Anoche tuve un sueño en blanco y negro,
en el que estaba solo en la cima de los Alpes;
junto a mí había un caballo que gritaba sobre sus dos patas,
gritaba y llenaba el aire de dorado,
y pintaba la nieve de color amarillo.
Desde lo alto vi en la ciudad
una botella roja,
roja como la sangre;
una botella rota,
rota como la sangre de los soldados;
se partía una y otra vez sobre un escudo de metal
que sostenían las bombas
todas juntas, peleando,
un pelotón caótico.
No sabía yo mientras soñaba
que estaba viviendo una farsa,
una vida rara
en un sueño raro.
La picadura de un escarabajo
dorado como la nieve que pintó el caballo sobre sus tres patas,
me despertó.
Cuando creí que estaba vivo otra vez,
me volvió a morder el escarabajo amarillo.
No sé si era el mismo sueño
pero era un sueño parecido;
ya no estaba en las montañas,
ya no había botella roja, rota,
ni sangre roja, rota;
había rojo en los burdeles
llenos de putas que no sienten,
mujeres que trabajaban hasta de día
porque en la guerra no se distingue
al sol de la luna.
Los campos de batalla
estaban cubiertos de flores amarillas,
que con el tiempo se habían puesto anaranjadas,
luego rojas… luego vinotinto.
Y, mientras morían europeos,
un misil sonriente caminaba sobre la tierra
sosteniendo en sus manos las alas de una paloma.
Se llenó el mundo de humo
(amarillo, dorado, anaranjado, rojo, vinotinto)
y desperté ahogado y todavía
escuchando su risa destructora.
Animus a Nemo,
15 de junio de 2008