Sueños, Delirios y Soliloquios

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“Yo estaré a cien millas de aquí
Naufragando sin parar de reír,
de los sueños y delirios que dejamos sumergir”.

Corazón Gris – Dermis Tatu.

1
Bañera

Estoy firmemente convencido de que mi padre murió dos veces ese día. La primera muerte se dio en mi sueño: No recuerdo como llegué allá, solo sé que bajé de un carro con mi tía, mi prima y mi mamá. Mi papá bajó por el lado contrario al que lo hicimos nosotros. Caminamos el breve trecho que nos separaba de la entrada de emergencias. Mi papá, que ya sabía que estaba muy enfermo, avanzó, subió corriendo las escaleras y pidió ayuda. Yo lo halé de la camisa y lo senté en una silla de ruedas. La silla tenía forma de bañera, con agua y todo, pero tenía manijas y rueditas. Del halón que le di, mi papá, cayó y el rostro le quedó bajo el agua. Yo hice un esfuerzo para que mantuviera la cabeza erguida, pero él insistía en hundirse, y yo desistí de detenerlo, preferí montarlo en el ascensor. Llegamos al piso superior y allí comencé a afeitarlo. Su barba era rígida y gruesa, estaba difícil de manejar. La maquinilla se trababa. Yo le aplicaba agua caliente para abrirle los poros y suavizarle los pelos. En un momento lo moví para afeitarle la nuca y su cara volvió a quedarse hundida en el agua. Me percaté de que era demasiado el tiempo que llevaba sin respirar, así que dije en voz alta que eran muchos los minutos transcurridos, y mi tía apareció y me dijo que mi padre había muerto.

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Yo tenía siete años y estaba pintando un dibujo en la sala de espera del consultorio de la psicopedagoga. El dibujo mostraba nubes que estaban dentro de la sala de mi apartamento. Mi mamá me golpeaba por dejar un juguete en el suelo. Mi papá llegaba borracho a pelear con ella. La doctora, la psicopedagoga, detenía a mi mamá que me reprendía por haber dibujado eso. En mis manos temblaban los creyones; estaba solo y no podía olvidar lo que había ocurrido adentro.

3

La botellita giraba y el culo estaba frente a mí, el pico apuntaba a Andrea. Sonreía. Estiré la punta de mi boca y recibí el contacto de los labios de Andrea. Se me paró y fui al baño de las niñas a verlas cambiarse. Llegó Ramsés y me dijo que me acusaría con la maestra. Tomé un taco de madera y se lo arrojé, el taco le dio en la cabeza. Él sangró y me mandaron con la psicopedagoga, adonde iban los niños malos, solían decir.

4

“Principios de esquizofrenia”, dijo la psiquiatra a la que me había remitido la psicopedagoga. Hay que administrarle esto, y tiene que dejar de golpearlo, señora. Esa noche, mi mamá, tomó el cable sobrante de la extensión telefónica que había hecho instalar en su cuarto y me golpeó desnudo hasta dejarme llagas en los muslos. Una enfermedad estomacal, mi hijo no va a hacer educación física esta semana por eso, por una maldita infección en el estómago. Muévete, manganzón. Mira, boca abierta. Dale mariquita. ¡Ay!, la mujercita. Sí, es con ustedes. Los que se pararon en medio de la carrera. ¿Qué están viendo?, ¿la grama del patio? Díganle a su mamá que los saque a pasear más seguido. ¿Qué pasó contigo?, ¿te llegó la regla? No estoy seguro, pero creo que ese fue el último insulto que le acepté al profesor Alirio Díaz. Creo que era primo o familiar lejano de un jugador de basket. Acababa de reintegrarme a las clases, todavía me dolían las piernas. Tomé el balón medicinal y, con las fuerzas con que no había podido levantar el maldito balón durante toda la clase, se lo tiré en la cara al mamagüevo. Me abalancé sobre él, lloré, grité y me metí los dedos en la boca para inducirme vómito; cuando sentí las arcadas apunté hacía su cara, cerré los ojos y descargué todo; al fondo escuchaba los gritos de horror de mis compañeros de clase. La foto que salió en El Avance era así: Aparecía el gordo moreno, con su mono brillante y su franela del M.E. bañado en baba de arroz, carne molida y mayonesa, lo que solía cocinar mi mamá los días después de las noches en que hacía el amor con mi papá. En el Miguel José Sanz me botaron, pero siempre quedó el recuerdo del gallo del salón que se le reveló al profesor de educación física.

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Mancha

A veces quisiera más coherencia, más cordura, pero, por lo general, me encanta el desorden en mi mente, lo considero romántico. La libertad es una farsa, la farsa es libre, la verdad está cada vez más cautiva, el amor es un compromiso, la amistad una careta, la sensibilidad pasó de moda, la originalidad es un crimen, la vejez es un pecado, la avaricia es signo del progreso, la falsedad es la norma… Estar loco es un alivio.

