Pues sí, Farruco salió de Ministerio de Cultura, con las manos llenas, para ahora echarle el guante y desvalijar la cartera de Vivienda, donde podrá seguir robando y haciendo negocios con su macolla de arquitectos constructores de trampas y bazofias como la Villa del Cine.
Porque ante todo, la Villa del Cine es una bazofia por dentro y por fuera. Por dentro, las películas son una basura de propaganda, apenas rescatada por un circuito de chupasangres de la rosca del CNAC. Ninguna de ellas pasará a la historia, sus creadores serán vistos con lástima en el futuro y terminarán por engrosar la lista de cineastas vendidos al poder en América Latina.
Para rematar, las basuras audiovisuales de la Villa cuestan caro y rinden poco en taquilla. Por tanto, son un vulgar pretexto para medrar, para aceitar la maquinaría del capital y para garantizar el control ideológico del gremio cine en Venezuela.
Por fuera, la Villa es aun peor. La caparazón de su sede no soporta el menor análisis de contexto, y resulta inconcebible hasta para los ojos del ciudadano de a pie, a quien le cuesta comprender la idea de un edificio ensimismado en medio del calor de Guarenas. Cuando los chicos de Cahiers Du Cinema la vieron a lo lejos, se partieron de la risa y exigieron una explicación como Condorito. Imagínense el tamaño del despropósito. Por decir algo, la Villa parece una jaula de cristal empotrada a los trancazos en el desierto, cual base americana en Bagdad. Un enclave colonial, invasivo y agresivo, tendiente a violentar las condiciones naturales del espacio, según el modelo deshumanizado, despersonalizado y serializado de la arquitectura neoliberal. Nada menos socialista. La Villa, por ende, carece de identidad y puede ser comparada con el Parque de Cristal ,el desastre del Cubo Negro o cualquier franquicia por estilo. En lo personal, a mí la Villa me recuerda el estilo de edificios solitarios y prefabricados, importados por los consorcios multinacionales a los países del tercer mundo como caballos de Troya de la cruzada maquiladora. La Villa también es una maquila, a su modo, pero al menos paga bien a sus entusiastas empleados, dispuestos a defenderla a capa y espada contra la menor crítica. En resumen, es el tipo de mamotretos condenados a repetirse y a prologarse durante la gestión de Farruco en Vivienda.
Ello permite comprender las recientes declaraciones airadas del hipócrita de Fruto Vivas en Últimas Noticias, donde denunció las corruptelas del gobierno por puro oportunismo, para marcar distancia y ver si lo coronaban como el salvador, como el purificador de la cloaca revolucionaria en materia de administración de recursos. Paradójicamente, Fruto Vivas no tiene moral para hablar de corrupción y aprovechamiento personal de los intereses públicos, porque él es el primero en sacar ventaja de su apellido y de su posición a la hora de conseguir contratos y poner a valer a su familia en Ministerio de Cultura. Por ejemplo, su hija, Zuleiva Vivas, domina con puño de hierro Stalinista a la fundación de Museos Nacionales, mientras su retoña se las tira de la Sumita bolivariana al llevar las riendas del restauran chic del antiguo MACSI y presente MAC(SHIT).
Sea como sea, los frutos de Vivas son limitados al lado de las cosechas sembradas por Farruco en Ministerio de Cultura. Imagínenselo entonces en Vivienda. Es como un terreno abonado para sus cuadrillas de latifundistas. Así, el Conuco de Farruco se extenderá hasta alcanzar dimensiones de planificación urbana y misión Villanueva.
Entre tanto, su secuaz, Héctor Enrique Soto, se presta a relevarlo del cargo, después de haber garantizado su plena uniformidad de pensamiento y su absoluta sujeción caudillesca a lo Boves, al depurar cada dependencia del Ministerio y al colocar a fichas incondicionales a lo largo y ancho del tablero de Cultura. Por ironías de la vida, el sustituto de Francisco Sesto es un médico veterinario. En consecuencia, su designación no luce descabellada, porque nadie como él para entender y apreciar las animaladas y bestialidades concebidas por Farruco en Ministerio de Cultura.
Encima, Héctor viene de trabajar con el Farruquito como “Viceministro de Identidad y Diversidad Cultural y Director de Secretaría del Gabinete Ministerial”. En dos platos, es un funcionario con letra de molde, otro Goebelcito en potencia leal a su padrino. Así que olvídense de mayores cambios en la dirección de la plataforma de Cultura. Su objetivo será encubrir y perpetuar la organización mafiosa del clan del gallego de “La Clase”.
Por lo demás, la condición talibánica de Héctor Soto profundizará la visión militarizada y monocolor de la gestión precedente, al servicio del proceso rojo rojito.
