Y viajaba a un mundo desconocido, solo, relajado, divertido, apunto de descubrir la esencia. Escucho el incomodo sonido que me trae a la realidad. Me desperté esa mañana, solo abrí los ojos mientras el común tedio se apoderaba de mi, esa sensación de vida rutinaria, algo insípida y obstinadamente común.
Como el resto de mis anteriores días, los minutos morían a velocidad vertiginosa mientras imitaba prepararme para asumir un nuevo día, otro mas. Una taza de buen cafe me aleja de la tiniebla matutina mientras me atraía aun mas al color oxido del día. Camino a paso descansado por la bajada que me conduce al Metro, que me transporta cotidianamente a mi sitio de estudios, día tras día como los demás días; pero ese día algo distinto sucedería, algo que no esperaba dentro del usual viaje hasta la Universidad.
Al descender hacia la estación, para comprar el boleto que me permite trasladarme en el tren, y me paro detrás de la raya amarilla, como siempre han de recordar a través de los altoparlantes para cuidar la seguridad de los pasajeros. En ese instante mi mirada se poso en una mujer de edad media con trabajo, detalle que se percibía en su cara arrugada y de aspecto cansado, la observaba caminar lentamente hacia la vía del Metro, como desprevenida de lo cercano que se encontraba el foso, y de las luces del tren que avisaban que se aproximaba rápidamente. En ese momento el viento que sale del túnel a la llegada del Metro refrescaba a los que con impaciencia esperamos llegar a nuestro destino, justo allí la mujer con aspecto decaído decidió saltar hacia lo irreversible , me empantano un sentimiento de pena, de despedida que aquella mujer quería transmitir a alguien que pudiera ser capaz de escucharla y entenderla. El tren golpeo fuertemente el cuerpo robusto de la mujer, despidiéndola directo hacia las vías, donde aterrizo y fue arrollada con furia, despidiendo chorros de sangre y trozos de cuerpo alrededor del anden, e impregnando de rojo candente a todos los que los que se encontraban cerca del suceso. La sangre goteando de paredes y personas, tiño el típico azul claro de la estación; lo que parecía una escena extraída de alguna buena película de Quentin Tarantino.
Entré en un estado de asombro y perplejidad, dejé de lado mis problemas que para ese momento me parecieron pequeñeces al compararlos con los que aquella mujer debe haber pasado, y fue cuando enjuagaba el sudor de mi frente con la sangre que la vi, estaba allí de pie, inerte, petrificada, y con un aura que parecía no combinar con lo dantesco de la escena que, por casualidad, nos encontrábamos viviendo ese día a esa hora.
Era de una piel blanca, rozagante, del color que podría describir pureza, ensuciada por las gotas de sangre que daban un aire de canción de rock que hacia juego con la franela de Rolling Stones que traía puesta, de hermoso cabello negro, peinado con estilo bastante original, de ojos grandes color azabache que hipnotizaban mi mirada perdida, que hacían que el tiempo se detuviera, que el ruido, los llantos y el caos reinante no perturbaran mi concentración que se ocupaba en enumerar hasta el mas mínimo detalle de aquella belleza sublime que tenia enfrente.
Ella nunca se dio cuenta que la observaba como a un espejismo real; durante este transe habrían transcurrido alrededor de cincuenta o sesenta minutos, en donde se realizo la labor de mantenimiento y limpieza del tren, las vías y la estación para reanudar el servicio que por fin dejaría a los usuarios en su destino. Luego de unos diez minutos mas, llego un nuevo Metro el cual ella abordo para ir a no se que lugar, pero mi conmoción interna era tal que no me permitió moverme y abordar el mismo tren por lo que fue la primera y única vez que la vi. Fue en ese día que mi rutina acabo, al menos por ese instante de historia. En ese relámpago de tiempo comenzó y termino mi historia en el Metro, de cómo me enamore en un baño de sangre.
Jorge Amorín
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Siempre me han hipnotizada las historis bien escritas que llegan a lo más oscuro del alma. Mientras más leo lo que escribes más sed tengo por leerte más.
Verga el esbirro hojillero Amorím escribia en panfleto negro ja ja.
Un buen argumento que se va perdiendo en una escritura amateur, de conclusiones apresuradas. Es una lástima.