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My Blueberry Nights

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My Bluberry Night

Wong Kar Wai es un director difícil de tragar. Su cine es lento y apacible, el señor se da el espacio y el tiempo para definir con trazos finos a sus personajes. Yo, en mi infinita ignorancia, lo descubrí hace apenas un año con su film 2046, el cual no me gustó pero ahora debo revisitar. No solo yo, mucha gente califica a este señor como un director aburrido, yo no supe entenderlo hasta ahora.

Simplificándola podríamos decir que My Blueberry Nights (algo así como: Mis Noche de Frambuesa) es la historia de Elizabeth (Norah Jones) una ¿mesera? que llega una noche al restaurante donde trabaja Jeremy (Jude Law) en busca de las llaves de su pareja y al encontrarlas se entera por boca del propio Jeremy que su novio la ha estado engañando. Con Jeremy, Elizabeth encuentra algo de sosiego, pero necesita de algo más, no puede dormir, su vida le aturde, por eso emprende un viaje a través de EE.UU. en busca de ese “algo”. El viaje la lleva a hasta Memphis Tenesse, donde se encontrará con el alcohólico Arnie (David Strathairn) abandonado por su prostituta esposa Sue (Rachael Weisz) y entregado desde ese día a la bebida. Y luego hasta Las Vegas donde se cruzará con Lesly (Natalie Portman) una ludópata que le quita el dinero que ha estado ahorrando para comprarse un carro. En paralelo Jeremy la buscará porque quedó prendado de ella, mientras trata de resolver sus propios problemas amorosos ya que a él también lo han abandonado recientemente.

Pero este film es mucho más que eso. Es una película silente, compuesta con un minimalismo admirable por parte de Kar Wai. Poseedora de unas actuaciones sutiles y sin pretensiones, en particular Norah Jones hace un debut sorprendente como actriz. La forma en que Jeremy y Elizabeth se miran, la manera en que Arnie transmite su patetismo y su derrota con esa mirada, la forma en que vemos el verdadero rostro de Sue luego de la muerte de su esposo, como se derrumba y se muestra humana y vulnerable. Es el tipo de actuaciones que se hacen para la película y no para sorprender a nadie con gritos y exageraciones, es la sutileza interpretativa. También la fotografía vívida y colorida, amen de la música que cuenta, como es de suponer, con dos temas de Norah Jones.

Otra cosa es la metáfora obvia de los lugares: Elizabeth emprende su viaje y vemos los lugares que recorre, la cámara de abre y se regodea en los paisajes, por ejemplo, en la secuencia de Las Vegas las tomas son amplias y esplendorosas y cada sitio al que llega es precedido por una pantalla negra que nos muestra el millaje recorrido, pero al final la protagonista se da cuenta que ese “algo” que busca está en sitios pequeños, es allí donde se siente segura: En el restaurante de Jeremy, comiendo los dulces que éste le sirve, volviendo a él cada vez que tiene miedo, o en el Bar donde Arnie se martiriza con la bebida, o en la estación de gasolina de Memphis donde Elizabeth tiene un trabajo de medio turno e incluso en la habitación de hotel en la que se hospeda junto a Lesly. Por eso me gustó, porque pensé que el film sería un fastidioso viaje iniciático de esos que tanto abundan en el cine aleccionador, pero el director evade esos lugares comunes y nos da una cinta notable.

Esta es una historia de amor contada con respeto y sin cursilerías, es también la historia de personajes solitarios e intrínsecamente tristes que descubren en las cosas sencillas las cosas que los hacen felices.

Un film encantador y dulce. Después de esto tengo que revisar con cuidado la filmografía de este director porque creo que lo he subestimado.

10/10

John Manuel Silva.

PD: Obviamente no he llegado y seguro jamás llegará a nuestras carteleras, así que búsquela en su puesto buhoneril favorito. Yo la he visto en casi todos lados.

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