social de los acontecimientos que pudieron haber llevado a nuestro continente al nivel de subdesarrollo en que vivimos ahora; no es más que una de tantas teorías sobre la pobreza en esta tierra, que tiene, como todas, muchísimos aspectos acertados acerca de la realidad latinoamericana; en ningún momento en este libro se dice que el comunismo sea la solución a todos los problemas (aunque, debo admitir, hay ciertos arranques ideológicos que llevan al autor uruguayo a elogiar los sistemas cubanos y soviéticos, lo cual es bien sabido por todos que es un craso error). Sin embargo, puestos juntos estos dos libros, uno puede darse cuenta de que se trata de la perspectiva de un extremo contra la del otro, es decir, ambas obras son inútiles si se quiere llegar a un punto medio en el asunto.

El segundo libro, titulado El regreso del idiota (no, no es una película de Hollywood), es… algo más. Al parecer, las nuevas lunas de este milenio no les cayeron bien a nuestros tres intelectuales. Los argumentos elocuentes del primero se convierten en críticas mordaces a los actuales gobiernos socialistas del mundo; las cifras claras y los ejemplos intachables se transfiguran en vagas referencias a las bondades incalculables del liberalismo; y la ideologización, que había sido relativamente escasa en el Manual, se convierte en el tema central de El regreso… Ya no es un simple ataque razonable contra los gobiernos extremistas: es la exposición de una serie de arrogancias ideológicas liberales y una apología inescrupulosa e hipócrita a favor del imperialismo, además de un insulto abierto y carente de vergüenza contra los ideales de igualdad y justicia social.

Es luego de la lectura de este libro que uno se pregunta ¿cómo no quieren ser llamados neoliberales? Porque está claro que el liberalismo verdadero, originario y motor de las guerras de Independencia y de las revoluciones sociales en Europa durante los siglos XVIII y XIX, no tiene nada que ver con esta nueva faceta amparada en el libertinaje antes que en la libertad.

Terroristas pseudo-anti-terroristas

Lo primero con lo que me tropecé al empezar a leer El regreso del idiota fue con una crítica irónica a la posición de negociar con los grupos terroristas, específicamente ETA. «…Estará convencido [refiriéndose a Rodríguez Zapatero como idiota] de que puede conseguirse la paz con ETA solamente a base de diálogos»[1]. Y si no es con negociaciones, ¿con armas? ¿con ocupaciones castrenses como las que llevó a cabo recientemente Colombia en territorio ecuatoriano que, si bien fue por destruir a un enemigo criminal, violó el derecho internacional y masacró sorpresivamente a un gran contingente de las FARC? es bien sabido que una respuesta violenta contra un grupo terrorista sólo puede generar más terror, además de violar los derechos humanos. «Pero si ellos fueron quienes están violándolos», bien puede ser eso cierto, pero no es necesario rebajarse a su nivel sólo por ansias de venganza, ¿acaso no todos tienen derecho al debido proceso?, ¿es el debido proceso una masacre armada?, ¿es eso el derecho a la vida?

«En Europa también los hay»

Hay algo que este trío de escritores liberales critica y no cumple. Muchas veces hablan del culto que Chávez le reservó a Ceresole, de la religión formada en torno a los escritos de Marx y Engels, y otras referencias del tipo. Pero, ¿qué hay del dichoso Jean-François Revel?, ¿quién es este francés tan nombrado?

Revel fue un socialista en su juventud, como muchos de los políticos de ahora, pero la madurez le hizo cambiar de ideas y, radicalmente, dejó al socialismo de un lado y se enamoró del liberalismo, un claro ejemplo de la frase que dice «quien no haya sido comunista en su juventud, no tuvo corazón; quien siga siendo comunista en su adultez, no tiene cerebro», precepto que mantengo como cierto. Desde entonces se dedicó a impartir su doctrina a lo largo de Francia (y del mundo, posteriormente).

