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Vida eterna

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Se me había ocurrido la idea de escribir un cuento sobre la rutina, una cuestión ya muy recurrente en todo lo que escribo. Tal vez puedas relacionar de inmediato el tema de esta idea con el título que le puse al cuento, o ensayo, o poema que estoy escribiendo; nada sorpresivo en eso, no estoy de humor para concentrarme en elaborar tramas confusas ni finales descabellados, mucho menos para guiarte por un camino equivocado y luego construirte un puente sobre el vacío hacia otra historia insospechada, la cual, de alguna manera, se conecta con ese primer camino, y con el título que le pude haber puesto al escrito aleatorio con el cual pudiste haberte cruzado. Hasta yo puedo marearme en esos puentes frágiles que se balancean con el pensamiento de los lectores, fáciles de derrumbar con una sola piedra, un solo argumento… aunque me esfuerzo bastante en que no te fijes en las grietas de esos pasajes, sino más bien en el risco que tienes frente a ti, esperando a que llegues y me insultes varias veces por haberte hecho cruzarlo sólo para divertirme en contarte un final incoherente.

            Pero esta vez no. Si esperabas emociones tontas (como lo son las que suelen dar los cuentos… o al menos los míos) aquí no las encontrarás. Esto trata sobre la rutina.

            Quizá pueda hacer un cuento después de todo, sin salirme de los hábitos. Pero primero necesito a un personaje, o a unos cuantos, que te guíen por el puente endeble. ¿Le doy voz de narrador? ¿O se la doy a un amigo, a un hermano… a su madre, qué sé yo? También me la puedo quedar yo, si prefieres caminar solo por el puente. Te prometo que no te caerás si lo cruzas rápidamente y siempre viendo hacia delante; incluso podrás voltear de vez en cuando si sientes que una tabla estaba a punto de romperse. Pero si comienzas a mirar hacia arriba, o hacia abajo, te garantizo que caerás y el único final que podrás escuchar de mí será un grito incomprensible, llevándote el final incoherente contigo al fondo del abismo que separa al título de un cuento de su punto y final. Hazme caso y mira hacia delante.

            Bien, entonces, para que no andes solo, tu compañero te irá narrando su historia. No sé si prefieres a un hombre o a una mujer, pero como esta noche no me siento nada creativo, será un hombre. Es más simple. Ahora, con respecto al nombre siempre es un problema decidirse. Es una verdadera lástima que los personajes no tengan padres que se encarguen de esos molestos detalles. En estos casos lo que suelo hacer es mezclar nombres conocidos, no sé si te habrás dado cuenta de eso… de hecho, con suficiente mala suerte es muy probable que haya usado el tuyo en algún momento. No te pasará nada malo, eso no se gasta… así suena menos horrible el abuso, disculpa. Tal vez sea mejor darle mi propio nombre para que no te confundas, pero no me voy a rebajar al nivel de una autobiografía. Hoy el nombre del personaje será el tuyo, puede que así te sientas más identificado con tu compañero. Ahora, si eres mujer, te has encontrado con una piedra en el camino… tendrás que imaginarte a unos padres tan despreciables capaces de ponerle nombre de mujer a su hijo varón; o, si te gusta lo… raro, tal vez sea más fácil hacer de mi personaje un travesti, y he aquí el único caso en que este cuento tendrá incoherencias, lucky you!

            Ya tiene sexo, ya tiene nombre. Le di voz. Ahora tendrá que hablar. Pero, debido a que es sólo un personaje al que le he dado vida, la conversación que tendrá será contigo. ¿Te parece? Suena hasta entretenido ver cómo habla un personaje con un lector, sé que es algo que siempre he querido hacer… no como lector, sino como personaje. Aun así, no sé de qué podrían hablar estando en un puente. ¿Hablarían del clima? ¿De política? Nunca he estado en una situación ni remotamente parecida a la de un puente frágil, así que no tengo idea de lo que podrían hablar ustedes dos, si es que hablarían en absoluto. Quizá sólo hablen del puente en sí mismo, tal vez así tendremos una idea de cómo llegaste ahí, junto con mi personaje. Además, hablando es la única manera en que podrás conocerlo.

            Entonces resumo: tú e (imagina tu nombre aquí) están cruzando el vacío sobre un puente que puede desplomarse en cualquier momento. Parados en medio de las tablas delgadas, como de cartón, (imagina tu nombre aquí) se voltea, ya que él estaba de primero, y te dice:

            —Se acerca una tormenta.

            No, no, el clima no es un buen tema de conversación para este momento. Déjalo tratar otra vez, es primera vez que habla con alguien así que me disculpo por él.

            —Estoy seguro de que va a ganar el negro.

            ¡No, no, política tampoco! ¡Qué desgracia de personaje!

            —Cuidado con esa tabla floja allá atrás, no quiero que te caigas— dice (imagina tu nombre aquí).

            Ahora sí está mejor ubicado. Pero me encuentro con un obstáculo, y es que no puedo presumir que sepa cuál sería tu respuesta porque, francamente, no te conozco. Así que tendrías que responder tú. Y como yo estoy aquí y tú estás allá, veo esta conversación un poco improbable. De modo que no tiene ningún sentido continuar con esta idiotez, así que no me queda otra que matar a (imagina tu nombre aquí). Para hacerlo rápido y sin dolor, simplemente se resbaló y cayó por un costado del puente sin que tú pudieras hacer nada, abandonándote en medio del vacío. Dejo a tu discreción el llorar o no la muerte de (imagina tu nombre aquí), pero, si esto te ayuda, te informo que no es el primer personaje inútil que muere de esta manera. Claro que en la vida real este argumento es igual de válido, y todavía hay gente que lamenta la muerte de alguien. Por eso es mejor ser un narrador, como yo, sin más sentimientos que los que disponga para mí el autor de este escrito.

