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El secreto del conformismo

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            Hace unos años, un grupo de científicos propios de esta generación de la tecnología y del tiempo libre, es decir, ociosos, se les ocurrió la maravillosa idea de que el ser humano es, esencialmente, telequinético. Así como lo digo: científicamente está comprobado que la mente humana tiene la propiedad de atraer las cosas que desea, o que incluso piensa.

            Los argumentos de esta ley de la atracción –no se molestaron ni en llamarlo teoría, ya la declararon ley– es, básicamente, que se les ocurrió a unos físicos cuánticos. Hasta ahí. Después, salen con una mezcolanza de hechos históricos que supuestamente los respaldan: que si los egipcios la descubrieron, que si los budistas la practican, que si los grandes hombres llegaron al éxito gracias a ella, etc. Pues adjudicarle los descubrimientos a los egipcios ya está trillado; si de verdad existiera esta ley, los miles de budistas, todos concentrados, ya habrían recuperado su Tíbet; y los grandes hombres llegaron al éxito por su propio esfuerzo (o heredando fortunas) y no a través del solo pensar, aunque fuera mucho, mucho, en sus deseos.

            Es una mentira consoladora y nada más que eso. ¿Qué le daría mayor esperanza a un vagabundo que el hecho de pensar en su futuro como único requisito para el éxito? ¿No morirían felices, siendo pobres, sabiendo que la fe les traerá fortuna en un futuro? Ya tiene un dogma: «pedir, tener fe, y obtener», por lo que podemos darle el nombre que se merece toda mentira consoladora dogmática: el de religión.

            Si uno dice, para tratar de demostrar o no «el secreto», que poner a un montón de personas juntas pensando en un carro, por ejemplo, es un buen experimento para demostrar la ley de atracción, me dicen que no es tan sencillo. Que hay que esforzarse para alcanzar la meta… ¡Por supuesto que hay que esforzarse! ¡Por supuesto que pensar no basta! ¿Acaso ese argumento, el del esfuerzo siendo más importante que el pensamiento, no refuta toda la teoría? El éxito no recae en falsas ondas cerebrales, ni en meros deseos: el trabajo y el esfuerzo son siempre fundamentales, es ése el verdadero secreto de los egipcios, de los budistas y de los grandes hombres. Me niego a aceptar una teoría filosófica tan conformista; me arrecha que la disfracen de ciencia.

Rodny Valbuena Toba

20 de mayo de 2008

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