Lo invitan a leer, lo van a escuchar y a él le sabe a culo.
Toma el micrófono y saluda con un ‘Hey’ a media sonrisa.
Acostumbrado a leer frente a un público que confunde el chisme con la transgresión, que maneja términos como ‘poeta urbano’ y ‘joven narrador’. Acostumbrado al público que aplaude adefesios literarios de nuestro onfaloscópico star system y entierra a cualquiera que atisbe una esquina del reflejo de la realidad. Acostumbrado a ser amado, el tipo se ríe de sus propios chistes, levanta las cejas, se maravilla al leer ese texto imposible de seguir, plagado de ganchos para las muchachitas de la audiencia.
Le parece todo muy ingenioso.
Él es Bukowski vestido, Palahniuk traducido al español, Miller cazando carajitas en Big Sur, Hunter Thompson interpretado por Johnny Depp.
Él es el tipo que le lee sus cuentos al culito y el culito, respingada hasta el infinito, incapaz de sostener una conversación, incapaz siquiera de saber qué es hablar, le dice ‘Te quedó lindo, gordo’
Te quedó lindo, gordo.
En otras circunstancias, el texto podría salvarse, le sobran apenas dos o tres cuartillas. Es la combinación con su actitud, con esa voz de locutor mal fingida, lo que lo sepulta.
Luego de los aplausos, un escritor, que ya tiene pensado todo lo que nosotros jamás pensaremos, le regala una crítica constructiva y un par de alabanzas. Un acto de generosidad impagable.
Él mira al techo, sin abandonar la media sonrisa.
Es un tanto triste, tener ya treinta añitos y que tus primeros intentos públicos sean tan arrogantes. Que creas que tu texto es la fecha de expiración impresa en la tapa del frasco; cuando en el fondo, bueno, a veces -sólo a veces- los cuentos te quedan lindos.