Lo malo de Revel no es que fuera liberal, el hombre puede ser lo que le parezca; lo malo de Revel no es que se haya convertido en ese demiurgo ideológico que tanto critican nuestros tres latinoamericanos; lo verdaderamente malo de Revel es que, más que enfocarse en desarrollar su política de preferencia, se dedicó a despotricar contra todas las ideologías distintas que no se le pareciesen. Así, de Revel tenemos una biblioteca llena de títulos como La gran mascarada, El conocimiento inútil (aunque sea bastante mediocre decir que algún conocimiento pueda ser inútil) y La obsesión antiamericana. Si bien posee una interesantísima colección de obras en cuanto a filosofía, aportando razonamientos inventivos y profundos, cuando se trata de política, Revel pierde toda originalidad, toda esa capacidad de pensar creativamente e intercambia las soluciones por las descalificaciones. Más o menos lo mismo que cualquier otro político partidista: mientras una persona milite dentro de un partido político, es imposible que razone objetivamente y, por lo tanto, todos sus escritos referentes a la ciencia de gobernar una nación han de ser tenidos como lejanos de la verdad en la misma proporción en la que se encuentran los artistas imitativos de la realidad. Jean-François Revel es un político partidista; la pugna entre el liberalismo y el socialismo, o entre la izquierda y la derecha, sólo evita el desarrollo de soluciones posibles a los problemas que aquejan a las masas y de las que se debería ocupar el abstracto y antinatural dios tutelar que conocemos como Estado.

Graves confusiones ideológicas

Es inaudito ir leyendo un libro que supuestamente presume de analizar correctamente la situación política de América Latina y encontrarse con comentarios como «Si el socialismo (o el comunismo para darle su real nombre)…»[2]. ¿En verdad el socialismo y el comunismo son la misma cosa? En España practican el socialismo… y no son comunistas. Francia, aunque esté gobernado por Sarkozy, se basa en un sistema gubernamental y burocrático socialista… que no comunista. Los mismos autores lo aclararon: Michelle Bachelet en Chile es socialista, Lula en Brasil es socialista… y no son comunistas. Es que los bandos se ven entre sí y se tratan mutuamente con términos absolutos: el liberalismo es bueno, el comunismo es malo y viceversa, y no pueden comprender, (es algo que, por ser una verdad tan cierta y comprobada, no les cabe en sus ideas absolutas) que el comunismo no es el socialismo sino una de las millones de ramas de éste, específicamente el socialismo científico –o materialismo dialéctico e histórico, y otros diversos eufemismos retóricos–, pero no: para nuestros liberales toda la izquierda es comunista.

No contentos con esta idiotez, continúan la misma oración con «…produjo en el siglo pasado más de 100 millones de muertos»[3], sin darse cuenta de que una aseveración como tal es demasiado relativa. Bien pudo ser que por el socialismo haya muerto una cantidad desproporcionada de personas durante el siglo XX pero ¿y qué del fascismo durante la Segunda Guerra Mundial, cuyas víctimas sobrepasan los 62 millones en menos de cinco años?, 100 millones en un siglo no es comparable con 62 millones durante la mitad de una década, ¿por qué no publican también la cifra de comunistas, socialistas, anarquistas y, en general, izquierdistas que fueron masacrados en la Guerra Civil Española?, ¿qué hay de los millones de hombres y mujeres latinoamericanos que murieron en los constantes y numerosos golpes de estado en todo el continente, unos de izquierda pero la mayoría de derecha?, ¿qué pasa con los muertos de la Guerra Federal venezolana (para enfocarme más en mi propio contexto), tras la cual se introdujeron los liberales en el poder durante cuarenta años de empobrecimiento y pugnas sociales?, ¿por qué no cuentan a los indigentes, a los que se encontraban en la pobreza más miserable, a los que murieron de hambre en las calles negras de Londres durante la Revolución Industrial, en donde surge el liberalismo como tal y que sólo ayuda a los neonatos capitalistas dejando a un lado a la parte del pueblo más necesitada?, éstos últimos continuaron muriéndose durante tres siglos, XVIII, XIX y XX, y no durante uno solo. Con esto no quiero defender a los socialistas, comunistas y afines, sino demostrar una vez más que un político partidista jamás puede ser objetivo y, por lo tanto, ha de caer siempre en la tergiversación histórica a favor de sus propios argumentos.