            Y así termina un honesto intento de desviarme de la rutina; y, como no ha funcionado, lo siento mucho pero te arrastraré de nuevo a los hábitos conocidos; al razonamiento de todos los días, donde nada está fuera de la mente y de lo probable.

            Nada nos puede impresionar ya, hemos perdido la capacidad de sorprendernos. Uno se da cuenta de esto cada vez que intenta dar una fiesta sorpresa y es imposible que salga como se espera… Bien, si eres lo bastante observador te habrás dado cuenta de esta paradoja, y te juro que salió totalmente por azar, nadie había planeado esa contradicción. Parece que soy un as en esto de refutar mis propias afirmaciones. Nunca deja de sorprenderme.

            No voy a parar nada más por un absurdo como el que escribí más arriba. Esas incongruencias me entretienen lo bastante para llevar la vida a cuestas, cruzando el puente del abismo. Solo, ya que maté a (imagina tu nombre aquí). Pero yo no ando por tu puente, de la misma manera que tú no pisas el mío. Más bien es como si camináramos en puentes paralelos, unos más arriba que otros. El tuyo puede ser el más cercano al sol, pero el mío, un mero narrador, necesariamente debe estar por debajo del de mi autor. Imagínate lo hondo que debemos estar los dos para que mi piel sea así de blanca, como este papel, esta pantalla o estas letras, no por causa genética sino por falta de luz. Y qué angosto debe ser el abismo aquí abajo, que hasta los puentes son más cortos, porque los personajes son quienes menos viven entre los seres humanos. Más precarios que los de un perro que vive en la cima del abismo y, aun así, se desploma al fondo de la nada; quizá por la rapidez con la cual atraviesa la vida ésta se hace más breve, pero la mayoría de los perros, de nosotros los personajes, no llegamos nunca al final de los puentes. Siempre caemos, inocentemente.

            Pero la vida no puede ser únicamente un puente colgante, aunque sí es como la muerte de los perros y de los personajes. La vida no es el caminar en sí mismo a través de la pasarela sobre el vacío, no es tampoco el punto en donde las cuerdas penetran el suelo y salvan al caminante del vaivén peligroso. En esta metáfora contradictoria y absurda, la vida es la eterna sucesión de tablas que conforman el puente, todas idénticas y de la misma madera. Unas más frágiles que otras, cierto, pero ésas son las que se rompen primero, y en los huecos que dejan luego de despeñarse a lo profundo plantan las fugaces oportunidades de escapar del puente. Oportunidades que la gente tiende a saltar, sólo para debilitar el siguiente tablón, que se repite una y otra vez hasta el final del abismo. La debilidad que se hereda de los agujeros es la que acorta el camino, y nos deja caer cuando ya estamos a punto de alcanzar la meta.

            Sin embargo, como dije antes, mi puente es paralelo al tuyo… por lo que si tú caes en algún momento atravesarás el mío. Y estos huecos, los que dejan las personas que caen, son aun más grandes que los que se forman por simple debilidad, y es por donde se derrumban casi todos los hombres. Pocos perros se deslizan por ellos; ningún personaje lo hace. Pero esa perenne sucesión de tablas, interrumpida por uno que otro agujero en la madera, se renueva hasta el fondo del abismo… el cual, lógicamente, no existe.

            El puente de uno es horizontal, por supuesto; no obstante, el abismo es vertical. El primero tiene un final, pero el segundo es infinito. Entonces ¿cuál es la vida? Si el caer es parte de ella, es tanto horizontal como vertical. Pero si la horizontal se acaba, aun perseverando la caída, la vida vertical no termina. Los puentes de los hombres pueden caer hacia abajo o hacia arriba, pero no dejan de caer. Y, mientras cae un hombre, o un perro, o un personaje, detrás de él van las astillas de las tablas, es decir, el puente, la vida.

            El individuo no tiene vida mientras no ande sobre el puente, pero al caer no deja de vivir. ¡Qué dilema! La alegoría se ha vuelto desastrosa. La solución de este problema está en comprender que, al morir, el individuo se convierte en la humanidad, y sus actos, y sus rutinas, y todo lo que hacían de su vida un puente transitable van detrás de él, clavándose sobre los otros hombres que andan por sus propios puentes ignorantes de cuándo les tocará a ellos caer. Un solo hombre tiene repercusiones en todos los colgantes, y sigue viviendo en la humanidad, cayendo para siempre por el abismo de los puentes.

La vida, entonces, no es el hombre, ni el puente, ni siquiera las tablas por sí mismas, sino que es el hombre, y el puente, y las tablas desplomándose juntos por la humanidad hasta su punto más profundo, que no existe. Así es como la vida nunca termina para un ser humano, al menos hasta que deja de serlo… cosa que es posible si encuentra la manera de esquivar los otros puentes; siendo olvidado, en otras palabras. Pero, para no sonar pesimistas, digamos que nadie es olvidado y que, para todos, la vida es eterna.

            Rodny Valbuena Toba,

Agosto de 2008.

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