No había verdad en lo que decía y no por ello era mentira; su verdad era simplemente distinta de la nuestra. Escuchábamos su historia imposible con la inercia como nuestros tímpanos, estando allí en su relato fantástico pero a la vez idos a un mundo onírico que persistía en nuestra memoria tras una noche de sueño, y aun así no dejaba de ser una realidad, distinta de la suya, cierto, pero verdadera en esencia. Las palabras goteaban de su boca, lloviendo poesía sobre nosotros, pero nuestros oídos eran impermeables: el granizo de letras carecía de colores y nuestros ojos ya estaban desde antes en blanco y negro. Nevaban oraciones lentas y tediosas, y, poco a poco, el fuego que otrora nos habría iluminado se veía ahora congelado por el huracán terrible de la brisa vespertina y sus lecturas arabescas; era el frío creciente de un clima somnoliento que rodeaba a la verdad ficticia de la que él nos hablaba.
Rodny Valbuena Toba
8 de abril de 2008