La estupidez ideológica no se limita a esta página. Continúa ininterrumpidamente hasta una frase que me hizo pensar dos veces en si debería haber continuado la lectura del libro: «Dirá nuestro amigo, el perfecto idiota, que el liberalismo es también una ideología. Pues bien, nunca lo fue.»[4]. Sí, eso es lo que escribieron. No dejes de leer, por favor, su asertivo análisis no se queda ahí: «Se limitó a establecer un conjunto de observaciones sobre acontecimientos cumplidos»[5]. Digo yo, ¿no es de eso de lo que trata exacta y precisamente El capital de Marx? Es un análisis de la sociedad capitalista desde el punto de vista de la sociología del conflicto; y, siguiendo el orden lógico de la evolución del comunismo, ¿no podemos deducir que ésta apareció con dicho libro, se convirtió en marxismo, luego a socialismo científico, eventualmente a comunismo tras las reformas ideológicas de Lenin y hoy en día es una quimera de mil nombres y mil cabezas? La verdadera pregunta es: ¿por qué El capital se convirtió en la piedra angular de una ideología política? y la respuesta es la misma que podría dársele si intercambiamos el título por La riqueza de las naciones y al personaje por Adam Smith: si bien ambas eran un análisis de la sociedad y de la economía, las dos obras concluían con ideas claras de los procesos que debían llevarse a cabo para la solución de los problemas encontrados en el estudio; el primero sugirió una revolución violenta del proletariado, el segundo la apertura incondicional del mercado. He aquí el germen del liberalismo. Hemos encontrado la semilla de la ideología liberal, que se mantuvo a flote desde el siglo XVIII. Pero no: nuestros señores latinoamericanos, expertos en política y letrados en cuestiones de ideologías, no creen que el liberalismo sea una de ellas, y ¿por qué no?, quizás así puedan librarse de un poco de la culpa que cuelga como un halo opaco sobre el seno de todo partido liberal del planeta.

Hay otro asunto del que no me quiero quedar callado cuando hablo de las idioteces que dice nuestro extremista. Dicen que «hay algo en lo que, por fin, idiotas y no idiotas [todavía no puedo saber quién conforma este último grupo], estamos de acuerdo: el primero de nuestros problemas es la pobreza»[6]. Para el que lea esto superficialmente sin tomar en cuenta las implicaciones de esta jerarquización no comprenderá el error que se ha cometido. Si, en verdad, la búsqueda de la eliminación de la pobreza ha sido el principio fundamental de todos los gobiernos, la causa de su fracaso, entonces, está en las propias bases. La pobreza no es más que una consecuencia de otros problemas más profundos de la sociedad y la burocracia (por ejemplo, la misma existencia de una burocracia) que jamás podrá ser eliminada si un gobierno se enfoca en ello. No quiero caer en lugares comunes, pero es exactamente el caso de «arrancar la hierba mala desde la raíz»: la pobreza es una de las ramas de esta hierba mala, pero la raíz llega a profundidades demasiado lejanas para ser solucionadas por una única ideología que, en vez de concentrarse en su trabajo (el mejoramiento de la sociedad), se encarga de asegurarse su puesto descalificando a sus rivales (quienes van detrás de la misma irresponsabilidad). La pobreza continuará creciendo así haya desaparecido temporalmente de la población si otros de los problemas más importantes no son ni siquiera tocados. ¿Que cuáles son? No es difícil toparse con la ineficacia irreverente de la organización burocrática, es de ahí de donde surge otro problema gravísimo, el de la corrupción; aparte de éstos, podemos contar a la misma diferenciación de clases económicas, cuando (si acaso han de mantenerse las divisiones sociales) deberían ser de índole intelectual y de méritos antes que de capital y contactos; también están las leyes desproporcionadas en cantidad, legislando sobre asuntos que no requerirían en la naturaleza de ningún árbitro estatal, ergo, alimentando a la burocracia ineficiente que nombramos antes. Se trata, claramente, de un círculo vicioso que es causa, a su vez, de la pobreza y otros males que aquejan a la sociedad latinoamericana. Son éstos, además de otros tantos problemas, la raíz de la mala hierba, y no la pobreza como dice el trío de autores idiotescos.

