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Seven Ages of Rock en tela de jucio

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Nada puede objetarse a la forma del programa. Es impecable en términos de puesta en escena, edición y planteamiento de cámara. En cambio, el enfoque se presta a discusión y polémica, sobre todo por tratarse de un programa de la BBC.
Según los críticos, el canal británico tiende a desarrollar visiones parcializadas y sesgadas de los temas, en sintonía con las opiniones etnocéntricas de la agenda anglosajona. Por defecto, “Seven Ages of Rock” no parece ser la excepción a regla, más allá de sus incuestionables valores estéticos.
Sin embargo, el contenido de la serie despierta e invita a la escuela de la sospecha, porque descarta realidades importantes a conciencia mientras sobrevalora otras anécdotas y hechos de menor relevancia, al margen de la muy discutible división arbitraria de los períodos, en lugar de entender el fenómeno como un todo.
Por ejemplo, en el primer capítulo se olvida y se margina deliberamente la trascendencia de Elvis Presley, The Beatles y grupos como Jethro Tull. Algo imperdonable para muchos fanáticos del enlatado, como es mi caso. Igualmente, lamentamos la ausencia de The Doors en el segundo episodio, así como aborrecemos la exagerada presencia de Ozzy en el especial dedicado al metal, mi género favorito, donde además sentí y deploré la exclusión de Megadeth, una de las tres gigantes del trash, junto con Anthrax y “Metallica”, cuya glorificación me molestó en lo personal por el excesivo metraje destinado a rendir apología al emblanquecido álbum negro, especie de negación de la tendencia de marras.
Ni hablar aquí de la obvia supresión de las titánicas e imprescindibles “Sepultura” y “Pantera”, sin reparar en el caso de la generación sinfónica desde “Yes” hasta “Rush” y “Marrillion”.
También me pegó el descuido con el american hard core en el apartado del Punk, reservado a las extravagancias amarillistas e inanes de Syd Viciuos. Aquí llama poderosamente la atención el silencio frente al auge y la caída de “Joy Division”, una agrupación difícil de clasificar pero necesaria de rescatar.
Tampoco entendemos el cajón de sastre de Rock de Estadio, consagrado a bendecir las hipócritas misiones humanitarias y filantrópicas de U2, sincronizadas con las anécdotas onanistas de Police.
En resumen, el único problema de las siete edades es su evidente nacionalismo, con fines demagógicos, populistas, publicitarios y conservadores, siempre en beneficio del mercado del disco.

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