6

La segunda muerte de mi padre se dio hace tres días, la mañana siguiente de la primera muerte. Según me explicó la señora que me llamó para avisar, mi padre, murió de un infarto mientras le hacía el amor a su amante, o sea, mientras se fornicaba a la señora que llamó. La señora que llamó se llamaba “Gonzalo”, al menos así la llamaba mi papá cuando hablaba por teléfono con ella en presencia de mi madre o siendo yo el que estaba presente. “Gonzalo” es madre de dos hijos, mis dos medios hermanos, a los que no conozco pero detesto. Mi mamá también tiene amantes. Ella no lo sabe, pero una vez, en Mérida, yo la vi, estaba copulando con Alfredo al que ella me había presentado como su primo.

7

A mi padre lo enterré en compañía de mucha gente. Eran las personas que siempre veía, vecinos, todos lloraban la muerte de un hombre al que siempre llamaban “papucho” y del que siempre se burlaban, y al que le tenían asco. Yo no lloré. Yo nunca lloro. Las lágrimas son hipócritas, surgen para hacer públicas las tristezas. Las lágrimas también son un compromiso social. Cuando alguien decía que el hijo del muerto no estaba triste, alguien más me exculpaba diciendo “es que esemuchacho tiene problemas en la cabeza”. Yo sonreía al oír el comentario salido de Doña Euclides, Doña Clara, Doña Josefa o cualquier otra doña de mierda de las que viven en el edificio donde vivo yo.

8

Un río rojo, una canción de Soundgarden, un metal brillante, un beso de Mayerling y sus palabras mal pronunciadas, tranquilizándome y consolándome por la pérdida de mi papá. El recuerdo de un llanto privado en el baño del apartamento. Me desnudé, me tiré al piso a recordar cosas como el amor perdido de Mayerling, la tristeza, mayi, el amor, a mí me dicen el conejo y algunos me quieren mucho. Me veo al espejo, la hojilla ha cortado la piel, no me atreví a hundirla hasta las venas, entonces lloro más fuerte, me vuelvo a ver al espejo y sonrío. De nada servía que desde las bocinas del reproductor sonara “las cosas de la vida”, Mayerling no podía escucharla y no podía entender la cruda metáfora de la que era parte. Ella solo entró en el apartamento y vio a su amigo, a su ex novio, y lo levantó, lo abrazó y lo dejó llorar la muerte de su padre escondiendo la cara en su pecho.

9
Rastreros

Un sueño: Llego a la escuela Miguel José Sanz. Está vacía. Subo las escaleras y veo que en el último salón, el de sexto grado, están dos personas hablando. Una mesa está en el costado derecho del salón, detrás de la mesa está la directora de la escuela hablando con mi papá, quien está frente a la mesa y de espaldas a la puerta. Me acerco a ellos, pero con cautela, quiero que no me vean. Al llegar al borde del marco de la puerta prefiero esconderme, me tiró hacia el baño, donde están los bebederos que nunca funcionan. Escucho que ya no escucho nada, como si hubieran dejado de hablar. Mi papá sale del salón y camina en línea recta hacía las escaleras. Va murmurando y yo quiero oír lo que dice. Camino con mucho cuidado, siguiéndolo, pendiente de no hacer ruidos que me delaten. Afino mi oído y escucho cuando mi papá dice: “Acabo de asesinar insectos rastreros en la Embajada de Francia”. Despierto.

John Manuel Silva.

5 Comentarios

  1. Me gustó el caleidoscopio de historias. Pude identificarme con algunas de ellas. Creo que como niños, conocemos el mundo desde perspectivas similares. Recuerdo el miedo que sentía en los velorios, unido ese miedo a las ganas de verle las piernas a las dolientes. Las mas atrevidas ofrecían gustosas picones a los chamitos. Me imagino que algunas lo hacían para participar en la resuerección. (ojo, no es typo)

  2. “Tomé el balón medicinal y, con las fuerzas con que no había podido levantar el maldito balón durante toda la clase, se lo tiré en la cara al mamagüevo. Me abalancé sobre él, lloré, grité y me metí los dedos en la boca para inducirme vómito; cuando sentí las arcadas apunté hacía su cara, cerré los ojos y descargué todo”

    Viejo… te admiro por haber tenido el valor de hacer esta hazaña. Yo siempre quise partirle la cara a los pobres frustrados que daban clase de educación física en uno de los colegios donde estudié. Eran realmente uno seres detestables, desahogan todas sus frustraciones y fracasos como profesores y “deportistas” con sus estudiantes, por supuesto, acompañados por los jaladores de mecate sin personalidad que hay en todos los colegios y que siempre se enamoran de estos sujetos

  3. Excelente cuento. Yo por uno me identifiqué bastante. Coincido con más arriba, el desquite con los profes es algo que todos añoramos hacer. Por otro lado, te puedo decir que los psicoterapeutas o psicólogos escolares son la gente más mediocre que hay. No se les debe creer absolutamente nada.
    Una advertencia… Saludos.

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