Arrogancia liberal

Estos tres liberales no sólo son idiotas, sino arrogantes también, una relación que podría comenzar a llamarse una redundancia. Al principio, el principal enemigo del liberalismo era el nacionalismo, luego pasó a ser el fascismo, más tarde el comunismo y, hoy en día, es el socialismo. Todas estas ideologías tienen algo en común: la arrogancia y la idiotez. He aquí otra cita que extraje con asco, con guantes y con pinzas del libro:

Todo esto naufragó en Europa a comienzos de los años ochenta, como secuela de la crisis de 1973 y más tarde a raíz del desplome del comunismo, de modo que hasta los herederos de una izquierda de estirpe marxista acabaron por aceptar, en los hechos y a regañadientes, la solución liberal no como la mejor sino sencillamente como la única[7] viable en el manejo de la economía.[8]

¿Con qué moral vienen a decir estos hipócritas que los latinoamericanos ven a los líderes socialistas con una perspectiva mesiánica y arrogante, cuando ellos se ven a sí mismos y a su propia ideología de la misma manera? Este fragmento no es más que una profecía de proporciones bíblicas en la que nuestro amado trío de idiotas configuran sus cerebros como los salvadores de la humanidad, los enviados divinos para sacar de la podredumbre a los seres humanos, los elegidos de entre los comunes, la solución última a los problemas, «cómpranos, y verás que te sacamos de la mugre»…, cuando en verdad son pocos de tantos demonios políticos cuyo último interés es hacer el trabajo que les corresponde, siendo su prioridad el mantenimiento del poder: aquí el liberalismo se convierte en puro populismo y demagogia.

«Es que, como ya lo hemos dicho, las ideologías son testarudas»[9]. No hace falta decir más.

Latinoamérica no está ni en Europa ni en Asia

Me he extendido más de lo que esperaba, y eso que he tenido que saltarme otras idioteces para no hacer de este ensayo una lectura más tediosa de lo que ya lo es. Quizá no tediosa en un mal sentido, sino que, al leer tantas citas de idioteces, me arriesgo a contagiar al inocente lector de ese mismo mal tan… liberal.

Hay que resaltar el empeño (y de esto exculpo a los autores) que tienen los analistas latinoamericanos de comparar una y otra vez a la región con otros países bastante remotos en cuestiones geopolíticas, culturales, económicas y sociales. La historia de Latinoamérica no se asemeja a ninguna otra que se haya desarrollado en otros lugares del planeta. Una cruenta y despiadada conquista; una colonia terriblemente mal organizada y clavada como un ancla oxidada a una metrópoli decadente, derrochadora y vaga; una guerra de independencia relativamente larga y de connotaciones civiles antes que de internacionales; un período republicano fragmentado por el caudillismo más irresponsable y descuidado del mundo; una continua sucesión de golpes de estado, revoluciones e insurrecciones espontáneas que detuvieron cualquier posibilidad de desarrollo; una marcada inestabilidad política fruto de la mala administración gubernamental, las esporádicas dictaduras y el bajo aprovechamiento de los recursos naturales; etc.

Todos estos son factores que no pueden repetirse en ninguna otra región de la Tierra, por lo que no resulta pertinente cotejar el desarrollo de las naciones latinas al lado de otras como los tigres asiáticos, la Unión Europea y los mismos Estados Unidos de América[10]. Nuestro continente tiene que ser analizado con otros matices, basándose en las diferencias con otras naciones antes que preguntarnos el porqué no somos como ellas.

