No hay que ser un cinéfilo muy avezado ni muy profundo para definir y desmontar el simple discurso de los biopics.
1-. La vida a delinearse en la cinta debe ser arquetípica de algún valor que el director desee reivindicar. Recientemente hemos visto muy malos ejemplos de ello: El Buen Guerrillero: “Diario de motocicleta”. El paladín del liberalismo sexual: “Kinsey”. El genio atribulado: “A beautiful mind”. El músico negro reconciliado con el sistema que lo discriminó: “Ray”. El músico de los desposeídos: “Johnny y June; pasión y locura”. Las leyendas musicales latinas: “Selena” y “El Cantante”. La pintora atormentada: “Frida”. El magnate del progreso, medio cruel, pero en el fondo necesario para hacer avanzar la economía: “El aviador”. El defensor de la eutanasia: “Mar Adentro”. El líder radical: “Malcolm X”. Los comediantes que regalaron risas a cambio de muchas lágrimas: “Chaplin” o “Man on the moon”. Los Héroes de la historia: “Braveheart”, “Miranda” o “Manuela Saenz: La Libertadora del libertador”. El escritor genial, pero incomprendido: “Finding Neverland”. Y una infinidad que ahorita se me escapan.
2-. La actuación del protagonista tiende a ser impresionante; al existir material visual o auditivo de la figura a ensalzar, suele ser un reto para el actor emularlo. Algunos logran actuaciones funcionales, sin llegar a ser algo del otro mundo. Leonardo Dicaprio y Joaquin Phoenix pueden ser un buen ejemplo de ellos. Algunos traspasan los lugares comunes y sus interpretaciones llegan a ser realmente intimistas y notables, tal es el caso de Johnny Depp, Jim Carrey, Javier Bardem, Robert Downey Jr y hasta Marc Anthony. Y otros recurren a fórmulas efectistas como Jaime Fox o Resse Whiterspone.
3-. El guión se mueve siempre de la misma manera; mostrando los inicios duros del personaje, la incredulidad del entorno que duda de su talento, la mala relación familiar, algún amor no concretado o tormentoso, etc. Luego el ascenso, las tentaciones que rondan al protagonista y los interesados que pululan alrededor del personaje tratando de sacarle provecho. La cúspide, el momento de gloria y de éxito. Allá arriba llegan las tentaciones, drogas, soberbia y cualquier otro pecadillo capital acorde con la historia. Comienza entonces el camino del descenso, la bajada a los infiernos y la confrontación con los fantasmas y monstruos del protagonista que se convertirá en una caricatura de si mismo. La redención llegará, casi siempre de manos del amor incondicional de una Alice Nash, el personaje enfrentará su lado más oscuro y dejará de lado las actitudes incorrectas; a diferencia de Amy Winehouse no le dirá NO NO NO a la rehabilitación y comenzará su recuperación. Ya limpio, vuelve a la fama y todos se reconcilian con él, vuelve el éxito y su historia se convierte en ejemplo a seguir.
No siempre fue así. Hubo un tiempo en que las biopics iban más allá de esos lugares comunes. Basta recordar la obra maestra de Scorssese Raging Bull. Ahora solo se hacen biografías que nos alerten del peligro de las drogas, el dinero o la soberbia.
Por eso se agradece que en los últimos años algunos directores hayan roto el molde. Las honrosas excepciones serían la terrible y metafórica “Antes que anochezca” de Julian Schnabel, la oscura “Capote”de Bennet Miller y la prácticamente desconocida “Piñero” de León Ichaso. Estas cintas van más allá de las justificaciones y del “¡Ay! Si no se hubiera drogado seguro habría llegado mucho más alto” (igual que el papagayo de las cuñas navideñas de RCTV). Es como un librito de autoayuda llevado a la gran pantalla. El evangelio según Maytte Sepúlveda y Paulo Coelho.
La Vie In Rose, de Oliver Dahan; el mismo que hizo aquella cosa que fue “Ríos de color púrpura 2”, sigue el mismo derrotero de siempre. El personaje en cuestión es la cantante Edith Piaf (de la que yo no sabía nada, ni había escuchado uno solo de sus temas). El tema en cuestión no son las drogas, sino el alcoholismo, la soberbia y algo de feminismo. De resto, lo mismo, la fórmula está intacta:
El inicio (desde los barrios de Paris), el ascenso(con la ayudita de Santa Teresa, que realiza una hilarante aparición, digna de la beatificación de la Madre Candelaria), la llegada al pico con su banderita clavada(el éxito en New York), la caída, el hundimiento absoluto, el patetismo y la redención. La diferencia es que esa redención no se dará de manera explícita. Al contrario; en la mejor escena del film, Edith Piaf cantará “no me arrepiento de nada”; en un final que no puede ser más francés. EL mensajito es “los franceses somos chingones, marihuaneros, raspamos caña y hacemos de la decadencia algo chic, ¿y cual es el problema?”.
Pero el film vale la pena en algunos aspectos. Vale la pena por su brillante trabajo de producción, por su dirección artística casi impresionista, por su extraordinaria fotografía, por sus buenas secuencias musicales (en particular la del Music Hall, donde va de menos a más es tremenda), por su impecable trabajo de maquillaje, porque Dahan realiza algunos planos secuencias muy bien trabajados. Pero sobre todo por la gran actuación de Marion Cotillard o la gran participación de Gerard Depardieu ah y no se pelen La Marsellesa interpretada por Pauline Burlet (Nota: Nunca había oído el himno de Francia en sonido Dolby, si quieren tirarse una de afrancesados, se van a gozar ésta secuencia); de resto nada, lo de siempre, pero con mujeres.
La película perfecta para Andreína la mujer excluida de Panfleto Negro. JI JI JI :)
Digamos que 7/10 aunque en realidad merece menos, pero la disfruté; creo que la disfrutan si van con las defensas bajas.
John Manuel Silva.