Héctor Soto fue un político mediocre en su pasantía como dirigente reaccionario por la no menos oscura Universidad Simón Rodríguez, fábrica de intelectuales precarios, burócratas de medio pelo, profesionales intrascendentes y radicales trasnochados de diversa especie, entre izquierda y derecha. Héctor Soto es una síntesis perfecta de todos ellos. Cita con orgullo a Mao, a Fidel , al Ché y le canta loas a Farruco Sesto, al punto de dedicarle ensayos y cartas abiertas.
Héctor Soto llegó de paracaídas a Ministerio de Cultura y pronto escaló posiciones dentro de la jerarquía burocrática al fungir de enlace y colaborador obcecado de la delegación cubana en el seno de la plataforma. Gracias a figuras acomplejadas como Héctor, los cubanos reciben tratamiento de príncipes y reyes en república bananera dentro de Ministerio de Cultura. De tal modo, nuestra dependencia cultural cambia de fachada pero no de trasfondo. En el pasado, eran los españoles y su pesada herencia sobre la memoria criolla. Luego, fueron los americanos. En el presente, son los cubanos con su supuesta carga de conocimientos adquiridos en la batalla contra la dominación imperial.
La misión cubana, idéntica a la cruzada cristiana de las nuevas tribus, responde a dos enfoques distorsionados de la antropología. En el primero, somos vistos por ellos de arriba hacia abajo y a la retaguardia de su revolución de 50 años. Por ende, debemos aprender de ellos y atender a su lecciones como estudiantes de primaria. En el segundo, de la teoría se pasa a la acción al instrumentar una política de discriminación social y laboral, cuyo corolario es la ocupación de los puestos de mando en el país asociado, a la manera de Bush en Irak. En Venezuela ocurre lo mismo con el concurso y el apoyo logístico de funcionarios vendepatria como Héctor Soto. Por su culpa, los cubanos vampirizan la habana de Ministerio de Cultura, al extremo de ser privilegiados por encima de los trabajadores venezolanos en Ferias del Libro, instituciones, fundaciones y entes adscritos. Y si alguien pone en duda la capacidad y la buena voluntad de los cubanos, va de patitas para la calle. Chao pescado. Al contrario, el cubano sí tiene el derecho de juzgar y cuestionar el trabajo del empleado venezolano.
Para cerrar con broche de oro, Héctor Soto guarda una agenda oculta entre manos. Según informaciones extraoficiales suministradas por nuestros colegas infiltrados, una de sus misiones será convertir a “El Celarg” en el centro de estudios e investigaciones del ALCA, el equivalente vernáculo de la Casa de las Américas de Cuba, presidida por el siniestro Roberto Fernández Retamar, viejo inquisidor y eficiente censor de la generación de los mejores escritores cubanos de la generación de Cabrera Infante y el enorme Heberto Padilla, el digno poeta satanizado y procesado por Fidel en el marco de sus tristes “Palabras a los Intelectuales”, donde afirmaría aquello de “Dentro de la revolución,todo;contra la revolución, ningún derecho”. El resto es historia conocida. El pobre Padilla acabó en prisión, por el supuesto carácter subversivo de sus líricas explícitas, y no es hasta los ochenta cuando puede salir en libertad bajo presión internacional, para terminar sus días en Estados Unidos.
El recuerdo de su poesía es ahora un acto de resistencia, y una forma de impugnar la actual designación del procastrista, Héctor Soto. Como siempre, seguimos en la lucha, compañeros panfletarios, amigos poetas, jóvenes narradores, salmoneros,artistas y afines. Al margen de nuestras diferencias irreconciliables, hoy debemos unirnos en la pelea contra el enemigo común, contra el enemigo principal. Por consiguiente, ahí les dejo un regalo para abrir los caminos y los fuegos hacia nuestra posible y necesaria reconciliación:
Fuera del juego
¡Al poeta, despídanlo!
Ese no tiene aquí nada que hacer.
No entra en el juego.
No se entusiasma.
No pone en claro su mensaje.
No repara siquiera en los milagros.
Se pasa el día entero cavilando.
Encuentra siempre algo que objetar.
¡A ese tipo, despídanlo!
Echen a un lado al aguafiestas, a ese malhumorado del verano, con gafas negras bajo el sol que nace.
Siempre le sedujeron las andanzas y las bellas catástrofes del tiempo sin Historia.
Es incluso anticuado.
Sólo le gusta el viejo Armstrong.
Tararea, a lo sumo, una canción de Pete Seeger.
Canta, entre dientes, La Guantanamera.
Pero no hay quien lo haga abrir la boca,
pero no hay quien lo haga sonreír cada vez que comienza el espectáculo y brincan los payasos por la escena;
cuando las cacatúas confunden el amor con el terror y está crujiendo el escenario y truenan los metales y los cueros y todo el mundo salta, se inclina, retrocede, sonríe, abre la boca
«pues sí, claro que sí, por supuesto que sí…» y bailan todos bien, bailan bonito, como les piden que sea el baile.
¡A ese tipo, despídanlo! Ese no tiene aquí nada que hacer.
De «Fuera del juego» 1968