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Literatura Trash

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Si me preguntan cómo identificaría a un libro que pertenece al realismo sucio, contestaría que esos dos términos sólo aplican cuando se relacionan con los autores legendarios de la novela basura, por ejemplo, Nelson Algren, John Fante, Charles Bukowski o cualquier otro autor ajeno a la escena mainstream de la industria editorial y que, por tanto, quedan fuera del alcance de los simples mortales que merodean las librerías en busca de ese libro con título arrebatador que habrá de cambiarles la vida para siempre. Los escritores marginales encarnan entre los párrafos de sus novelas estructuras narrativas perturbadoras y, dentro de ellas, a personajes tan cercanos a nosotros que cuesta trabajo no dejarse llevar por un asco sutil que nos obligue a alejarnos de inmediato del libro, lo que es poco menos que un triunfo si nos apegamos a la sombría y, por tanto, acertadísima visión que este autor tiene de la vida, pues apela de la misma manera al aburrimiento que hace funcionar al mecanismo que da forma al sistema en el que todos coexistimos, ese mar de la mediocridad en el que nos ahogamos cada día, sin poder escapar de nuestra propia miseria, de los miedos que rigen nuestras vidas.

Mundo Inmundo ,un libro que fue rechazado por algunas editoriales “decentes”, puede ser celebrado como un retrato de nuestra sociedad, lo que dicho de esa manera puede ser un lugar común pero que es cierto en tanto que la sabrosa suciedad que parece derramarse insidiosamente entre los dedos mientras se avanza la lectura de las aventuras de los personajes allí descritos, una alegría que no puede ser mayor a la que disfrutamos leyendo grandes y pequeñas tragedias cotidianas en el periódico, por ejemplo, con el agravante de que recae en nosotros la responsabilidad de no ceder ante los complejos de clase y disfrutar del personaje principal en toda su superficialidad desnuda y avasalladora, carente de todo pudor timorato y de cualquiera de esos aparatos pequeñoburgueses que revisten y transforman a una palabra tan simple como “valores”.

Los editores se han acostumbrado a encasillar a los escritores dentro de las definiciones de arte en parámetros fijados por los puristas que prefieren cerrar los ojos ante las nuevas expresiones literarias, como es el caso que nos ocupa. La sordidez de estos relatos, largos o cortos, se enfrenta a las viejas estructuras mentales que impulsan a las editoriales reconocidas a no aceptar, en una primera lectura, los materiales que autores underground envían para su revisión, obligándolos a publicar ediciones privadas.

Después de casi medio siglo de crisis sistémica e incontrolable, con la llegada de la mal llamada posmodernidad ha quedado claro que no hay lugar en la narrativa contemporánea para las fórmulas que han puesto en evidencia por sus esquemas poco convincentes y soportes dramáticos anticuados su incapacidad para satisfacer las necesidades de un público que ha sufrido la progresiva decepción de la brutal cotidianeidad. Esto ha ido removiendo esa predisposición resignada apenas sugerida por los endebles razonamientos que a golpe de sabiduría populachera intentan redimirlo de la crueldad, que ha traspasado el umbral del sufrimiento y la miseria para ubicarse en una perspectiva panorámica que, aunque no le permite reírse de su desgracia, como hipócritamente solía presumirse en el pasado, sí le ha dotado de aún sabia capacidad de largo alcance para interpretar los sucesos haciéndolos pasar por un filtro, ideológico a veces, sentimental casi siempre, que no es mas que perplejidad. Definitivamente no estamos en el mejor de los mundos posibles. Vivimos en un mundo relativamente libre y próspero acotado por sentimientos de inferioridad retratados por un chauvinismo posmoderno, donde agravios no resueltos delinean los complejos y los rencores tradicionales con que se identificará la palabra Libertad dentro de un tiempo no muy lejano.

Estos elementos, sordidez y domesticidad, que reflejan toda la suciedad cotidiana complementada con una miseria contextual y una desesperanza inmanente e inexorable, se erigen como planos generales para que puedan correr los hilos conductores de estas historias, propias de una una estética marginal autorreferenciada que logra despertar pasiones desde la óptica presuntuosa de quien presencia el surgimiento de una moda efímera que no tendrá valor suficiente para ubicarse como una corriente con voz propia de la literatura universal.

La prosa de M.J.S. es una copia fiel y verdadera del mundo en el que nos tocó vivir, que resulta difícil no abandonar a ratos la lectura para echar una mirada a nuestro alrededor y encontrar a cada cosa y a cada persona como extensiones oportunas de la leyenda urbana, tangible y palpable, que nos está siendo contada.

Esta clarividencia se ve potenciada por lo cercanos y vitales que son los personajes, aún dentro de la clave apocalíptica sobre la que marcan el paso de su marcha hacia la ruinosa desaparición anónima: la joven suicida que cuenta sus memorias desde el más allá, una prostituta por “vocación” que narra su aventura, una niña que se masturba frenéticamente; los amantes del sexo duro que viven al límite, los perdedores natos…Hay, también , lugar para la poesía: la casa de un escritor reducida a cenizas nos habla, desde una ventana un escritor presencia una ciudad en llamas y escribe las más escalofriantes notas rojas, esas que la realidad exige que sean escritas con sangre. Efectivamente, estos textos se han escrito con sangre, semen, sudor y lágrimas. Las leyendas urbanas más delirantes se convierten en lugares comunes entre las fauces de los lobos que devoran a tiernas ovejas para poder sobrevivir.

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