Innegables ideas de los idiotas

Aun así, hay que leer El regreso del idiota también desde un punto de vista menos crítico y más constructivo, por lo tanto, me veo en la obligación de resaltar algunos aspectos en los que no se equivoca el idiota liberal. Tal es el caso del concepto que tienen sobre la demagogia y el populismo:

Podríamos definir al populista, exquisita variante latinoamericana del demagogo, como aquel que despilfarra dineros que sabe ajenos en nombre de aquellos a quienes se lo expropia –y para colmo entre aplausos de foca de las propias víctimas–… Aquel que se empeña en abolir el derecho en nombre de todos los derechos, sabiendo que todos son lo mismo que ninguno.[11]

Es muy cierta esta definición del populismo, un mal de aquellos que son la raíz de la mala hierba, pero además es necesario aclarar que es un asunto de fondo ideológico y, para su solución, es necesaria la reforma de los partidos políticos, de la nivelación de las prioridades que ofrecen las alternativas, de manera que los procesos que se van dando a largo plazo no se vean interrumpidos por la transición de una ideología a otra, destruyendo cualquier esfuerzo que se invirtiera en la solución de algún problema crucial.

Otro análisis que hacen los liberales en el libro es referente al indigenismo. En el capítulo «¿Indígenas o disfrazados?» hacen una fuerte crítica a los movimientos indígenas que han ido surgiendo durante el siglo pasado y el mismo en el que vivimos hoy, estas manifestaciones etnicistas son, en su esencia, perjudiciales por naturaleza, porque se aprovechan de una diferencia racial para descalificar y eliminar a su competencia. El indigenismo es sólo otro perfil del racismo, sólo que aplicado a los aborígenes nativos de América en vez de su popular identificación con los negros africanos y su rechazo injusto durante el Apartheid y la lucha por los derechos civiles en EE.UU. Siguiendo un silogismo, podríamos hasta determinar semejanzas entre las ideas del gobierno indigenista actual de Bolivia con respecto a la infame raza aria del nacionalsocialismo alemán y el fascismo italiano de Mussolini, además de la teocracia antropófaga que se vivió durante la Edad Media y de la que todavía quedan lamentables vestigios en el Medio Oriente.

Preguntándose los autores cuál era el factor que determinaba el desarrollo de las naciones, concluyeron correctamente en uno muy claro: «el clima institucional»[12]. Éste es, tal vez, el principal problema que tienen los países latinoamericanos porque dentro de él se incluyen la burocracia, la corrupción, las leyes inútiles y el resto de las raíces del perjuicio. Y también, junto con la determinación de la situación a resolver, se presenta un inconveniente aun más complejo: cómo perfeccionar el clima institucional. Es ésta una pregunta que resulta un reto extremo para los politólogos y los filósofos, ya que la variedad de respuestas es igual a la variedad de fracasos en la aplicación de las mismas. Los hombres más nihilistas podrían llegar a pensar que es imposible corregir a las instituciones, pero a veces es mejor perseguir una utopía que conformarse con una distopía.

Rodny Valbuena Toba,

marzo de 2008.


 

[1] Apuleyo Mendoza, P.; Montaner, C.A.; Vargas Llosa, Á. (2007) El regreso del idiota. México D.F: Editorial Random House Mondadori. P. 17.

 

[2] Ibíd. P. 88.

 

[3] Ibídem.

 

[4] Ibíd. P. 169.

 

[5] Ibídem.

 

[6] Ibíd. P. 269.

 

[7] El subrayado es mío.

 

[8] Ibíd. P. 232.

 

[9] Ibíd. P. 290.

 

[10] Hay una crucial diferencia entre ambos procesos emancipadores: los EE.UU. nunca fueron colonias como tal de Inglaterra, sino más bien una especie de Estados libre-asociados (como lo es Puerto Rico) que actuaban cual una federación entre sí y como un mero cliente permanente cuando se relacionaba con la Corona británica. En cambio, las colonias españolas siempre estuvieron mal organizadas y centralizadas, sin fronteras determinadas y con una sociedad fuertemente dividida entre indígenas y europeos.

 

[11] Ibíd. P. 50.

 

[12] Ibíd. P. 57.

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