Si algo es fascinante en el capitalismo globalizado, es su capacidad de tomar íconos que lo critican y lo adversan, convertirlos en productos capitalistas, restarles su función y su contenido semántico y luego, jaque mate, venderlos como un producto capitalista. Una de las más recientes víctimas de la vampirización liberal es sin duda, el argentino Ernesto «Ché» Guevara.
Si existe una gran diferencia entre los dos mastodontes contemporáneos, el capitalismo liberal y el socialismo en cualquiera de sus vertientes, es a nivel moral. En el capitalismo manda el dinero, y cualquier cosa que pueda crear cobres, desde una crítica virulenta de Michael Moore hasta una sátira de Jon Stewart, será bien recibida, incluida en el sistema y rápidamente atacada por los paladines de la derecha que dirán que Moore es gordo y Stewart marihuanero confeso.
Por supuesto que esto dista mucho de la censura que prevalecía en los estados soviéticos del siglo pasado. ¿Crítica al sistema? Seguro. Pregúntenle al chino que fue preso por publicar un blog diciendo que no estaba enteramente de acuerdo con las políticas de su país o pregúntenle a un alemán del este. Dinero o no dinero, el sistema es intocable, se alza como una bandera roja que hondea el camarada Stalin en la mano, a la cual rendiremos pleitesía.
Tal vez es por eso que el capitalismo ha llegado más lejos, porque ha sabido combatir al enemigo endógeno. La idea es sencilla: Cualquier movimiento periférico o underground que critique y cuestione al sistema debe ser transformado en moda, en artefacto de consumo, en moneda de cambio rigurosamente controlada por el sistema. De esta manera, el movimiento pierde su razón de ser, al ser engullido, con todo y pellejo, por el Estado mismo que criticaba.
Todo esto se recubre sutilmente en una capa contestataria: Compra en Macy’s la franela estampada que usan los que quieren parecer que no compran en tiendas de departamento; échate esto en el pelo para que obtengas unos dreadlocks dignos de Bunny Wailer; compra unos jeans nuevos que parecen usados y tienen huecos, por cien dólares.
Así, cualquier movimiento, los hippies, los punks, las feministas; termina alimentando el monstruo que combatían. El rico empresario se frota las manos pensando en cuántas franelas de colores hipilonas va a vender en la próxima manifestación contra la guerra; la empresa promotora de eventos pop se enriquece al proponer un concierto de Slipknot y vender collares de perro que financiarán la próxima gira de las Pussycat Dolls.
Pero tal vez el ícono más paradójico en esta cadena de incongruencias sea la figura de Ernesto Ché Guevara. Amén de lo que usted pueda pensar del tipo: que era un revolucionario libertario/loco asesino; que liberó a Cuba/que instauró a Fidel; que murió por sus ideas/que murió por criminal; todos, absolutamente todos los que conozcan su figura, sean del bando que sean, podemos estar de acuerdo en que al Ché no le gustaba el dinero. Que, idea loca o no, planteaba la abolición de la moneda e intentó durante un breve lapso reformar la economía cubana.
Esto es indiscutible. Pero repito, porque no me apetece discutir las opiniones personales de cada quien sobre el Ché sino más bien lo que representó: El Ché era un tipo que estaba evidentemente en contra del control empresarial y del sistema capitalista, que creía, con razón o no, en la vía comunista donde la gente no compra cosas y vive en la más grande utopía solidaria.
Entonces -y me disculpan que arrastre el idioma castellano por el lodo de los insultos pero estoy algo harto-, qué coño ‘e madre hace ese carajito de mierda con pinta de raver, blanco de dreadlocks prefabricados, altermundialista porro-en-la-mano, ¿con una franela del Ché y unos zapatos Converse en una manifestación ecológica?
Es gente que se disfraza post-modernamente: Hoy, para la marcha, me disfrazo de revolucionario (ergo, franela del Ché), mañana, en el concierto de Fall out boy me visto de patinetero emo y, al final, cuando pise los treinta, me olvido de la güevonada, me busco un trabajo en un banco y veo las fotos en el álbum de cuando queríamos cambiar al mundo ja, ja, qué locos éramos pero era divertido y conocí muchas mujeres.
Personalmente, puedo acotar que este humilde servidor ha visto cosas como: Carteras del Ché papel tualé del Ché libros agendas discos fotos postales toallas platos vasos tazas zapatos ganchos de pelo zarcillos anillos ahorradores de pantalla porta-cigarrillos yesqueros calcomanías placas de carro boinas pipas barbas falsas y pare usted de contar.
La diferencia, y el motivo de este artículo, es que cualquier persona que haya entendido el pensamiento del Ché, así sea una pequeña parte insignificante, lo menos que debería hacer es salir a comprarse una franela con la cara del tipo. A menos que quiera burlarse, claro está. Lo irónico de todo esto es que el sistema les vende los íconos, ya gastados, ya insignificantes y domados, para que sientan que son revolucionarios y contra culturales. Porque hay gente que quiere sentirse revolucionario, y para ello se disfraza y cree que participa.
Una recomendación: ¿Quieres ser revolucionario, punk y contra-cultural? Manda a imprimir una franela que diga «I love Bin Laden», con foto de las torres gemelas y más abajo «Fuck New York». Luego camina por downtown Manhattan un rato. Eso es ser anti-sistema: Cuando la policía y la mitad de la población te quiere linchar, considérate revolucionario. En cambio, cuando los uniformados te ven con tu franela del Ché y se ríen para seguir mojando su doughnut, eres un payaso que le hace el juego a las corporaciones. Así de sencillo.