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Notas. Parte I

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Siento un hueco en el estómago, profundo, desolador. Tengo la mirada baja, tratando de fijarla en algún sostén de mis pasos, que van lentamente sobre un piso inexistente, que se pierde, que se desvanece.

Estos días son densos, son el simple reflejo del vacío que llevo en mí.

Es poco consolador ahora pensar que el tiempo cura todas las heridas y llena todos los faltantes. Es poco consolador pensar que todo tiene solución. Esto no tiene solución.

El recuerdo grabado en las mentes no puede ser borrado. Un recuerdo desvastador que azota mi mente cual pesadilla de media noche.

Es mi pesadilla despierta, cortante como el filo de la navaja que yo misma he deslizado por mi garganta.

Porque sí, estoy muerta. Morí en el momento en que decidí inconscientemente estar viva. Morí en el momento en que olvidé lo que más amo en esta vida desesperanzadora.

Fui muy ingenua al pensar que hay cosas que no se olvidan, y que la única cosa que perdura es mi percepción y mi idea. Que risa me da mi ego ignorante.  Pues ahora le toca perdonar.

Perdonar por creer que el mundo  se come en un sólo día, en un sólo episodio, con una idea bastarda e insufrible.

Ahora le toca perdonar, perdonar desde la muerte. Porque sí, estoy muerta.

No estoy segura, pero al parecer escogí una muerte dolorosa, llena de hipocresías y suciedades egoístas. Pero así es el ego, y ahora debe perdonar. Perdonarse a sí mismo, perdonarse desde la muerte.

Quizás desde la muerte es que, mi olvido inconsciente, sea perdonado.

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