Poema para Alejandra

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Yo vivía en una casa
en donde sólo yo respiraba;
recuerdo el techo roto
cruzado por un hueco solitario que respiraba como yo,
que susurraba a gritos las piedras de los tanques
y silenciaba con crueldad a los pájaros ya mudos
que hablaban con los grillos ardientes y vivos.
 
Un caballo desnudo,
de piel verde colorada,
gemía como los hijos del incesto de estos años:
hijos de la madre, Paz,
hijos del padre, Guerra;
matrimonio acompañado por un coro de balas
que con voces más rápidas que el sonido
mataban a la novia vieja,
dejando viudo al esposo,
al padre de los hijos de la guerra.
 
Por la ventana yo veía
a un árabe que en las tardes se explotaba,
recuerdo que, siendo él mudo, cantaba
de la misma manera en que lo hacen
los que disparan ese coro de balas.
Vi al árabe mudo morir por última vez
el día en que un dios del norte
le lanzó rayos oscuros, opacos,
que terminaron despertando a la luna
de su sueño tan parecido al mío.
 
Despiertan al sueño los rayos,
los truenos, los relámpagos de la mañana.
Despiertan al sueño el mugir de las tanquetas.
Despiertan al sueño los submarinos voladores
y las salchichas flotadoras.
Despiertan al sueño cinco años de tranquilidad,
cinco años de matanza,
cinco años de mierda en las calles,
cinco años de sangre en los campos.
Despiertan al sueño los gemidos de los prostíbulos
que explotaban los pájaros que caían
al ser disparados por zamuros de pólvora
que volaban y chocaban entre sí.
 
Todo eso yo lo veía
mientras dormía debajo de un hueco,
de un techo roto,
del cielo derruido de mi cuarto cuando
yo vivía en una casa.

 

Animus a Nemo,

15 de junio de 2008

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